Clave para unir a una sociedad, la conversación entre generaciones puede ser una práctica que podemos reforzar en un cambio de época como el que estamos viviendo en este momento. Dialogar sobre lo que ocurre es, probablemente, el requisito personal y ciudadano más urgente para reducir la confusión y atacar la desinformación acerca de los temas de mayor interés social.
Desinformar para confundir es una perniciosa fórmula de nuestros tiempos, muy útil para ganar adeptos temporales en la discusión pública y minar la confianza de las sociedades en el mundo. Y una sociedad enfrentada consigo misma es el principal riesgo de cualquier sistema que se considere democrático.
Un remedio infalible es buscar el diálogo permanente entre las personas, desde el hogar y hasta la calle. Hoy, que existe en nuestro país una comunicación transversal entre varias generaciones, podemos llevar a cabo esta sana práctica civil de intercambiar buena información, escuchar diferentes puntos de vista, y forjar un criterio balanceado acerca de los hechos.
Aunque parezca que siempre tenemos dos posiciones irremediablemente encontradas, lo que sucede en realidad es que a la mayor parte de la población le faltan argumentos y datos duros sobre lo que ve, escucha y lee, en retazos informativos para hacerse de un juicio. No es ignorancia, sino una falta de explicación y de análisis que aclare la conexión de estos sucesos con la vida cotidiana de la mayoría de nosotros.
Defender una postura no es ningún error; hacerlo sin informarse, lo es. Sostenerse en esa posición, sabiendo que carece de pruebas y de comprobación, eso es mentir con conocimiento de causa y ahí radica el peligro de la desinformación en este periodo de nuestra historia.
Hoy contamos con espacios inmejorables para dar nuestra opinión, pero esa oportunidad viene con responsabilidades. Poner la atención en solo los aspectos que nos benefician o en apariencia confirman nuestra posición, mientras ocultamos convenientemente lo que no favorece o desmiente nuestros argumentos es contribuir al enfrentamiento, muchas veces artificial, que se da en las redes sociales, los chats e incluso en espacios masivos de comunicación.
En una democracia nadie gana todo y nadie pierde siempre, ese es un principio de equidad y de competencia social. Intentar imponer una y otra opinión con base en falsas teorías y en conspiraciones imaginarias es tanto como engañar pensando en que ninguna persona se dará cuenta del truco. Claro que, si no hubiera crédulos, el éxito del juego de la “bolita” o de las noticias falsas no prosperaría; sin embargo, hablamos de algo mucho más complejo si a esta tendencia se le añade la inteligencia artificial y el miedo y enojo que se inyecta a muchos grupos sociales que creen estar informados, pero no lo están.
Como en otras ocasiones, sugiero que el diálogo entre generaciones -los jóvenes no piensan radicalmente distinto a los de mayor edad y viceversa, eso es un mito- se base en escuchar primero y juzgar después; en evitar la tentación de vencer a un oponente, cuando de lo que se trata es de convencer a un semejante; y fomentar esos puntos de coincidencia que tenemos todas y todos y se soportan en necesidades, temores y expectativas de prosperidad comunes.
También, propongo que se tome el tiempo necesario para fortalecer nuestros argumentos. Esgrimir comentarios vistos de pasada en una página electrónica o los dichos del “primo de un amigo” no son válidos. Estamos en la época de mayor acceso a la información de la historia de la humanidad y, no obstante, somos de las sociedades peor informadas en siglos.
Hablemos. Estemos abiertos a prestarle atención a quienes no coinciden con nosotros. Abramos nuestra mente (y, por qué no, el corazón) a otras maneras de ver las cosas. Quienes buscan la división, vengan del lado que vengan, tienen el objetivo de cegarnos y empujarnos hacia los extremos. Nosotros no somos así y nunca lo hemos sido. Tenemos más en común, y lo seguiremos teniendo, que aquello que nos hace distintos. Y esa es la clave para ponernos de acuerdo.