/ sábado 13 de febrero de 2021

Disco duro | AMLO, el capitalista

Lo cuentan en corto varios funcionarios de la 4T. Algunos sufrieron la crisis existencial muy pronto, otros apenas. Les ha pasado lo mismo a moderados que a radicales dentro del gobierno, quienes quisieran que Andrés Manuel López Obrador definiera sus posiciones de manera más contundente.

Se encogen de hombros y sólo atinan a decir con resignación: “Así es Andrés…”, en espera de señales claras que les indique, cuando menos en lo económico financiero, si va a romper o no con los mercados y la ortodoxia, o si les va a mandar mensajes de certidumbre.

La posición nacionalista del presidente, alimentada por toda la historia de México que es posible asimilar, lo llevan a rechazar a un sistema económico injusto, que ha propiciado pobreza e inequidad desde hace más de 30 años.

Eso lo hace desconfiar de empresarios nacionales y de líderes mundiales, a quienes, por igual, califica de corruptos, aunque en algún momento de su narrativa sabe que los necesita para crear empleos y riqueza que el Estado, por sí solo, no puede generar.

Odia al neoliberalismo pero no rompe con el capitalismo. No es un socialista. No propone un cambio en la forma de generar y de acumular riqueza. No están los trabajadores en el eje de su discurso como sujetos del cambio, sino “el pueblo”, esa masa etérea de mexicanos subsidiables, sin pretensiones de tomar en sus manos el gobierno.

No es feminista, no es inclusivo, no es indigenista, en el sentido neo-zapatista del término. No habla de extractivismo de las mineras o las trasnacionales. Al contrario, les otorga concesiones y licitaciones siempre y cuando sea en las condiciones que el gobierno pone.

No se mete con los fundamentales de la economía que para él son sagrados: inflación, tipo de cambio, déficit público equilibrado, cuidado de las reservas internacionales, pago religioso de la deuda externa, puntual indemnización a empresarios a los que se revierten contratos.

Desea el regreso al Estado de bienestar dentro de la libre competencia económica. Sueña con el desarrollo estabilizador de los años 50 y 60 del siglo pasado. Pero sus asesores, incluso miembros de su gabinete, saben que 2021 no es 1964 y que tarde o temprano mantenerse en esa fina línea de equilibrista será insostenible. Carlos Urzúa, ex titular de Hacienda, fue de los primeros en darse cuenta de las limitaciones del discurso; Alfonso Romo de los recientes.

No sabe de economía profunda, por lo que se le hace fácil ordenar ahorros suicidas y meter dinero en aventuras poco rentables. No cree en proyecciones de viabilidad ni en reglas de operación, que le parecen taras tecnocráticas. Le gana el voluntarismo.

Sin embargo, cada vez resulta más difícil sostener la convicción anti neoliberal de Andrés Manuel López Obrador con la praxis político-económica de la cotidianeidad:

Su radical reforma energética; el regreso al uso de energías sucias y caras; su apuesta por abrir refinerías cuando el mundo va al revés. Su incomodidad con los organismos autónomos que la parecen innecesarios y caros. La desaparción total del outsourcing, con la que una vez más pretende tirar el agua sucia con el niño adentro. Todas son reformas que lo llevan a confrotarse con los mercados.

Al mismo tiempo, cuando parece que se ha subido al carro de la radicalización izquierdista, le mete freno a las inciativas de sus correligionarios más acelerados y les pide echar atrás iniciativas para controlar medios de comunicación, para censurar redes sociales, para meterle mano al Banco de México, para nacionalizar empresas. No. Él no va por ahí.

Se entiende que el gobierno quiera retomar la rectoría del Estado y corregir excesos generadores de injusticia social, transitando un camino poco ortodoxo para nuestros días, pero el mundo tiene esas reglas y es difícil ir en contra.

Moderados y radicales lo invitan, lo azuzan, a que se cargue más hacia cada uno de esos lados, pero AMLO no parece salirse de su guión. Al final va a dejar a muchos decepcionados que esperaban más de él, en uno u otro sentido.

En el USB…

Acaso el mejor libro para entender las aparentes contradicciones de nuestro Presidente es Vuelta a la izquierda: La cuarta transformación en México: del despotismo oligárquico a la tiranía de la mayoría, de Carlos Illades (editorial Océano) una joya de análisis, que con mesura y sin excesos de derecha o izquierda, trata de entender, en buen plan, lo que López Obrador propone para el país y sus

Lo cuentan en corto varios funcionarios de la 4T. Algunos sufrieron la crisis existencial muy pronto, otros apenas. Les ha pasado lo mismo a moderados que a radicales dentro del gobierno, quienes quisieran que Andrés Manuel López Obrador definiera sus posiciones de manera más contundente.

