/ viernes 25 de octubre de 2019

Ecología para salvar vidas; el caso del dengue

Por: Miguel Rubio Godoy (Inecol)

La ecología es el estudio de cuántos bichos y plantas hay, dónde están, por qué cambian su abundancia y dónde se encuentran. O como la definió el científico prusiano Ernst Haeckel al acuñar el término a fines del siglo XIX, es el estudio de la abundancia y la distribución de los seres vivos, y de cómo las interacciones entre los organismos y su entorno modifican estos dos parámetros.

Los ecólogos estudiamos justamente eso; aunque a veces pueda resultar curioso pues nos hacemos preguntas que se antojan muy extrañas. Por ejemplo: ¿Para qué sirve estudiar a los mosquitos? ¿A quién se le ocurre cronometrar el ciclo de vida de los insectos, determinando cuánto tardan en eclosionar los huevos, cuántos días son larvas y qué tan longevos son los adultos? ¿Dónde se distribuyen los insectos? ¿Qué impacto tiene la temperatura sobre el ciclo de vida o la distribución de los mosquitos?, etcétera.

Foto: Especial

Ahora que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha anunciado que hay brotes de dengue desde Brasil hasta México, y que en toda la región hay muchos más casos de enfermedad grave que en los dos años anteriores juntos, la información ecológica básica que antes parecía inútil, de pronto es relevante y de aplicación práctica.

Los datos de la OPS muestran que desde 2015 no habíamos experimentado una epidemia de dengue semejante: con datos a septiembre, en el continente se habían acumulado más casos que en cada uno de los años anteriores, y es probable que a fines de 2019 superemos el máximo histórico de hace un lustro, cuando se enfermaron cerca de 2.5 millones de personas.

Aparte de la dinámica de circulación de los cuatro tipos del virus causante del dengue, que presentan brotes cada cierto número de años, la ecología contribuye a explicar por qué ahora hay más probabilidad de contraer la enfermedad.

Conviene recordar que el virus del dengue es transmitido por la picadura de un par de mosquitos, en particular: Aedes aegypti y Aedes albopictus. Ambos mosquitos están adaptados al calor y por eso antes sólo ocurrían en zonas cercanas a las costas, en elevaciones inferiores a los 1,200 metros sobre el nivel del mar. Pero ahora con el cambio climático, en las zonas montañosas hace más calor y estos dos mosquitos se pueden encontrar en México hasta los 1,800 metros de elevación. Es decir, con el cambio de temperatura, se amplió notablemente la distribución de los insectos transmisores del dengue; y ahora se encuentran cotidianamente en poblados y ciudades donde hace poco tiempo no podían vivir: a más gente susceptible que picar, más infecciones.

Por si fuera poco, además de crear nuevas regiones donde picotear víctimas, el cambio climático también ha favorecido el brote de dengue, pues ahora la temporada de calor es más prolongada – en Xalapa, Veracruz, donde escribo estas líneas–, ha hecho calor desde marzo hasta ahora, que oficialmente ya es otoño. Aparte de que una más extensa temporada calurosa implica una mayor probabilidad de ser picado por un mosco infectado, en el caso del dengue hay un riesgo adicional: si una persona se infecta de dengue una segunda ocasión, es más probable que la infección se complique – y con un periodo caluroso de meses, es más fácil que una misma persona se infecte dos veces en el mismo año.

Foto: Especial

Con el trabajo ecológico también podemos modelar matemáticamente la distribución de los mosquitos, tanto la histórica (cuándo se quedaban más cerca de la costa), como la actual y, crucialmente, la potencial. Modelar significa, sobre un mapa con datos geográficos como la elevación, anotar datos ecológicos como la temperatura, la presencia y ausencia de una especie de mosquito dada, etcétera.

