/ domingo 16 de junio de 2019

¿Dónde está la verdad?

Vivimos en un mundo ávido de verdad, pero entre más la buscamos, más huye ésta de nosotros.

Hace 120 años, Gustav Klimt escandalizó al mundo -sobre todo a la sociedad vienesa- con su subversiva obra pictórica Nuda veritas (La verdad desnuda), en la que una sensual mujer desnuda, cubierta solo por su abundante cabellera pelirroja adornada con blancas margaritas, aparece sosteniendo un nacarado “espejo de la verdad”, en tanto que en la parte superior se lee la frase de Schiller: “Si no puedes agradar a todos con tus méritos y tu arte, agrada a pocos. Agradar a muchos es malo”. Paradójico ¿no es cierto? ¿Acaso para Klimt aún la verdad no necesariamente puede ser comprendida y reconocida por todos? O bien ¿hay que pagar un precio por acceder a ella? El aserto quedaba planteado. Para resolverlo, hay que acudir a la amplia historia escrita al respecto.

En Francia, a principios del siglo XIX, nuevas tendencias artísticas emergieron desde el seno romántico inspiradas ahora de la realidad, la naturaleza y el simbolismo, entre cuyos exponentes destacaron Flaubert, Balzac, Zolá y Stendhal, mientras en Suecia se sumaba a ellas el gran dramaturgo H. Ibsen. Sin embargo, para mediados del siglo XIX, el impacto del realismo y naturalismo en Italia detonarán la eclosión de un movimiento artístico propio de enorme envergadura, su nombre: verismo. La corriente en pos de la verdad, esa verità cuya búsqueda atrajo lo mismo a literatos como G. Rovetta, G. Giacosa y, sobre todo, el siciliano Giovanni Verga, que incendió a compositores del género operístico.

A partir de allí, el verismo compartirá una misma historia con el movimiento nacionalista del Risorgimento, del cual Giuseppe Verdi -el emblemático símbolo de la unificación italiana- se erigirá como el primer gran exponente y La Traviata -inspirada en el drama de A. Dumas con libreto de Franceso M. Piave y estrenada en 1853 en el Teatro La Fenice de Venecia-, en la primera ópera verista. Verismo cuya cumbre habrán de encarnarla más tarde tres compositores: Pietro Mascagni, Ruggiero Leoncavallo y Giacomo Puccini. Mascagni con su ópera Cavalleria Rusticana, inspirada precisamente de la novela homónima de Verga, con libreto de G. Menasci y G. Targionni-Tozzetti, al abordar los profundos códigos de honor sicilianos y confrontar las pasiones de sus personajes. Puccini al desnudarnos en sus óperas el alma de sus heroínas. Leoncavallo, al habernos ofrendado en la ópera Pagliacci -con libreto suyo e inspirada en la historia de la vida real de la que tomó conocimiento por su padre que fue juez- lo que podríamos denominar es el “Credo verista”, plasmado en su célebre “Prólogo”, del cual me permito transcribir las siguientes líneas:

“Soy el Prólogo. En escena, otra vez, las antiguas máscaras introduce el autor … y a ustedes me envía, de nuevo. No para decirles, como antes: ‘¡Las lágrimas que derramamos son falsas!¡De los sufrimientos de nuestros mártires no se alarmen!’ No, no. El autor, al contrario, ha intentado aprehender un trozo natural de la vida. Su máxima es que el artista es un hombre y, es para él, como tal, para quien debe escribir. Por ello se inspira en la realidad… Un nido de recuerdos, en el fondo de su alma, un día decidió cantar, y, con lágrimas verdaderas los escribió y, suspiros y sollozos le marcaban el compás. Así, verán amar, tal como se aman los seres humanos, verán del odio los tristes frutos. De dolor, espasmos, ¡gritos de rabia oirán, y cínicas risas! Y, ustedes, más que nuestros pobres gabanes de histriones, nuestras almas consideren, pues somos hombres y mujeres de carne y hueso, y de este huérfano mundo, como ustedes, respiramos igual aire! El concepto les he dicho; ahora, escuchen cómo se desenvuelve”.

¡Insuperable la descripción verista leoncavalliana!

A este punto, los elementos para resolver el enigma de La verdad desnuda están dados. Para ello, debemos leer la descripción que de la novela plasmó Stendhal, cuando la declara “espejo que se pasea por un camino real. Tan pronto refleja el cielo azul como el fango de los cenagales del camino. El hombre que lleva el espejo será acusado por vosotros de inmoral. ¡El espejo refleja el fango y acusáis al espejo! Acusad más bien a la carretera en que está el cenagal, o mejor aún, al inspector de caminos, que permite que el agua se encharque y lo forme”.

\u0009Erigido el espejo como símbolo de la verdad: ese anhelo humano, de los más antiguos y universales y que hemos creído inalcanzable, la revelación queda al descubierto y la figura femenina nos lo pone delante. Justo en el espejo está la verdad, en su reflejo, y al reflejarnos éste, llegamos a una conclusión: la verdad está en nosotros porque mora en nuestro interior.

bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli


Vivimos en un mundo ávido de verdad, pero entre más la buscamos, más huye ésta de nosotros.

