/ viernes 23 de septiembre de 2022

Dónde ponemos nuestra confianza  

La confianza es un valor, y como todo lo que es valioso, debemos invertirlo bien para que pueda multiplicarse y no se agote fácilmente. De la confianza se dice que uno tarda años en establecerla y se pierde en un instante, de ahí la importancia de que, como sociedad, decidamos dónde y en quién la vamos a depositar para arreglar nuestros problemas.

En este momento, la mejor inversión en confianza que podemos hacer está en la construcción de la paz en el país. Para ello se necesita continuar con una estrategia que arroja resultados, porque la tendencia de los principales delitos de índole federal, y varios del fuero común, es hacia la baja, entre ellos el sensible que corresponde a los homicidios dolosos.

La coordinación diaria que tiene la estructura de seguridad a nivel nacional permite que la prevención, la operación y la reacción, estén alineadas en un mismo objetivo. Dislocar esta forma de trabajo podrá explicarse en otros ámbitos de la vida pública de nuestra nación, pero no tiene fundamento cuando hablamos de garantizar la tranquilidad en las calles, en las colonias y en los municipios.

Se apela mucho a proceder con responsabilidad cuando tocamos asuntos delicados para el futuro de México, éste es uno de los más relevantes, y tiene que llevarnos a una decisión social de apoyar un rumbo que nos acerca a ganar la paz.

Cada quién tiene el derecho de disentir o simpatizar con el proyecto de gobierno que propone una política pública, solo que la realidad es una, y el tiempo perdido en capacitar, certificar y profesionalizar a cuerpos policiacos que, antes y ahora, son insuficientes para enfrentar al crimen, exige que confiemos como ciudadanos en las instituciones que sí cuentan con la formación para consolidar esta estrategia, respetando derechos e integridad de las personas, sin abusos y sin represión.

Lo que se debata en otras esferas de nuestra sociedad, los intereses que las mueven o el uso de los datos a conveniencia, no cambia el hecho de que en los municipios donde se concentra la violencia, y en los que sus ciudadanos demandan todos los días un freno a los delitos, la presencia de la Guardia Nacional y de las Fuerzas Armadas sea indispensable.

Podríamos consultar a esas poblaciones sobre la propuesta de retirar a los elementos de estas instituciones y esperar a que ocurra la profesionalización de las policías, aunque ya sepamos la respuesta: nadie quiere que se vayan los efectivos de la Guardia Nacional o del Ejército y la Marina. No por conformismo para que la situación no empeore, sino por el cambio de enfoque que ha hecho que la confianza en estas instituciones crezca.

Si en algún momento tenemos que confiar en este camino, ese es ahora. Nadie puede negar que hoy la percepción sobre las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional es distinta a cuando llevaban a cabo tareas que estaban enmarcadas en un contexto de guerra, sin un sustento jurídico para realizar tareas de seguridad pública y en franco enfrentamiento con organizaciones delictivas que, de manera cobarde, colocaban al frente a las y los más jóvenes como carne de cañón, mientras los líderes gozaban de la impunidad que dan los arreglos con malas autoridades que se corrompieron hasta el más alto nivel.

Y hay otro elemento fundamental que acompaña este cambio: la atención directa y constante a las causas que provocan la incorporación al crimen, en particular de la población más joven es la base de sus recursos humanos.

Es decir, se trabaja para atacar de raíz el problema de la violencia, mejorar las condiciones de vida de la mayoría y utilizar a favor de la gente la capacidad de aquellos que tienen la preparación necesaria para inhibir, enfrentar y perseguir a quienes han hecho del delito una forma de obtener dinero y poder, gracias a relaciones de corrupción que llevan años de haberse establecido en perjuicio de todos nosotros.

No es una apuesta, ni tampoco un tema de preferencias, es la toma de decisiones (como no se había hecho antes) para darle solución a un problema enorme y resolverlo por medio de la paz y de la tranquilidad. Aquí es donde debemos poner nuestra confianza.