Y modelando la distribución de las dos especies de Aedes transmisoras con datos históricos y actuales, podemos predecir dónde podría haber moscos con el aumento en la temperatura (por citar un caso), lo que permite delinear mapas de riesgo que le sirven a las autoridades para prevenirse; por ejemplo, determinando las regiones en donde es importante iniciar campañas de prevención.

Los modelos de distribución son más correctos, entre más información ecológica se tenga: justamente, la información básica que cité al principio, como la tolerancia térmica de los moscos, la duración de su ciclo de vida, entre otras. Modelar la distribución de los mosquitos Aedes es importante no solo para prevenir y controlar el dengue, sino también Zika y Chikungunya, otras dos enfermedades virales distintas, pero transmitidas por los mismos mosquitos.

Y hablando de prevenir, mucho se ha discutido si las autoridades debieron haber fumigado para evitar el brote actual. La respuesta es compleja o muy sencilla. La sencilla es NO. La compleja nos lleva a considerar que el brote abarca la mitad del orbe, desde Brasil hasta México, donde se han aplicado distintas estrategias sanitarias y preventivas en sistemas políticos muy diferentes, lo cual evidencia que, de entrada, las autoridades no tienen mucho que ver con el desarrollo de la epidemia.

Respecto a la fumigación, también conviene considerar algunas cosas.

Una, que los pesticidas no son específicos para los mosquitos, sino que también se llevan de corbata a muchos otros insectos, como los polinizadores que, de por sí, están en declive.

Dos, que la fumigación actúa sobre los insectos adultos, pero no necesariamente sobre los huevos y las larvas – o sea que la aplicación de insecticidas disminuye la cantidad de insectos que pueden transmitir la infección, pero no la acaban–.

Y tres, que cada vez aparecen más mosquitos resistentes a los insecticidas usados habitualmente para fumigar.

Finalmente, conviene también hacer una analogía con las pulgas: si se matan todas las pulgas de un perro, no se acaba la infestación hasta que se destruyen los huevos de las pulgas que están en algún sitio que no es el perro y son mucho más abundantes que los adultos. Igual con los mosquitos: es muy importante que la población cobre conciencia de que no basta con que las autoridades fumiguen para acabar con los insectos adultos, si los ciudadanos no cooperamos para acabar con los cientos de criaderos de moscos que tenemos en patios y jardines llenos de frascos, cacharros, llantas y basura con agua estancada… La eliminación de los criadreros de mosquitos es mucho más eficente para controlar los brotes de dengue que las fumigaciones; y esto requiere de la participación activa de la sociedad.

Foto: Especial

Si se considera que la fumigación es adecuada para contener la transmisión de los virus, la ecología también ayuda a afinar su aplicación: según la especie de mosquito involucrada, la temperatura del sitio a tratar, etcétera, se puede diseñar el esquema de fumigación más adecuado, para usar los insecticidas con precisión, mayor efectividad y menos efectos colaterales, como la afectación de polinizadores y otros insectos.

Concretando, estamos ante un brote continental de dengue en el que ha habido hasta 900 por ciento más casos que el año pasado, en que es esencial que la población cobre conciencia del riesgo y apoye los esfuerzos para contener la epidemia emprendidos por los gobiernos desde Brasil hasta México. Cierto es que hay muchas preguntas por resolver; por ejemplo, ¿por qué hay brotes de dengue cada cierto número de años, si los mosquitos vectores están siempre disponibles? ¿Por qué es más probable que una segunda infección de dengue se complique?

Estas y muchas otras interrogantes que nos ayudarán a contener los brotes de dengue sólo pueden ser abordadas y, eventualmente, contestadas, mediante la investigación científica. Como ilustra perfectamente este ejemplo, la ciencia es una actividad que por sí misma produce un bien público (conocimiento), que aunque pueda parecer irrelevante, en un momento dado puede ser de gran utilidad social, ¡como en este caso, en que la ecología puede contribuir a salvar vidas!

Autor

El doctor Miguel Rubio Godoy es director general del Instituto de Ecología, A. C. (Inecol).