Hace 120 años, Gustav Klimt escandalizó al mundo -sobre todo a la sociedad vienesa- con su subversiva obra pictórica Nuda veritas (La verdad desnuda), en la que una sensual mujer desnuda, cubierta solo por su abundante cabellera pelirroja adornada con blancas margaritas, aparece sosteniendo un nacarado “espejo de la verdad”, en tanto que en la parte superior se lee la frase de Schiller: “Si no puedes agradar a todos con tus méritos y tu arte, agrada a pocos. Agradar a muchos es malo”. Paradójico ¿no es cierto? ¿Acaso para Klimt aún la verdad no necesariamente puede ser comprendida y reconocida por todos? O bien ¿hay que pagar un precio por acceder a ella? El aserto quedaba planteado. Para resolverlo, hay que acudir a la amplia historia escrita al respecto.

En Francia, a principios del siglo XIX, nuevas tendencias artísticas emergieron desde el seno romántico inspiradas ahora de la realidad, la naturaleza y el simbolismo, entre cuyos exponentes destacaron Flaubert, Balzac, Zolá y Stendhal, mientras en Suecia se sumaba a ellas el gran dramaturgo H. Ibsen. Sin embargo, para mediados del siglo XIX, el impacto del realismo y naturalismo en Italia detonarán la eclosión de un movimiento artístico propio de enorme envergadura, su nombre: verismo. La corriente en pos de la verdad, esa verità cuya búsqueda atrajo lo mismo a literatos como G. Rovetta, G. Giacosa y, sobre todo, el siciliano Giovanni Verga, que incendió a compositores del género operístico.

A partir de allí, el verismo compartirá una misma historia con el movimiento nacionalista del Risorgimento, del cual Giuseppe Verdi -el emblemático símbolo de la unificación italiana- se erigirá como el primer gran exponente y La Traviata -inspirada en el drama de A. Dumas con libreto de Franceso M. Piave y estrenada en 1853 en el Teatro La Fenice de Venecia-, en la primera ópera verista. Verismo cuya cumbre habrán de encarnarla más tarde tres compositores: Pietro Mascagni, Ruggiero Leoncavallo y Giacomo Puccini. Mascagni con su ópera Cavalleria Rusticana, inspirada precisamente de la novela homónima de Verga, con libreto de G. Menasci y G. Targionni-Tozzetti, al abordar los profundos códigos de honor sicilianos y confrontar las pasiones de sus personajes. Puccini al desnudarnos en sus óperas el alma de sus heroínas. Leoncavallo, al habernos ofrendado en la ópera Pagliacci -con libreto suyo e inspirada en la historia de la vida real de la que tomó conocimiento por su padre que fue juez- lo que podríamos denominar es el “Credo verista”, plasmado en su célebre “Prólogo”, del cual me permito transcribir las siguientes líneas:

“Soy el Prólogo. En escena, otra vez, las antiguas máscaras introduce el autor … y a ustedes me envía, de nuevo. No para decirles, como antes: ‘¡Las lágrimas que derramamos son falsas!¡De los sufrimientos de nuestros mártires no se alarmen!’ No, no. El autor, al contrario, ha intentado aprehender un trozo natural de la vida. Su máxima es que el artista es un hombre y, es para él, como tal, para quien debe escribir. Por ello se inspira en la realidad… Un nido de recuerdos, en el fondo de su alma, un día decidió cantar, y, con lágrimas verdaderas los escribió y, suspiros y sollozos le marcaban el compás. Así, verán amar, tal como se aman los seres humanos, verán del odio los tristes frutos. De dolor, espasmos, ¡gritos de rabia oirán, y cínicas risas! Y, ustedes, más que nuestros pobres gabanes de histriones, nuestras almas consideren, pues somos hombres y mujeres de carne y hueso, y de este huérfano mundo, como ustedes, respiramos igual aire! El concepto les he dicho; ahora, escuchen cómo se desenvuelve”.

¡Insuperable la descripción verista leoncavalliana!

A este punto, los elementos para resolver el enigma de La verdad desnuda están dados. Para ello, debemos leer la descripción que de la novela plasmó Stendhal, cuando la declara “espejo que se pasea por un camino real. Tan pronto refleja el cielo azul como el fango de los cenagales del camino. El hombre que lleva el espejo será acusado por vosotros de inmoral. ¡El espejo refleja el fango y acusáis al espejo! Acusad más bien a la carretera en que está el cenagal, o mejor aún, al inspector de caminos, que permite que el agua se encharque y lo forme”.

\u0009Erigido el espejo como símbolo de la verdad: ese anhelo humano, de los más antiguos y universales y que hemos creído inalcanzable, la revelación queda al descubierto y la figura femenina nos lo pone delante. Justo en el espejo está la verdad, en su reflejo, y al reflejarnos éste, llegamos a una conclusión: la verdad está en nosotros porque mora en nuestro interior.

bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli