/ lunes 9 de mayo de 2022

Economía 4.0 | Economía mexicana: el freno puesto y viendo el retrovisor

México enfrenta el desafío de construir las bases estructurales que le permitan dejar el pasado en donde le corresponde y elaborar una agenda nacional orientada a la creación de un Estado de Bienestar con sólidas bases productivas.

El revisionismo histórico selectivo para negar el pasado ha sido una constante durante los últimos 50 años, una mezcla de mucha política y poca eficacia de la administración pública, un ciclo que ha creado una sociedad fragmentada y polarizada.

Sin lugar a duda que el modelo neoliberal heredó una economía atrofiada y de bajo crecimiento. El propio Banco Mundial ha reconocido que una de las fallas sistémicas de la economía mexicana es la caída de la productividad: entre 1990 y el 2018 se reprobó dicha asignatura.

Con ello se gestó una contradicción entre las necesidades de progreso que tenía el país y una necia realidad que ha mostrado la profundidad de los rezagos y los límites de las estrategias implementadas.

La divergencia entre las necesidades y los resultados ha propiciado un entorno que atenta contra la seguridad nacional.

Otro de los yerros del modelo neoliberal, pero no exclusivo, fue negar el pasado. Su promesa de modernidad y desarrollo se construyó denostando al periodo conocido como Desarrollo Estabilizador.

Para justificar la baja eficacia del modelo se utilizó el retrovisor como guía política: la culpa era del pasado, de los “setenteros”.

La lógica política se impuso sobre la pertinencia de preservar las bases de industrialización creadas entre 1940 y 1970 y se olvidó que no se puede reinventar un país bajo las restricciones del ciclo político.

La estrategia política adoptada durante el modelo neoliberal requería de reformas, las cuales llegaron, pero no los resultados. La culpa fue del pasado.

En 1986 México entró a lo que se conoce como la Organización Mundial de Comercio: se pensó que las importaciones y exportaciones serían el motor modernizador de la economía. La atrofia de la productividad citada muestra que no fue suficiente.

En 1992 se realizaron cambios constitucionales al Artículo 27 para modernizar el campo: 30 años después la realidad muestra que México se hizo dependiente de la producción de alimentos básicos originados en otras regiones del mundo.

Hoy se importan cantidades récord de productos agrícolas que son fuente de inflación y desplazan a la escaza producción nacional. Paradójicamente la solución que se aplica es aumentar su importación un círculo vicioso que debilita al campo mexicano.

Una situación similar ocurrió con el sector industria. La consecuencia es la existencia de un sector de servicios de bajo valor agregado e informal: en esencia de comercio y lejano a los procesos de innovación y desarrollo.

México se entregó a la lógica de las ventajas comparativas y cometió un error al dejar de lado la construcción de las ventajas competitivas ligadas a las nuevas tecnologías que dan forma a los mercados y sociedad global.

Se dejo de invertir en futuro por ver el pasado. Educación, investigación, innovación, salud pública, un sistema financiero promotor del crecimiento, industrialización, competitividad, productividad, seguridad pública y el desarrollo social siguen a la espera de ser atendidos: México pierde posiciones a nivel mundial a pesar de los múltiples cambios en el marco legal realizados durante los últimos 40 años.

El resultado es claro: el freno está puesto porque durante décadas se debilitó el flujo de inversión productiva, una tendencia que se exacerbó desde el 2020.

Generar un entorno propicio para la inversión, la productividad y el progreso social requiere contar con una visión de futuro. Para avanzar no se puede tener la vista fija en el retrovisor.

México enfrenta el desafío de construir las bases estructurales que le permitan dejar el pasado en donde le corresponde y elaborar una agenda nacional orientada a la creación de un Estado de Bienestar con sólidas bases productivas.

El revisionismo histórico selectivo para negar el pasado ha sido una constante durante los últimos 50 años, una mezcla de mucha política y poca eficacia de la administración pública, un ciclo que ha creado una sociedad fragmentada y polarizada.

Sin lugar a duda que el modelo neoliberal heredó una economía atrofiada y de bajo crecimiento. El propio Banco Mundial ha reconocido que una de las fallas sistémicas de la economía mexicana es la caída de la productividad: entre 1990 y el 2018 se reprobó dicha asignatura.

Con ello se gestó una contradicción entre las necesidades de progreso que tenía el país y una necia realidad que ha mostrado la profundidad de los rezagos y los límites de las estrategias implementadas.

La divergencia entre las necesidades y los resultados ha propiciado un entorno que atenta contra la seguridad nacional.

Otro de los yerros del modelo neoliberal, pero no exclusivo, fue negar el pasado. Su promesa de modernidad y desarrollo se construyó denostando al periodo conocido como Desarrollo Estabilizador.

Para justificar la baja eficacia del modelo se utilizó el retrovisor como guía política: la culpa era del pasado, de los “setenteros”.

La lógica política se impuso sobre la pertinencia de preservar las bases de industrialización creadas entre 1940 y 1970 y se olvidó que no se puede reinventar un país bajo las restricciones del ciclo político.

La estrategia política adoptada durante el modelo neoliberal requería de reformas, las cuales llegaron, pero no los resultados. La culpa fue del pasado.

En 1986 México entró a lo que se conoce como la Organización Mundial de Comercio: se pensó que las importaciones y exportaciones serían el motor modernizador de la economía. La atrofia de la productividad citada muestra que no fue suficiente.

En 1992 se realizaron cambios constitucionales al Artículo 27 para modernizar el campo: 30 años después la realidad muestra que México se hizo dependiente de la producción de alimentos básicos originados en otras regiones del mundo.

Hoy se importan cantidades récord de productos agrícolas que son fuente de inflación y desplazan a la escaza producción nacional. Paradójicamente la solución que se aplica es aumentar su importación un círculo vicioso que debilita al campo mexicano.

Una situación similar ocurrió con el sector industria. La consecuencia es la existencia de un sector de servicios de bajo valor agregado e informal: en esencia de comercio y lejano a los procesos de innovación y desarrollo.

México se entregó a la lógica de las ventajas comparativas y cometió un error al dejar de lado la construcción de las ventajas competitivas ligadas a las nuevas tecnologías que dan forma a los mercados y sociedad global.

Se dejo de invertir en futuro por ver el pasado. Educación, investigación, innovación, salud pública, un sistema financiero promotor del crecimiento, industrialización, competitividad, productividad, seguridad pública y el desarrollo social siguen a la espera de ser atendidos: México pierde posiciones a nivel mundial a pesar de los múltiples cambios en el marco legal realizados durante los últimos 40 años.

El resultado es claro: el freno está puesto porque durante décadas se debilitó el flujo de inversión productiva, una tendencia que se exacerbó desde el 2020.

Generar un entorno propicio para la inversión, la productividad y el progreso social requiere contar con una visión de futuro. Para avanzar no se puede tener la vista fija en el retrovisor.