/ viernes 17 de agosto de 2018

Discriminación

Aún recordamos que, hace poco más de un año, el gobierno de Donald Trump emprendió una serie de insultos y tratos discriminatorios en contra de los migrantes mexicanos. En ese entonces, desde el Presidente Peña Nieto, gobernadores, legisladores, analistas y líderes de opinión, dirigentes partidistas y, hasta los aspirantes a la Presidencia, no dudaron en sumar sus voces para condenar y rechazar dichas acciones.

Hoy, tras conocerse los datos sobre la discriminación que mujeres y hombres, de todas las edades, viven en carne propia, precisamente en México, en nuestro propio país, sólo hemos visto silencio e indiferencia por todas partes.

La semana pasada se publicaron las conclusiones de la “Encuesta Nacional de Discriminación”, que de manera conjunta realizaron el INEGI, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) y la UNAM. Comparto con todos ustedes algunos de los datos más relevantes:

El 53.8 por ciento de la población mayor de 18 años, es decir 5 de cada 10 personas, afirman haber sido discriminadas solamente por la simple apariencia. Esto es: por el tono de piel, peso, estatura y forma de vestir o arreglo personal.

Además, los aspectos de género, creencias religiosas, manera de hablar, lugar donde se vive y clase social, también aparecen como los principales factores de discriminación; vale la pena precisar que las mujeres son quienes más padecen esta situación.

Los sitios en donde más ocurren las prácticas discriminatorias son el trabajo, la escuela, la familia, los servicios médicos, las oficinas de gobierno, centros comerciales, bancos, el transporte público, las redes sociales y la calle; es decir, prácticamente en los principales ámbitos donde las personas llevan a cabo su vida cotidiana. Es difícil aceptar que en todos estos espacios aún se actúe en contra de los derechos de las personas.

Por diversas razones hemos asumido que los sectores indígenas y los grupos vulnerables (personas mayores, adolescentes, mujeres y jóvenes) están más propensos a ser discriminados. Efectivamente, no basta con encontrarse en una situación de desventaja respecto al resto de la sociedad, pues estos grupos viven la discriminación en los servicios médicos, el transporte público, la familia, la escuela y el trabajo.

Por si fuera poco: el 45 por ciento de mujeres mayores de 18 años ha padecido una situación en donde se le negó atención médica o medicamentos; 5 de cada 10 personas mayores opina que sus derechos se respetan “poco o nada”; 4 de cada 10 hombres no rentaría un cuarto de su vivienda a personas con SIDA o VIH; 9 de cada 10 trabajadoras domésticas no tienen prestaciones laborales; 7 de cada 10 personas con discapacidad considera que son rechazadas por la gente; más del 60% de la población mayor de 18 años está de acuerdo en que “la mayoría de las y los jóvenes son irresponsables”; y, las tres principales problemáticas que enfrentan las personas indígenas son: falta de empleo y de recursos económicos, así como de apoyos del gobierno mediante programas sociales.

En la Encuesta referida, aún quedan infinidad de factores y prejuicios por abordar, por lo que he intentado rescatar aquellos datos que dan cuenta de la situación que viven los grupos de la sociedad más afectados.

Tal parece que en el tema de la discriminación vivimos una grave contradicción.

Como lo señalé al principio de esta columna, somos capaces de rechazar y condenar la discriminación de compatriotas en Estados Unidos, pero no somos capaces de actuar con la misma contundencia para exigir un “ya basta” a la situación que, en nuestro propio país, viven millones de mexicanos por su condición, raza, religión, orientación sexual, etnia y condición física, social o económica.

Tenemos el valor de exigirle al presidente del país más poderoso del planeta que respete a las y los migrantes mexicanos; pero por otra parte, nos mostramos indiferentes ante la desgracia, el abandono o los excesos que se cometen en contra de millones de personas que por una u otra razón se encuentran en una posición de vulnerabilidad.

Visto desde otra perspectiva, no me queda duda de que el tema de la discriminación constituye uno de los pocos asuntos de la agenda nacional en donde la participación e involucramiento de la sociedad es clave. De hecho, en gran medida, en las manos de millones de mexicanos radica la posibilidad de empezar a revertir las prácticas discriminatorias.

Ciertamente, vivimos en un país en donde las y los ciudadanos han dado muestras de su vocación democrática; pero también somos una Nación en donde nosotros mismos, consciente o inconscientemente, discriminamos por una infinidad de motivos.

Los invito a reflexionar en torno a lo que podemos hacer en nuestro entorno inmediato. Contribuyamos a valorar y respetar la condición, la dignidad y los derechos de aquellas mexicanas y mexicanos que se encuentran en desventaja.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación.


