/ jueves 30 de junio de 2022

Dolores sin frontera; Atotonilco y su certeza

Para haber iniciado todo en esta ciudad, sus trazos no tienen fronteras. Dolores, eres tan tenue, que en ti nada acaba y menos comienza. Tus calles lentamente se extienden hasta llegar a colinas desiertas; tus plazas se confunden con arterias citadinas. En medio de tus caminos, viendo al horizonte, las vías de piedra parecen extenderse al infinito. A los costados, un patrón de tiendas y puestos repetidos. Sus letreros en las mismas cartulinas verdes; venden cada cien pasos las mismas frutas. Entre ellos, puestos de ropa y, de tener suerte, un restaurante entero. Hasta el rumor de transeúntes se va imitando a si mismo. Cada tanto escucho las quejas repetidas y aprecio suspiros comunes. La cuna de nuestra patria está atrapada en sus cuentos. Pero, hoy la entiendo; sin sus límites inciertos, nuestra nación sería aún un sueño.

Desde el estacionamiento, Dolores es una tierra de intermedios. Me recibe una entrada diminuta a un patio de tierra. Las llantas del coche levantas ligeros indicios de polvo. Al salir, noto una casa al fondo; unas gallinas corren acompañadas de gatos domésticos. Aquí me estaciono, donde el negocio desconoce los límites del hogar. La naturaleza, a pesar de la tierra seca, corre libremente con plumas y pelaje. En la salida, un puesto de plantas que venden al que pase. Como si no fuera suficiente con los cuartos, coches y animales; otra forma de ingreso. Habré planeado quedarme en un garaje cualquiera, mas no creo la palabra encaje. Es representación de una ciudad sin limites en una nación testaruda. Las palabras no definen y la realidad nada logra.

El siguiente testimonio de tu tesón, Dolores, está a escasos pasos. Tus calles mismas se burlan de las divisiones. Hechas de piedra, unidas por algún cemento, poco hacen por facilitar el tránsito. Son estrechas, como en cada pueblo, pero además bailan libremente con sus lados. Las banquetas se combinan con la vía al pasar transeúntes en ambos costados. Son tan estrechas que, aún de querer respetarlas, uno debe bajar de vez en cuando. Sus esquinas, una vez precisas y rectas, se han ido desgastando. Cada día, alguien las roza; con los años las curvas habrán triunfado. Para empeorar la síntesis, los negocios entran al caos. Se expanden las tiendas a las banquetas y, muchas veces, llegan al territorio de carros. Son toldos comunes que retan a la organización concreta. ¿Quién dice que la calle es para manejar y no para hacer ventas? No importa lo que uno piensa; en Dolores todo vale pues no hay fronteras.

Lo único que rompe el patrón es un parque moderado donde los niños gritan y juegan. Sorprendentemente normal para una ciudad tan compleja. En medio, una estatua del primer héroe de esta tierra. A sus espaldas, el lugar que ha crecido con su fama. La parroquia de Dolores; donde la historia florece y la nación nace. Hasta su arquitectura desafía las fronteras. Dos rectángulos lizos de color anaranjado sin atractivo, coronados por campanarios antiguos de hermosos patrones. Entre ellas, el cuerpo de la iglesia grabado en tonos marrones. Ya de lejos se admiran sus detalles contradiciendo las bases tan planas que lo envuelven. Lo exagerado reunido con lo simple, haciendo caso omiso de distinciones.

Dolores, apenas llegamos a la mayor de tus tensiones. Tu famosa parroquia es conocida no por sus murales o sus creyentes; es meramente política lo que la mantiene presente. Es el cura Hidalgo parándose sobre de ella e invocando a un pueblo. Es el desafío de una nación contra el mundo; su eventual llamado de independencia. Graves brillos tenues de nuestro país naciente. La iglesia fue su cuna; la política la mantuvo presente. Solo puede uno imaginar la transformación instantánea que llegó en su momento. Otra frontera ignorada por gritos y descontentos. Fue por estas plazas que pasearon campesinos sin rumbo para hacerse en un ejercito. Escucharon del movimiento insurgente; uno a uno se fueron uniendo. Sin necesidad de armas formales, solo ideales. La falta de fronteras por fin sirvió a su pueblo. Antes solo confundía; ahora da algo de consuelo. Una guerra para todos iniciada en un templo hecho político. Le rodean calles que besan las aceras; cerca está el estacionamiento hermanado con gallinero.

Una harmonía entre el pueblo y su historia. La ambigüedad dio frutos y preparó soldados para la victoria. Tardarían años en lograrlo; serían enormes las pérdidas. Sin embargo, demostraron que el ciudadano común puede levantarse en armas; las colonias pueden gobernarse. Tal como en Dolores, no existen fronteras. Se requirió un pueblo borroso para dar vida a una nación concreta. Quizá exagero; quizá sea puro vanagloriar. Pero al pasear por sus calles, no puedo evitar estas ideas. Escribo lo que observo; encuentro patrones por doquier. Podré estar equivocado, pero algo de verdad tendré.