***

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Por: Miguel Rubio Godoy (Inecol)

La ecología es el estudio de cuántos bichos y plantas hay, dónde están, por qué cambian su abundancia y dónde se encuentran. O como la definió el científico prusiano Ernst Haeckel al acuñar el término a fines del siglo XIX, es el estudio de la abundancia y la distribución de los seres vivos, y de cómo las interacciones entre los organismos y su entorno modifican estos dos parámetros.

Los ecólogos estudiamos justamente eso; aunque a veces pueda resultar curioso pues nos hacemos preguntas que se antojan muy extrañas. Por ejemplo: ¿Para qué sirve estudiar a los mosquitos? ¿A quién se le ocurre cronometrar el ciclo de vida de los insectos, determinando cuánto tardan en eclosionar los huevos, cuántos días son larvas y qué tan longevos son los adultos? ¿Dónde se distribuyen los insectos? ¿Qué impacto tiene la temperatura sobre el ciclo de vida o la distribución de los mosquitos?, etcétera.

Foto: Especial

Ahora que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha anunciado que hay brotes de dengue desde Brasil hasta México, y que en toda la región hay muchos más casos de enfermedad grave que en los dos años anteriores juntos, la información ecológica básica que antes parecía inútil, de pronto es relevante y de aplicación práctica.

Los datos de la OPS muestran que desde 2015 no habíamos experimentado una epidemia de dengue semejante: con datos a septiembre, en el continente se habían acumulado más casos que en cada uno de los años anteriores, y es probable que a fines de 2019 superemos el máximo histórico de hace un lustro, cuando se enfermaron cerca de 2.5 millones de personas.

Aparte de la dinámica de circulación de los cuatro tipos del virus causante del dengue, que presentan brotes cada cierto número de años, la ecología contribuye a explicar por qué ahora hay más probabilidad de contraer la enfermedad.

Conviene recordar que el virus del dengue es transmitido por la picadura de un par de mosquitos, en particular: Aedes aegypti y Aedes albopictus. Ambos mosquitos están adaptados al calor y por eso antes sólo ocurrían en zonas cercanas a las costas, en elevaciones inferiores a los 1,200 metros sobre el nivel del mar. Pero ahora con el cambio climático, en las zonas montañosas hace más calor y estos dos mosquitos se pueden encontrar en México hasta los 1,800 metros de elevación. Es decir, con el cambio de temperatura, se amplió notablemente la distribución de los insectos transmisores del dengue; y ahora se encuentran cotidianamente en poblados y ciudades donde hace poco tiempo no podían vivir: a más gente susceptible que picar, más infecciones.

Por si fuera poco, además de crear nuevas regiones donde picotear víctimas, el cambio climático también ha favorecido el brote de dengue, pues ahora la temporada de calor es más prolongada – en Xalapa, Veracruz, donde escribo estas líneas–, ha hecho calor desde marzo hasta ahora, que oficialmente ya es otoño. Aparte de que una más extensa temporada calurosa implica una mayor probabilidad de ser picado por un mosco infectado, en el caso del dengue hay un riesgo adicional: si una persona se infecta de dengue una segunda ocasión, es más probable que la infección se complique – y con un periodo caluroso de meses, es más fácil que una misma persona se infecte dos veces en el mismo año.

Foto: Especial

Con el trabajo ecológico también podemos modelar matemáticamente la distribución de los mosquitos, tanto la histórica (cuándo se quedaban más cerca de la costa), como la actual y, crucialmente, la potencial. Modelar significa, sobre un mapa con datos geográficos como la elevación, anotar datos ecológicos como la temperatura, la presencia y ausencia de una especie de mosquito dada, etcétera.

Y modelando la distribución de las dos especies de Aedes transmisoras con datos históricos y actuales, podemos predecir dónde podría haber moscos con el aumento en la temperatura (por citar un caso), lo que permite delinear mapas de riesgo que le sirven a las autoridades para prevenirse; por ejemplo, determinando las regiones en donde es importante iniciar campañas de prevención.

