/ viernes 19 de noviembre de 2021

Dialogar con el enemigo: el arma de la construcción de paz 

Por Natalia Sepúlveda García


Hoy en día el mundo está acechado por la inflexibilidad. Nos cuesta trabajo no dejarnos influenciar por discursos polarizados. Creemos que, para tener un punto de vista, se tiene que estar parado en algún extremo del espectro. Todo o nada. Blanco o negro. Sin embargo, la vida nunca ha sido así. Desde mi punto de vista, al ser más flexibles, nos ahorraríamos muchos conflictos. La polarización sólo trae consigo más radicalización, lo que generalmente ocasiona violencia. En un ambiente donde todo se va a los extremos, pararse en un punto medio es de valientes. Como bien dice Erik Solheim (2015), la idea de un terrorista “puro” es una idea de absolutismos.

Cuando se derrama sangre, pareciera que se nos nublara la vista con frustración y venganza. No se necesita ser una persona radical para verse envuelto en una narrativa de odio que termina por apoyar el uso de la fuerza como única solución. El conflicto armado es el peor resultado posible. Al combatir fuego con fuego el costo económico es altísimo y el precio a las vidas de las víctimas es incalculable e invaluable. Cualquier opción que no sea el conflicto armado, se considera ganancia en un proceso de paz.

Dialogar con terroristas está mal visto. Se cree que denota debilidad por parte del Estado y que dota de legitimidad y alienta al grupo terrorista, lo cual es una falacia. La única forma de llegar a un acuerdo es mediante el diálogo. La realidad es que estos actores violentos ya tienen su propia legitimidad y son alentados por otras razones, que no son el diálogo con instancias gubernamentales u oficiales. Mientras no se ceda en concesiones irracionales, no se está perdiendo o legitimando al terrorista en el proceso de diálogo. Por más malo que se crea que es una persona, sigue teniendo cierta racionalidad ya que es una característica intrínseca al ser humano. El contraargumento asume que dialogar es inútil porque no son seres racionales. Pero ¿cómo vamos a saberlo si no estamos dispuestos a hablar y a escuchar? No existen las personas que son 100% algo. Tenemos nuestras sombras, nuestras capas, nuestros matices. Somos seres complejos, un entretejido de historias, heridas, ideas, rasgos; producto de un millón de factores. Ni Osama Bin Laden era sólo un terrorista y punto.

Finalmente, los procesos de diálogos tratan de velar por el bienestar de los que más están sufriendo y darles ese apoyo. Salvar vidas. Salvar la humanidad que hay en ellas. Eso es mucho más importante y pesa mucho más que un principio o una convicción moral como la de no negociar con terroristas. Cualquier mejoría que se pueda obtener para las víctimas mediante el diálogo, ya es un caso de éxito.

Por Natalia Sepúlveda García


Hoy en día el mundo está acechado por la inflexibilidad. Nos cuesta trabajo no dejarnos influenciar por discursos polarizados. Creemos que, para tener un punto de vista, se tiene que estar parado en algún extremo del espectro. Todo o nada. Blanco o negro. Sin embargo, la vida nunca ha sido así. Desde mi punto de vista, al ser más flexibles, nos ahorraríamos muchos conflictos. La polarización sólo trae consigo más radicalización, lo que generalmente ocasiona violencia. En un ambiente donde todo se va a los extremos, pararse en un punto medio es de valientes. Como bien dice Erik Solheim (2015), la idea de un terrorista “puro” es una idea de absolutismos.

Cuando se derrama sangre, pareciera que se nos nublara la vista con frustración y venganza. No se necesita ser una persona radical para verse envuelto en una narrativa de odio que termina por apoyar el uso de la fuerza como única solución. El conflicto armado es el peor resultado posible. Al combatir fuego con fuego el costo económico es altísimo y el precio a las vidas de las víctimas es incalculable e invaluable. Cualquier opción que no sea el conflicto armado, se considera ganancia en un proceso de paz.

Dialogar con terroristas está mal visto. Se cree que denota debilidad por parte del Estado y que dota de legitimidad y alienta al grupo terrorista, lo cual es una falacia. La única forma de llegar a un acuerdo es mediante el diálogo. La realidad es que estos actores violentos ya tienen su propia legitimidad y son alentados por otras razones, que no son el diálogo con instancias gubernamentales u oficiales. Mientras no se ceda en concesiones irracionales, no se está perdiendo o legitimando al terrorista en el proceso de diálogo. Por más malo que se crea que es una persona, sigue teniendo cierta racionalidad ya que es una característica intrínseca al ser humano. El contraargumento asume que dialogar es inútil porque no son seres racionales. Pero ¿cómo vamos a saberlo si no estamos dispuestos a hablar y a escuchar? No existen las personas que son 100% algo. Tenemos nuestras sombras, nuestras capas, nuestros matices. Somos seres complejos, un entretejido de historias, heridas, ideas, rasgos; producto de un millón de factores. Ni Osama Bin Laden era sólo un terrorista y punto.

Finalmente, los procesos de diálogos tratan de velar por el bienestar de los que más están sufriendo y darles ese apoyo. Salvar vidas. Salvar la humanidad que hay en ellas. Eso es mucho más importante y pesa mucho más que un principio o una convicción moral como la de no negociar con terroristas. Cualquier mejoría que se pueda obtener para las víctimas mediante el diálogo, ya es un caso de éxito.