Dolores, aquí nace México entre tus sutiles cerros. De tu iglesia hecha podio, marchan lentas las nuevas tropas. El camino hoy se recorre en coche; entonces era una hazaña. De por medio, el marrón del piso se reúne con el de los troncos; las hojas oscurecen para seguir con las leves transiciones. Otro momento donde las fronteras desaparecen; poco logran. Al pasar las tropas de Hidalgo, van haciendo su destino sin importar lo que la conciencia dictara. Es el futuro de una nación definido por voluntad. Para otros será insensato, para México es la independencia.

A lo lejos, se entrevé otra parroquia. Afuera es grisácea; la visito de igual forma. Como el ejercito insurgente marchando en un mismo día, me desplazo a esta iglesia para imitar sus andares. Atotonilco; cuanto escondes y cuán lejos te encuentras. Por dentro, murales preciosos que evocan el encuentro de América con Europa. Aquí llegó el cura para hacerse de una bandera. Fue una tela con la virgen, hoy en día bajo cautela. En estos muros la guerra adquirió matices; de aquí emprendieron rumbo a la tragedia. Tantos años pasaron para que México triunfara; fueron tantas las miserias…

En los muros de esta iglesia, todo encuentra su definición. La irá, las penas de Dolores, se formaron en un gran batallón. Atotonilco que todo transformas; tus calles son más amplias y tus casas humildes. Si hace poco, dominaba lo incierto; la precisión es lo único que aparece en tus territorios. A un costado de tu iglesia, son tantas las placas que dicen lo mismo: «Aquí llegaron los insurgentes; de aquí salió la primera bandera». No hay espacio para error; la duda se disipa. Reino de lo certero, moldeaste un movimiento hacia las barbaries de la guerra.

Sentado a tus afueras, Atotonilco, te comparo con la hermana Dolores. En una, lo ambiguo dio fuerzas a un movimiento; en otra, una bandera le dio coherencia. Fuerzas compañeras de la humanidad; ciudades alternas de la historia. La primera recuerda como las fronteras son escasas; la segunda que son necesarias. ¿quién tiene razón? ¿alguna de ellas manda? Eso es para historiadores mejor. A mi me consta que son fuerzas parejas que trajeron al mundo el mismo país. La una, demostrando que todo es posible; la otra dándole dirección. Un balance perfecto; lo necesario para que México fuera nación.


Para haber iniciado todo en esta ciudad, sus trazos no tienen fronteras. Dolores, eres tan tenue, que en ti nada acaba y menos comienza. Tus calles lentamente se extienden hasta llegar a colinas desiertas; tus plazas se confunden con arterias citadinas. En medio de tus caminos, viendo al horizonte, las vías de piedra parecen extenderse al infinito. A los costados, un patrón de tiendas y puestos repetidos. Sus letreros en las mismas cartulinas verdes; venden cada cien pasos las mismas frutas. Entre ellos, puestos de ropa y, de tener suerte, un restaurante entero. Hasta el rumor de transeúntes se va imitando a si mismo. Cada tanto escucho las quejas repetidas y aprecio suspiros comunes. La cuna de nuestra patria está atrapada en sus cuentos. Pero, hoy la entiendo; sin sus límites inciertos, nuestra nación sería aún un sueño.

Desde el estacionamiento, Dolores es una tierra de intermedios. Me recibe una entrada diminuta a un patio de tierra. Las llantas del coche levantas ligeros indicios de polvo. Al salir, noto una casa al fondo; unas gallinas corren acompañadas de gatos domésticos. Aquí me estaciono, donde el negocio desconoce los límites del hogar. La naturaleza, a pesar de la tierra seca, corre libremente con plumas y pelaje. En la salida, un puesto de plantas que venden al que pase. Como si no fuera suficiente con los cuartos, coches y animales; otra forma de ingreso. Habré planeado quedarme en un garaje cualquiera, mas no creo la palabra encaje. Es representación de una ciudad sin limites en una nación testaruda. Las palabras no definen y la realidad nada logra.

El siguiente testimonio de tu tesón, Dolores, está a escasos pasos. Tus calles mismas se burlan de las divisiones. Hechas de piedra, unidas por algún cemento, poco hacen por facilitar el tránsito. Son estrechas, como en cada pueblo, pero además bailan libremente con sus lados. Las banquetas se combinan con la vía al pasar transeúntes en ambos costados. Son tan estrechas que, aún de querer respetarlas, uno debe bajar de vez en cuando. Sus esquinas, una vez precisas y rectas, se han ido desgastando. Cada día, alguien las roza; con los años las curvas habrán triunfado. Para empeorar la síntesis, los negocios entran al caos. Se expanden las tiendas a las banquetas y, muchas veces, llegan al territorio de carros. Son toldos comunes que retan a la organización concreta. ¿Quién dice que la calle es para manejar y no para hacer ventas? No importa lo que uno piensa; en Dolores todo vale pues no hay fronteras.