Aún recordamos que, hace poco más de un año, el gobierno de Donald Trump emprendió una serie de insultos y tratos discriminatorios en contra de los migrantes mexicanos. En ese entonces, desde el Presidente Peña Nieto, gobernadores, legisladores, analistas y líderes de opinión, dirigentes partidistas y, hasta los aspirantes a la Presidencia, no dudaron en sumar sus voces para condenar y rechazar dichas acciones.

Hoy, tras conocerse los datos sobre la discriminación que mujeres y hombres, de todas las edades, viven en carne propia, precisamente en México, en nuestro propio país, sólo hemos visto silencio e indiferencia por todas partes.

La semana pasada se publicaron las conclusiones de la “Encuesta Nacional de Discriminación”, que de manera conjunta realizaron el INEGI, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) y la UNAM. Comparto con todos ustedes algunos de los datos más relevantes:

El 53.8 por ciento de la población mayor de 18 años, es decir 5 de cada 10 personas, afirman haber sido discriminadas solamente por la simple apariencia. Esto es: por el tono de piel, peso, estatura y forma de vestir o arreglo personal.

Además, los aspectos de género, creencias religiosas, manera de hablar, lugar donde se vive y clase social, también aparecen como los principales factores de discriminación; vale la pena precisar que las mujeres son quienes más padecen esta situación.

Los sitios en donde más ocurren las prácticas discriminatorias son el trabajo, la escuela, la familia, los servicios médicos, las oficinas de gobierno, centros comerciales, bancos, el transporte público, las redes sociales y la calle; es decir, prácticamente en los principales ámbitos donde las personas llevan a cabo su vida cotidiana. Es difícil aceptar que en todos estos espacios aún se actúe en contra de los derechos de las personas.

Por diversas razones hemos asumido que los sectores indígenas y los grupos vulnerables (personas mayores, adolescentes, mujeres y jóvenes) están más propensos a ser discriminados. Efectivamente, no basta con encontrarse en una situación de desventaja respecto al resto de la sociedad, pues estos grupos viven la discriminación en los servicios médicos, el transporte público, la familia, la escuela y el trabajo.

Por si fuera poco: el 45 por ciento de mujeres mayores de 18 años ha padecido una situación en donde se le negó atención médica o medicamentos; 5 de cada 10 personas mayores opina que sus derechos se respetan “poco o nada”; 4 de cada 10 hombres no rentaría un cuarto de su vivienda a personas con SIDA o VIH; 9 de cada 10 trabajadoras domésticas no tienen prestaciones laborales; 7 de cada 10 personas con discapacidad considera que son rechazadas por la gente; más del 60% de la población mayor de 18 años está de acuerdo en que “la mayoría de las y los jóvenes son irresponsables”; y, las tres principales problemáticas que enfrentan las personas indígenas son: falta de empleo y de recursos económicos, así como de apoyos del gobierno mediante programas sociales.

En la Encuesta referida, aún quedan infinidad de factores y prejuicios por abordar, por lo que he intentado rescatar aquellos datos que dan cuenta de la situación que viven los grupos de la sociedad más afectados.

Tal parece que en el tema de la discriminación vivimos una grave contradicción.

Como lo señalé al principio de esta columna, somos capaces de rechazar y condenar la discriminación de compatriotas en Estados Unidos, pero no somos capaces de actuar con la misma contundencia para exigir un “ya basta” a la situación que, en nuestro propio país, viven millones de mexicanos por su condición, raza, religión, orientación sexual, etnia y condición física, social o económica.

Tenemos el valor de exigirle al presidente del país más poderoso del planeta que respete a las y los migrantes mexicanos; pero por otra parte, nos mostramos indiferentes ante la desgracia, el abandono o los excesos que se cometen en contra de millones de personas que por una u otra razón se encuentran en una posición de vulnerabilidad.

Visto desde otra perspectiva, no me queda duda de que el tema de la discriminación constituye uno de los pocos asuntos de la agenda nacional en donde la participación e involucramiento de la sociedad es clave. De hecho, en gran medida, en las manos de millones de mexicanos radica la posibilidad de empezar a revertir las prácticas discriminatorias.

Ciertamente, vivimos en un país en donde las y los ciudadanos han dado muestras de su vocación democrática; pero también somos una Nación en donde nosotros mismos, consciente o inconscientemente, discriminamos por una infinidad de motivos.

Los invito a reflexionar en torno a lo que podemos hacer en nuestro entorno inmediato. Contribuyamos a valorar y respetar la condición, la dignidad y los derechos de aquellas mexicanas y mexicanos que se encuentran en desventaja.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación.