/ domingo 5 de enero de 2020

Don Bosco y su pedagogía revivificadora 

Siglo XIX: Turín es el epicentro del movimiento que habrá de buscar la unidad italiana. Reino del que será su primera capital (1861 a 1865), mientras los gérmenes del liberalismo y socialismo se incuban en su seno. Pero es también escenario donde la revolución industrial irrumpe, proyectándose al norte de Italia, provocando una vertiginosa crisis agraria y mutación político-económica de la ciudad que generará un poderoso impacto social en la niñez y juventud turinesas, a las que reduce a condiciones de extrema vulnerabilidad.

En este contexto nació Giovanni Bosco y fue, sin duda, la causa principal que le hizo desarrollar un sistema educativo alterno por el cual remediar la situación de marginalidad creciente que enfrentaban no solo los niños y jóvenes del Piamonte, sino todos aquellos pertenecientes a una sociedad atrapada por la febril e incipiente industrialización. Modelo que se convertiría en uno de los más importantes y visionarios de la época contemporánea. Lo llamó “Sistema Preventivo Salesiano”, inspirado en san Francisco de Sales. Su inicio tuvo lugar el 8 de diciembre de 1841 cuando, recién ordenado, tomó por alumno al adolescente Bartolomé Garelli, al ver que los sacerdotes lo expulsaban de la iglesia. Al paso del tiempo, sus alumnos se contarían por miles. Su objetivo era dotar de principios y educación a los niños y jóvenes pobres y excluidos de la sociedad, para que pudieran valerse por sí mismos y no ser víctimas de la sociedad ni de la explotación laboral de la naciente industrialización. De ahí su carácter preventivo y que la formación que inculcaba fuera integral. Consolaba a los jóvenes presos, vigilaba que los que trabajaban no fueran objeto de abuso, supervisando los contratos de aprendizaje que suscribían para que las condiciones fueran dignas. Tarea de la que nadie hasta entonces se había ocupado, logrando que su sistema tuviera una trascendencia más allá del ámbito educativo.

Frente al sistema “represivo” predominante, Don Bosco estableció como postulados de su sistema: la razón, la religión y el amor (amorevolezza). Proscribió todo castigo y apeló a la caridad concebida por san Pablo: benigna, paciente, amable, generosa, humilde, fundada en la verdad, la fe y la esperanza. A los educadores les recomendaba ser modelos de moralidad, constituirse en padres y hermanos de sus alumnos –que en su mayoría carecían de familia- y consagrarse en su bien, evitando “como a la peste” todo apego distinto, pues decía: “el desliz de uno solo puede comprometer a un instituto educativo”.

El núcleo de su modelo era el “oratorio” -el primero lo estableció en el barrio turinés de Valdocco-, que fungía como escuela, iglesia y patio: espacio central en el que impulsaba a los jóvenes marginados a expresarse a través de diferentes lenguajes en busca de mensajes que les permitieran alcanzar su desarrollo personal. Los jóvenes se formaban en valores, interactuaban, se capacitaban para el trabajo, jugaban, practicaban gimnasia, realizaban paseos, se fomentaba su alegría y, a través del teatro, eran instruidos moral, intelectual y religiosamente. Era crucial mantenerlos ocupados. Un siglo después, Umberto Eco -salesiano de formación-, reconocería que Don Bosco realizó en el marco de la comunicación una gran revolución, al haber materializado a través del oratorio “un nuevo modo de estar juntos”, redimensionando a la comunicación desde una perspectiva social.

Sin embargo, el alma del oratorio y de su sistema educativo era la música. Don Bosco lo decía: “un oratorio sin música es como un cuerpo sin alma”. De ahí su entusiasmo por la enseñanza musical grupal, de coros y bandas, que lo mismo interpretaban música popular que sacra. Desde su perspectiva pedagógica, el arte musical toca al corazón y al pensamiento de la niñez y juventud, elevándolos y ennobleciéndolos. Por eso su presencia en la educación es fundamental.

En 1854, fundó la Congregación Salesiana y en 1872, la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora: su misión necesitaba extenderse y perdurar mientras la marginalidad, la pobreza y la vulnerabilidad de los menores existieran. Niñez y juventud a las que dedicó su vida entera y por quienes escribió más de 20 mil cartas y de 400 obras, entre libros, textos didácticos, opúsculos, biografías como la de Domingo Savio, ensayos, piezas breves de teatro y oraciones, convirtiéndose en un notable impulsor de la edición de publicaciones periódicas para promover la instrucción y lectura en conjunto.

Casi dos siglos han pasado desde entonces: la realidad no es diferente. Por ello, muy aparte del tema religioso, debemos volver los ojos a los grandes modelos pedagógicos que de la educación han hecho elemento esencial para la transformación de las nuevas generaciones.