Lo único que rompe el patrón es un parque moderado donde los niños gritan y juegan. Sorprendentemente normal para una ciudad tan compleja. En medio, una estatua del primer héroe de esta tierra. A sus espaldas, el lugar que ha crecido con su fama. La parroquia de Dolores; donde la historia florece y la nación nace. Hasta su arquitectura desafía las fronteras. Dos rectángulos lizos de color anaranjado sin atractivo, coronados por campanarios antiguos de hermosos patrones. Entre ellas, el cuerpo de la iglesia grabado en tonos marrones. Ya de lejos se admiran sus detalles contradiciendo las bases tan planas que lo envuelven. Lo exagerado reunido con lo simple, haciendo caso omiso de distinciones.

Dolores, apenas llegamos a la mayor de tus tensiones. Tu famosa parroquia es conocida no por sus murales o sus creyentes; es meramente política lo que la mantiene presente. Es el cura Hidalgo parándose sobre de ella e invocando a un pueblo. Es el desafío de una nación contra el mundo; su eventual llamado de independencia. Graves brillos tenues de nuestro país naciente. La iglesia fue su cuna; la política la mantuvo presente. Solo puede uno imaginar la transformación instantánea que llegó en su momento. Otra frontera ignorada por gritos y descontentos. Fue por estas plazas que pasearon campesinos sin rumbo para hacerse en un ejercito. Escucharon del movimiento insurgente; uno a uno se fueron uniendo. Sin necesidad de armas formales, solo ideales. La falta de fronteras por fin sirvió a su pueblo. Antes solo confundía; ahora da algo de consuelo. Una guerra para todos iniciada en un templo hecho político. Le rodean calles que besan las aceras; cerca está el estacionamiento hermanado con gallinero.

Una harmonía entre el pueblo y su historia. La ambigüedad dio frutos y preparó soldados para la victoria. Tardarían años en lograrlo; serían enormes las pérdidas. Sin embargo, demostraron que el ciudadano común puede levantarse en armas; las colonias pueden gobernarse. Tal como en Dolores, no existen fronteras. Se requirió un pueblo borroso para dar vida a una nación concreta. Quizá exagero; quizá sea puro vanagloriar. Pero al pasear por sus calles, no puedo evitar estas ideas. Escribo lo que observo; encuentro patrones por doquier. Podré estar equivocado, pero algo de verdad tendré.

Dolores, aquí nace México entre tus sutiles cerros. De tu iglesia hecha podio, marchan lentas las nuevas tropas. El camino hoy se recorre en coche; entonces era una hazaña. De por medio, el marrón del piso se reúne con el de los troncos; las hojas oscurecen para seguir con las leves transiciones. Otro momento donde las fronteras desaparecen; poco logran. Al pasar las tropas de Hidalgo, van haciendo su destino sin importar lo que la conciencia dictara. Es el futuro de una nación definido por voluntad. Para otros será insensato, para México es la independencia.

A lo lejos, se entrevé otra parroquia. Afuera es grisácea; la visito de igual forma. Como el ejercito insurgente marchando en un mismo día, me desplazo a esta iglesia para imitar sus andares. Atotonilco; cuanto escondes y cuán lejos te encuentras. Por dentro, murales preciosos que evocan el encuentro de América con Europa. Aquí llegó el cura para hacerse de una bandera. Fue una tela con la virgen, hoy en día bajo cautela. En estos muros la guerra adquirió matices; de aquí emprendieron rumbo a la tragedia. Tantos años pasaron para que México triunfara; fueron tantas las miserias…

En los muros de esta iglesia, todo encuentra su definición. La irá, las penas de Dolores, se formaron en un gran batallón. Atotonilco que todo transformas; tus calles son más amplias y tus casas humildes. Si hace poco, dominaba lo incierto; la precisión es lo único que aparece en tus territorios. A un costado de tu iglesia, son tantas las placas que dicen lo mismo: «Aquí llegaron los insurgentes; de aquí salió la primera bandera». No hay espacio para error; la duda se disipa. Reino de lo certero, moldeaste un movimiento hacia las barbaries de la guerra.

Sentado a tus afueras, Atotonilco, te comparo con la hermana Dolores. En una, lo ambiguo dio fuerzas a un movimiento; en otra, una bandera le dio coherencia. Fuerzas compañeras de la humanidad; ciudades alternas de la historia. La primera recuerda como las fronteras son escasas; la segunda que son necesarias. ¿quién tiene razón? ¿alguna de ellas manda? Eso es para historiadores mejor. A mi me consta que son fuerzas parejas que trajeron al mundo el mismo país. La una, demostrando que todo es posible; la otra dándole dirección. Un balance perfecto; lo necesario para que México fuera nación.


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