La confianza es un valor, y como todo lo que es valioso, debemos invertirlo bien para que pueda multiplicarse y no se agote fácilmente. De la confianza se dice que uno tarda años en establecerla y se pierde en un instante, de ahí la importancia de que, como sociedad, decidamos dónde y en quién la vamos a depositar para arreglar nuestros problemas.

En este momento, la mejor inversión en confianza que podemos hacer está en la construcción de la paz en el país. Para ello se necesita continuar con una estrategia que arroja resultados, porque la tendencia de los principales delitos de índole federal, y varios del fuero común, es hacia la baja, entre ellos el sensible que corresponde a los homicidios dolosos.

La coordinación diaria que tiene la estructura de seguridad a nivel nacional permite que la prevención, la operación y la reacción, estén alineadas en un mismo objetivo. Dislocar esta forma de trabajo podrá explicarse en otros ámbitos de la vida pública de nuestra nación, pero no tiene fundamento cuando hablamos de garantizar la tranquilidad en las calles, en las colonias y en los municipios.

Se apela mucho a proceder con responsabilidad cuando tocamos asuntos delicados para el futuro de México, éste es uno de los más relevantes, y tiene que llevarnos a una decisión social de apoyar un rumbo que nos acerca a ganar la paz.

Cada quién tiene el derecho de disentir o simpatizar con el proyecto de gobierno que propone una política pública, solo que la realidad es una, y el tiempo perdido en capacitar, certificar y profesionalizar a cuerpos policiacos que, antes y ahora, son insuficientes para enfrentar al crimen, exige que confiemos como ciudadanos en las instituciones que sí cuentan con la formación para consolidar esta estrategia, respetando derechos e integridad de las personas, sin abusos y sin represión.

Lo que se debata en otras esferas de nuestra sociedad, los intereses que las mueven o el uso de los datos a conveniencia, no cambia el hecho de que en los municipios donde se concentra la violencia, y en los que sus ciudadanos demandan todos los días un freno a los delitos, la presencia de la Guardia Nacional y de las Fuerzas Armadas sea indispensable.

Podríamos consultar a esas poblaciones sobre la propuesta de retirar a los elementos de estas instituciones y esperar a que ocurra la profesionalización de las policías, aunque ya sepamos la respuesta: nadie quiere que se vayan los efectivos de la Guardia Nacional o del Ejército y la Marina. No por conformismo para que la situación no empeore, sino por el cambio de enfoque que ha hecho que la confianza en estas instituciones crezca.

Si en algún momento tenemos que confiar en este camino, ese es ahora. Nadie puede negar que hoy la percepción sobre las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional es distinta a cuando llevaban a cabo tareas que estaban enmarcadas en un contexto de guerra, sin un sustento jurídico para realizar tareas de seguridad pública y en franco enfrentamiento con organizaciones delictivas que, de manera cobarde, colocaban al frente a las y los más jóvenes como carne de cañón, mientras los líderes gozaban de la impunidad que dan los arreglos con malas autoridades que se corrompieron hasta el más alto nivel.

Y hay otro elemento fundamental que acompaña este cambio: la atención directa y constante a las causas que provocan la incorporación al crimen, en particular de la población más joven es la base de sus recursos humanos.

Es decir, se trabaja para atacar de raíz el problema de la violencia, mejorar las condiciones de vida de la mayoría y utilizar a favor de la gente la capacidad de aquellos que tienen la preparación necesaria para inhibir, enfrentar y perseguir a quienes han hecho del delito una forma de obtener dinero y poder, gracias a relaciones de corrupción que llevan años de haberse establecido en perjuicio de todos nosotros.

No es una apuesta, ni tampoco un tema de preferencias, es la toma de decisiones (como no se había hecho antes) para darle solución a un problema enorme y resolverlo por medio de la paz y de la tranquilidad. Aquí es donde debemos poner nuestra confianza.