/ domingo 8 de noviembre de 2020

Dicen que soy homofobo

VER

Con ocasión de que el Papa anunció mi elección para ser cardenal, el periódico español El País publicó un comentario en que me califica como “homófobo, polémico y progresista en lo social”. Difunde opiniones de algunos personajes del país, la mayoría laudatorias, pero afirma que reflejo “posturas muy conservadoras en la moral”, que “mancharon su legado”. Se hace una ligera mención a mi actitud ante la homosexualidad y, por ello, me califica de homófobo, es decir, que soy enemigo de los homosexuales. No toman en cuenta lo último que escribí en mi más reciente artículo semanal: “El matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer que se aman, que están abiertos a la vida y que se comprometen a ser uno para el otro durante toda la vida. Las personas homosexuales son hijos de Dios y deben ser amados como Dios los ama, pero nunca se podrán aprobar los actos homosexuales, pues son intrínsecamente desordenados”.

En forma análoga, no apruebo el alcoholismo y la drogadicción, pero trato de comprender a quienes se embriagan y se drogan, porque hay vacíos afectivos muy hondos en su historia; no se sienten amados, comprendidos, valorados, exitosos, y por ello se compensan de esa forma. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama.

No apruebo el adulterio y la infidelidad matrimonial, pero trato de comprender a quienes los practican, porque en su matrimonio no hay complementariedad integral, hay menosprecios e insatisfacciones, decepciones y violencia. Buscan fuera del hogar lo que no encuentran en casa. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama.

Nunca aprobaré asesinatos, violaciones, secuestros, extorsiones, corrupción y demagogias, pero trato de comprender a quienes han caído en esas redes, porque la mayoría han carecido de un hogar estable, de un padre justo, trabador y amoroso; carecen de estudios o de un trabajo digno; alguien los ha engañado como si el dinero y el poder trajeran la felicidad en forma automática. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama. Cuando he ido a cárceles, no voy en plan condenatorio, sino a llevar el amor misericordioso de Dios y de la Iglesia.

No me considero homófobo por el hecho de desaprobar los actos homosexuales, pues Dios tampoco los aprueba, y no por eso es homófobo. Quienes viven de esa manera, son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama, invitándolos a la conversión.

PENSAR

Tomemos en cuenta las citas bíblicas aducidas por el Catecismo de la Iglesia Católica, como lo que dice San Pablo: “¡No se engañen! Ni lujuriosos, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni insolentes, ni estafadores heredarán el Reino de Dios. Y así eran algunos de ustedes, pero han sido purificados, santificados y hechos justos en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6,9-11; cf Rom 1,24-28; 1 Tim 1,8-11; Gén 19,1-9).


ACTUAR

Dios no es homófobo por estar en desacuerdo con los actos homosexuales y con otros desórdenes morales. Dios nos ama tanto que nos envió a su Hijo, Jesucristo, no para condenarnos, sino para salvarnos. Ojalá así sea siempre nuestro proceder: no de jueces implacables, sino de hermanos que están cerca de los que necesitan el amor de Dios. Como Iglesia samaritana y con los brazos siempre abiertos a sus hijos, necesitamos recalcar más este acercamiento pastoral hacia todos, independientemente de su identidad y tendencia, invitándoles a la conversión.

VER

Con ocasión de que el Papa anunció mi elección para ser cardenal, el periódico español El País publicó un comentario en que me califica como “homófobo, polémico y progresista en lo social”. Difunde opiniones de algunos personajes del país, la mayoría laudatorias, pero afirma que reflejo “posturas muy conservadoras en la moral”, que “mancharon su legado”. Se hace una ligera mención a mi actitud ante la homosexualidad y, por ello, me califica de homófobo, es decir, que soy enemigo de los homosexuales. No toman en cuenta lo último que escribí en mi más reciente artículo semanal: “El matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer que se aman, que están abiertos a la vida y que se comprometen a ser uno para el otro durante toda la vida. Las personas homosexuales son hijos de Dios y deben ser amados como Dios los ama, pero nunca se podrán aprobar los actos homosexuales, pues son intrínsecamente desordenados”.

En forma análoga, no apruebo el alcoholismo y la drogadicción, pero trato de comprender a quienes se embriagan y se drogan, porque hay vacíos afectivos muy hondos en su historia; no se sienten amados, comprendidos, valorados, exitosos, y por ello se compensan de esa forma. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama.

No apruebo el adulterio y la infidelidad matrimonial, pero trato de comprender a quienes los practican, porque en su matrimonio no hay complementariedad integral, hay menosprecios e insatisfacciones, decepciones y violencia. Buscan fuera del hogar lo que no encuentran en casa. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama.

Nunca aprobaré asesinatos, violaciones, secuestros, extorsiones, corrupción y demagogias, pero trato de comprender a quienes han caído en esas redes, porque la mayoría han carecido de un hogar estable, de un padre justo, trabador y amoroso; carecen de estudios o de un trabajo digno; alguien los ha engañado como si el dinero y el poder trajeran la felicidad en forma automática. Son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama. Cuando he ido a cárceles, no voy en plan condenatorio, sino a llevar el amor misericordioso de Dios y de la Iglesia.

No me considero homófobo por el hecho de desaprobar los actos homosexuales, pues Dios tampoco los aprueba, y no por eso es homófobo. Quienes viven de esa manera, son seres humanos amados por Dios, y hay que amarlos como El los ama, invitándolos a la conversión.

PENSAR

Tomemos en cuenta las citas bíblicas aducidas por el Catecismo de la Iglesia Católica, como lo que dice San Pablo: “¡No se engañen! Ni lujuriosos, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni insolentes, ni estafadores heredarán el Reino de Dios. Y así eran algunos de ustedes, pero han sido purificados, santificados y hechos justos en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6,9-11; cf Rom 1,24-28; 1 Tim 1,8-11; Gén 19,1-9).


ACTUAR

Dios no es homófobo por estar en desacuerdo con los actos homosexuales y con otros desórdenes morales. Dios nos ama tanto que nos envió a su Hijo, Jesucristo, no para condenarnos, sino para salvarnos. Ojalá así sea siempre nuestro proceder: no de jueces implacables, sino de hermanos que están cerca de los que necesitan el amor de Dios. Como Iglesia samaritana y con los brazos siempre abiertos a sus hijos, necesitamos recalcar más este acercamiento pastoral hacia todos, independientemente de su identidad y tendencia, invitándoles a la conversión.

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