Los modelos de distribución son más correctos, entre más información ecológica se tenga: justamente, la información básica que cité al principio, como la tolerancia térmica de los moscos, la duración de su ciclo de vida, entre otras. Modelar la distribución de los mosquitos Aedes es importante no solo para prevenir y controlar el dengue, sino también Zika y Chikungunya, otras dos enfermedades virales distintas, pero transmitidas por los mismos mosquitos.

Y hablando de prevenir, mucho se ha discutido si las autoridades debieron haber fumigado para evitar el brote actual. La respuesta es compleja o muy sencilla. La sencilla es NO. La compleja nos lleva a considerar que el brote abarca la mitad del orbe, desde Brasil hasta México, donde se han aplicado distintas estrategias sanitarias y preventivas en sistemas políticos muy diferentes, lo cual evidencia que, de entrada, las autoridades no tienen mucho que ver con el desarrollo de la epidemia.

Respecto a la fumigación, también conviene considerar algunas cosas.

Una, que los pesticidas no son específicos para los mosquitos, sino que también se llevan de corbata a muchos otros insectos, como los polinizadores que, de por sí, están en declive.

Dos, que la fumigación actúa sobre los insectos adultos, pero no necesariamente sobre los huevos y las larvas – o sea que la aplicación de insecticidas disminuye la cantidad de insectos que pueden transmitir la infección, pero no la acaban–.

Y tres, que cada vez aparecen más mosquitos resistentes a los insecticidas usados habitualmente para fumigar.

Finalmente, conviene también hacer una analogía con las pulgas: si se matan todas las pulgas de un perro, no se acaba la infestación hasta que se destruyen los huevos de las pulgas que están en algún sitio que no es el perro y son mucho más abundantes que los adultos. Igual con los mosquitos: es muy importante que la población cobre conciencia de que no basta con que las autoridades fumiguen para acabar con los insectos adultos, si los ciudadanos no cooperamos para acabar con los cientos de criaderos de moscos que tenemos en patios y jardines llenos de frascos, cacharros, llantas y basura con agua estancada… La eliminación de los criadreros de mosquitos es mucho más eficente para controlar los brotes de dengue que las fumigaciones; y esto requiere de la participación activa de la sociedad.

Foto: Especial

Si se considera que la fumigación es adecuada para contener la transmisión de los virus, la ecología también ayuda a afinar su aplicación: según la especie de mosquito involucrada, la temperatura del sitio a tratar, etcétera, se puede diseñar el esquema de fumigación más adecuado, para usar los insecticidas con precisión, mayor efectividad y menos efectos colaterales, como la afectación de polinizadores y otros insectos.

Concretando, estamos ante un brote continental de dengue en el que ha habido hasta 900 por ciento más casos que el año pasado, en que es esencial que la población cobre conciencia del riesgo y apoye los esfuerzos para contener la epidemia emprendidos por los gobiernos desde Brasil hasta México. Cierto es que hay muchas preguntas por resolver; por ejemplo, ¿por qué hay brotes de dengue cada cierto número de años, si los mosquitos vectores están siempre disponibles? ¿Por qué es más probable que una segunda infección de dengue se complique?

Estas y muchas otras interrogantes que nos ayudarán a contener los brotes de dengue sólo pueden ser abordadas y, eventualmente, contestadas, mediante la investigación científica. Como ilustra perfectamente este ejemplo, la ciencia es una actividad que por sí misma produce un bien público (conocimiento), que aunque pueda parecer irrelevante, en un momento dado puede ser de gran utilidad social, ¡como en este caso, en que la ecología puede contribuir a salvar vidas!

Autor

El doctor Miguel Rubio Godoy es director general del Instituto de Ecología, A. C. (Inecol).

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