El sueño humanista, amorevolente y revivificador de Don Bosco fue lograr “la salvación de la juventud”. El día que compartamos su sueño, contribuiremos a construir la posibilidad de un mundo mejor.

bettyzanolli@hotmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli

Siglo XIX: Turín es el epicentro del movimiento que habrá de buscar la unidad italiana. Reino del que será su primera capital (1861 a 1865), mientras los gérmenes del liberalismo y socialismo se incuban en su seno. Pero es también escenario donde la revolución industrial irrumpe, proyectándose al norte de Italia, provocando una vertiginosa crisis agraria y mutación político-económica de la ciudad que generará un poderoso impacto social en la niñez y juventud turinesas, a las que reduce a condiciones de extrema vulnerabilidad.

En este contexto nació Giovanni Bosco y fue, sin duda, la causa principal que le hizo desarrollar un sistema educativo alterno por el cual remediar la situación de marginalidad creciente que enfrentaban no solo los niños y jóvenes del Piamonte, sino todos aquellos pertenecientes a una sociedad atrapada por la febril e incipiente industrialización. Modelo que se convertiría en uno de los más importantes y visionarios de la época contemporánea. Lo llamó “Sistema Preventivo Salesiano”, inspirado en san Francisco de Sales. Su inicio tuvo lugar el 8 de diciembre de 1841 cuando, recién ordenado, tomó por alumno al adolescente Bartolomé Garelli, al ver que los sacerdotes lo expulsaban de la iglesia. Al paso del tiempo, sus alumnos se contarían por miles. Su objetivo era dotar de principios y educación a los niños y jóvenes pobres y excluidos de la sociedad, para que pudieran valerse por sí mismos y no ser víctimas de la sociedad ni de la explotación laboral de la naciente industrialización. De ahí su carácter preventivo y que la formación que inculcaba fuera integral. Consolaba a los jóvenes presos, vigilaba que los que trabajaban no fueran objeto de abuso, supervisando los contratos de aprendizaje que suscribían para que las condiciones fueran dignas. Tarea de la que nadie hasta entonces se había ocupado, logrando que su sistema tuviera una trascendencia más allá del ámbito educativo.

Frente al sistema “represivo” predominante, Don Bosco estableció como postulados de su sistema: la razón, la religión y el amor (amorevolezza). Proscribió todo castigo y apeló a la caridad concebida por san Pablo: benigna, paciente, amable, generosa, humilde, fundada en la verdad, la fe y la esperanza. A los educadores les recomendaba ser modelos de moralidad, constituirse en padres y hermanos de sus alumnos –que en su mayoría carecían de familia- y consagrarse en su bien, evitando “como a la peste” todo apego distinto, pues decía: “el desliz de uno solo puede comprometer a un instituto educativo”.

El núcleo de su modelo era el “oratorio” -el primero lo estableció en el barrio turinés de Valdocco-, que fungía como escuela, iglesia y patio: espacio central en el que impulsaba a los jóvenes marginados a expresarse a través de diferentes lenguajes en busca de mensajes que les permitieran alcanzar su desarrollo personal. Los jóvenes se formaban en valores, interactuaban, se capacitaban para el trabajo, jugaban, practicaban gimnasia, realizaban paseos, se fomentaba su alegría y, a través del teatro, eran instruidos moral, intelectual y religiosamente. Era crucial mantenerlos ocupados. Un siglo después, Umberto Eco -salesiano de formación-, reconocería que Don Bosco realizó en el marco de la comunicación una gran revolución, al haber materializado a través del oratorio “un nuevo modo de estar juntos”, redimensionando a la comunicación desde una perspectiva social.

Sin embargo, el alma del oratorio y de su sistema educativo era la música. Don Bosco lo decía: “un oratorio sin música es como un cuerpo sin alma”. De ahí su entusiasmo por la enseñanza musical grupal, de coros y bandas, que lo mismo interpretaban música popular que sacra. Desde su perspectiva pedagógica, el arte musical toca al corazón y al pensamiento de la niñez y juventud, elevándolos y ennobleciéndolos. Por eso su presencia en la educación es fundamental.

En 1854, fundó la Congregación Salesiana y en 1872, la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora: su misión necesitaba extenderse y perdurar mientras la marginalidad, la pobreza y la vulnerabilidad de los menores existieran. Niñez y juventud a las que dedicó su vida entera y por quienes escribió más de 20 mil cartas y de 400 obras, entre libros, textos didácticos, opúsculos, biografías como la de Domingo Savio, ensayos, piezas breves de teatro y oraciones, convirtiéndose en un notable impulsor de la edición de publicaciones periódicas para promover la instrucción y lectura en conjunto.

Casi dos siglos han pasado desde entonces: la realidad no es diferente. Por ello, muy aparte del tema religioso, debemos volver los ojos a los grandes modelos pedagógicos que de la educación han hecho elemento esencial para la transformación de las nuevas generaciones.

El sueño humanista, amorevolente y revivificador de Don Bosco fue lograr “la salvación de la juventud”. El día que compartamos su sueño, contribuiremos a construir la posibilidad de un mundo mejor.

bettyzanolli@hotmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli