/ martes 9 de octubre de 2018

Donald Trump y la aristocracia del fraude

Resulta que puede que no le haya hecho justicia al presidente Donald Trump.

Verán, siempre he dudado de sus afirmaciones de que es un gran negociador de acuerdos. Sin embargo, nos acabamos de enterar de que sus dotes negociadoras comenzaron a temprana edad. De hecho, fueron tan impresionantes que ya ganaba 200 mil dólares al año en dólares actuales a una muy corta edad.

En realidad la familia cometió fraude fiscal a gran escala, usando diversas técnicas de lavado de dinero para evitar pagar lo que debía.

Sin embargo, la historia del dinero de Trump es parte de otra más amplia. Hasta hace poco, mi suposición era que la mayoría de los economistas, incluso los expertos fiscales, habrían estado de acuerdo en que la elusión fiscal de las empresas y los ricos —que es legal e implica el uso de las leyes fiscales para reducir la carga impositiva— era un problema importante, pero que la evasión fiscal —ocultar dinero al recaudador— era un problema menor.

Hace dos años, un enorme golpe de suerte apareció en forma de los papeles de Panamá, un tesoro de datos filtrados desde un bufete jurídico panameño especializado en ayudar a la gente a ocultar su riqueza en paraísos fiscales, y una filtración más pequeña desde HSBC.

Aunque los detalles desabridos revelados por esas filtraciones llegaron de inmediato a los encabezados, su verdadero significado sólo ha quedado claro con el trabajo que hicieron Gabriel Zucman de la Universidad de California en Berkeley y sus colegas en colaboración con las autoridades fiscales escandinavas.

Al hacer coincidir la información de los papeles de Panamá y otras filtraciones con los datos fiscales nacionales, los investigadores descubrieron que la evasión fiscal descarada es grande entre los más ricos.

Los verdaderamente ricos acaban pagando una tasa impositiva efectiva mucho más baja que los simplemente ricos, no debido a los vacíos en las leyes fiscales, sino porque violan la ley.

Los contribuyentes más ricos, descubrieron los investigadores, pagan en promedio 25% menos de lo que deben, y claro, muchos individuos pagan incluso menos que eso.

Se trata de una cantidad considerable. Si los ricos de Estados Unidos evaden impuestos en la misma medida (cosa que seguramente hacen), tal vez le cuestan al gobierno tanto como el programa de cupones de alimentos.

Además, están usando la evasión fiscal para así atrincherarse en sus privilegios y pasarlos a sus herederos, que es la verdadera noticia de Donald Trump.

La pregunta obvia es ¿qué están haciendo nuestros representantes electos con esta epidemia de defraudación?

Bueno, los republicanos en el Congreso han estado en ello desde hace años: de manera sistemática han reducido el financiamiento del Servicio de Rentas Internas, para paralizar su capacidad de investigar la defraudación fiscal. No sólo nos gobiernan evasores fiscales; tenemos un gobierno de evasores fiscales para evasores fiscales.

Resulta que puede que no le haya hecho justicia al presidente Donald Trump.

Verán, siempre he dudado de sus afirmaciones de que es un gran negociador de acuerdos. Sin embargo, nos acabamos de enterar de que sus dotes negociadoras comenzaron a temprana edad. De hecho, fueron tan impresionantes que ya ganaba 200 mil dólares al año en dólares actuales a una muy corta edad.

En realidad la familia cometió fraude fiscal a gran escala, usando diversas técnicas de lavado de dinero para evitar pagar lo que debía.

Sin embargo, la historia del dinero de Trump es parte de otra más amplia. Hasta hace poco, mi suposición era que la mayoría de los economistas, incluso los expertos fiscales, habrían estado de acuerdo en que la elusión fiscal de las empresas y los ricos —que es legal e implica el uso de las leyes fiscales para reducir la carga impositiva— era un problema importante, pero que la evasión fiscal —ocultar dinero al recaudador— era un problema menor.

Hace dos años, un enorme golpe de suerte apareció en forma de los papeles de Panamá, un tesoro de datos filtrados desde un bufete jurídico panameño especializado en ayudar a la gente a ocultar su riqueza en paraísos fiscales, y una filtración más pequeña desde HSBC.

Aunque los detalles desabridos revelados por esas filtraciones llegaron de inmediato a los encabezados, su verdadero significado sólo ha quedado claro con el trabajo que hicieron Gabriel Zucman de la Universidad de California en Berkeley y sus colegas en colaboración con las autoridades fiscales escandinavas.

Al hacer coincidir la información de los papeles de Panamá y otras filtraciones con los datos fiscales nacionales, los investigadores descubrieron que la evasión fiscal descarada es grande entre los más ricos.

Los verdaderamente ricos acaban pagando una tasa impositiva efectiva mucho más baja que los simplemente ricos, no debido a los vacíos en las leyes fiscales, sino porque violan la ley.

Los contribuyentes más ricos, descubrieron los investigadores, pagan en promedio 25% menos de lo que deben, y claro, muchos individuos pagan incluso menos que eso.

Se trata de una cantidad considerable. Si los ricos de Estados Unidos evaden impuestos en la misma medida (cosa que seguramente hacen), tal vez le cuestan al gobierno tanto como el programa de cupones de alimentos.

Además, están usando la evasión fiscal para así atrincherarse en sus privilegios y pasarlos a sus herederos, que es la verdadera noticia de Donald Trump.

La pregunta obvia es ¿qué están haciendo nuestros representantes electos con esta epidemia de defraudación?

Bueno, los republicanos en el Congreso han estado en ello desde hace años: de manera sistemática han reducido el financiamiento del Servicio de Rentas Internas, para paralizar su capacidad de investigar la defraudación fiscal. No sólo nos gobiernan evasores fiscales; tenemos un gobierno de evasores fiscales para evasores fiscales.