Se encogen de hombros y sólo atinan a decir con resignación: “Así es Andrés…”, en espera de señales claras que les indique, cuando menos en lo económico financiero, si va a romper o no con los mercados y la ortodoxia, o si les va a mandar mensajes de certidumbre.

La posición nacionalista del presidente, alimentada por toda la historia de México que es posible asimilar, lo llevan a rechazar a un sistema económico injusto, que ha propiciado pobreza e inequidad desde hace más de 30 años.

Eso lo hace desconfiar de empresarios nacionales y de líderes mundiales, a quienes, por igual, califica de corruptos, aunque en algún momento de su narrativa sabe que los necesita para crear empleos y riqueza que el Estado, por sí solo, no puede generar.

Odia al neoliberalismo pero no rompe con el capitalismo. No es un socialista. No propone un cambio en la forma de generar y de acumular riqueza. No están los trabajadores en el eje de su discurso como sujetos del cambio, sino “el pueblo”, esa masa etérea de mexicanos subsidiables, sin pretensiones de tomar en sus manos el gobierno.

No es feminista, no es inclusivo, no es indigenista, en el sentido neo-zapatista del término. No habla de extractivismo de las mineras o las trasnacionales. Al contrario, les otorga concesiones y licitaciones siempre y cuando sea en las condiciones que el gobierno pone.

No se mete con los fundamentales de la economía que para él son sagrados: inflación, tipo de cambio, déficit público equilibrado, cuidado de las reservas internacionales, pago religioso de la deuda externa, puntual indemnización a empresarios a los que se revierten contratos.

Desea el regreso al Estado de bienestar dentro de la libre competencia económica. Sueña con el desarrollo estabilizador de los años 50 y 60 del siglo pasado. Pero sus asesores, incluso miembros de su gabinete, saben que 2021 no es 1964 y que tarde o temprano mantenerse en esa fina línea de equilibrista será insostenible. Carlos Urzúa, ex titular de Hacienda, fue de los primeros en darse cuenta de las limitaciones del discurso; Alfonso Romo de los recientes.

No sabe de economía profunda, por lo que se le hace fácil ordenar ahorros suicidas y meter dinero en aventuras poco rentables. No cree en proyecciones de viabilidad ni en reglas de operación, que le parecen taras tecnocráticas. Le gana el voluntarismo.

Sin embargo, cada vez resulta más difícil sostener la convicción anti neoliberal de Andrés Manuel López Obrador con la praxis político-económica de la cotidianeidad:

Su radical reforma energética; el regreso al uso de energías sucias y caras; su apuesta por abrir refinerías cuando el mundo va al revés. Su incomodidad con los organismos autónomos que la parecen innecesarios y caros. La desaparción total del outsourcing, con la que una vez más pretende tirar el agua sucia con el niño adentro. Todas son reformas que lo llevan a confrotarse con los mercados.

Al mismo tiempo, cuando parece que se ha subido al carro de la radicalización izquierdista, le mete freno a las inciativas de sus correligionarios más acelerados y les pide echar atrás iniciativas para controlar medios de comunicación, para censurar redes sociales, para meterle mano al Banco de México, para nacionalizar empresas. No. Él no va por ahí.

Se entiende que el gobierno quiera retomar la rectoría del Estado y corregir excesos generadores de injusticia social, transitando un camino poco ortodoxo para nuestros días, pero el mundo tiene esas reglas y es difícil ir en contra.

Moderados y radicales lo invitan, lo azuzan, a que se cargue más hacia cada uno de esos lados, pero AMLO no parece salirse de su guión. Al final va a dejar a muchos decepcionados que esperaban más de él, en uno u otro sentido.

En el USB…

Acaso el mejor libro para entender las aparentes contradicciones de nuestro Presidente es Vuelta a la izquierda: La cuarta transformación en México: del despotismo oligárquico a la tiranía de la mayoría, de Carlos Illades (editorial Océano) una joya de análisis, que con mesura y sin excesos de derecha o izquierda, trata de entender, en buen plan, lo que López Obrador propone para el país y sus