/ jueves 5 de diciembre de 2019

Dialogar con el espejo

Me gusta más la crítica aguda de un hombre inteligente que la aprobación irreflexiva de las masas.

Johannes Kepler


1.El presidente y su cosmos. Al inquilino de Palacio Nacional no le gusta intercambiar opiniones, le fascina que sólo lo escuchen. El tabasqueño es un personaje que habita entre su deseo e imaginación. No hace caso a sus consejeros, ni a nadie. Su vocación nace de una génesis fundamentalista: siempre tener la razón. Camina con rumbo fijo, no importan los obstáculos. Hasta es estoico, la canción del “necio” le alimenta el espíritu, se la cantó quien lo conoce un poco mejor.


AMLO se solaza con sus frases efectistas, las machaca y difunde por todos lados. Todo lo explica a partir de referentes históricos. Se regodea con Juárez, añora a Madero y menciona a Lázaro Cárdenas. Su autoridad moral es su divisa para acusar a otros. Él sintetiza lo probo, lo correcto, lo honorable. Los demás, los otros, oscilan entre conservadores y fifís. No hay tonalidades grises: eres incondicional o estás del otro lado de la barricada del “progreso” y de la “felicidad”.


2.El debate no existe. El presidente no debate con nadie, no busca puntos de coincidencia con los otros poderes. Es inimaginable que dialogue con legisladores de partidos opositores. La bisagra conciliadora no existe en su diccionario, para eso tiene a sus empleados en el Congreso, quienes le rinden cuentas de cada paso que dan. Sí, exactamente como se comportaba el monarca sexenal del pasado. Claro, él lo niega con ese desparpajo que destila en las misas de siete. Su dialéctica, por llamarle de alguna manera, es convocar a la prudencia y segundos después descalificar a los destinatarios del ofrecimiento. Le encanta ir a las plazas públicas, despotricar contra sus adversarios y reñir con el pasado, se molesta cuando lo comparan con actitudes pretéritas, aunque sus reflejos siguen impulsados por su ADN priista del que abrevó y con el que desarrolló.


3. Plazas llenas y discursos unipersonales. El ex Jefe de Gobierno es amante de los soliloquios, por eso, da informes a partir de calendarios personales y no constitucionales. Un magnifico ejemplo fue el primero de diciembre. Miles de acarreados y convencidos atestaron el Zócalo de la Ciudad de México para escuchar y vitorear a un presidente que comunica lo que le place. Su documento no se discute en ninguna instancia legal. Sus “ángeles de la guarda”, como él les llama a sus seguidores, son los notarios que dan fe con aplausos y alabanzas. Así, el tabasqueño construye sus acuerdos y consensos consultando al espejo. Nadie se opone.


pedropenaloza@yahoo.com/Twitter: @pedro_penaloz

Me gusta más la crítica aguda de un hombre inteligente que la aprobación irreflexiva de las masas.

Johannes Kepler


1.El presidente y su cosmos. Al inquilino de Palacio Nacional no le gusta intercambiar opiniones, le fascina que sólo lo escuchen. El tabasqueño es un personaje que habita entre su deseo e imaginación. No hace caso a sus consejeros, ni a nadie. Su vocación nace de una génesis fundamentalista: siempre tener la razón. Camina con rumbo fijo, no importan los obstáculos. Hasta es estoico, la canción del “necio” le alimenta el espíritu, se la cantó quien lo conoce un poco mejor.


AMLO se solaza con sus frases efectistas, las machaca y difunde por todos lados. Todo lo explica a partir de referentes históricos. Se regodea con Juárez, añora a Madero y menciona a Lázaro Cárdenas. Su autoridad moral es su divisa para acusar a otros. Él sintetiza lo probo, lo correcto, lo honorable. Los demás, los otros, oscilan entre conservadores y fifís. No hay tonalidades grises: eres incondicional o estás del otro lado de la barricada del “progreso” y de la “felicidad”.


2.El debate no existe. El presidente no debate con nadie, no busca puntos de coincidencia con los otros poderes. Es inimaginable que dialogue con legisladores de partidos opositores. La bisagra conciliadora no existe en su diccionario, para eso tiene a sus empleados en el Congreso, quienes le rinden cuentas de cada paso que dan. Sí, exactamente como se comportaba el monarca sexenal del pasado. Claro, él lo niega con ese desparpajo que destila en las misas de siete. Su dialéctica, por llamarle de alguna manera, es convocar a la prudencia y segundos después descalificar a los destinatarios del ofrecimiento. Le encanta ir a las plazas públicas, despotricar contra sus adversarios y reñir con el pasado, se molesta cuando lo comparan con actitudes pretéritas, aunque sus reflejos siguen impulsados por su ADN priista del que abrevó y con el que desarrolló.


3. Plazas llenas y discursos unipersonales. El ex Jefe de Gobierno es amante de los soliloquios, por eso, da informes a partir de calendarios personales y no constitucionales. Un magnifico ejemplo fue el primero de diciembre. Miles de acarreados y convencidos atestaron el Zócalo de la Ciudad de México para escuchar y vitorear a un presidente que comunica lo que le place. Su documento no se discute en ninguna instancia legal. Sus “ángeles de la guarda”, como él les llama a sus seguidores, son los notarios que dan fe con aplausos y alabanzas. Así, el tabasqueño construye sus acuerdos y consensos consultando al espejo. Nadie se opone.


pedropenaloza@yahoo.com/Twitter: @pedro_penaloz

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