/ lunes 5 de abril de 2021

Economía 4.0 | La caída de los extremos

“La mayoría tiene la fuerza”, pero ¿tiene la razón? Es un cuestionamiento que debe considerarse en coyunturas extremas; cuando las instituciones, estructuras y liderazgos son puestos a prueba por el momento que les toca vivir.

No debe existir duda alguna, el COVID-19 representa el mayor cambio estructural que la humanidad ha enfrentado en un siglo: no existirá un regreso a las condiciones previas al 2020; el mundo y México deberán reconstruirse sobre nuevas bases de convivencia económica, política y social.

En este sentido, hay un primer aspecto por considerar: se debe modificar la visión sobre cómo alcanzar mayor desarrollo socioeconómico, el COVID-19 provocó un quiebre histórico.

La pandemia creó una situación inusual: una recesión económica que convive con una crisis de salud pública y una precarización del sistema social, laboral y educativo. Pocos gobiernos han logrado evitar que las nuevas condiciones superen sus capacidades.

China, Israel, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda actuaron con eficacia y oportunidad. Estados Unidos utiliza toda su capacidad económica y geopolítica para iniciar un proceso de vacunación y rescate de su sistema productivo.

El último caso muestra el abandono de los dogmas: un gobierno demócrata utiliza todos sus recursos para apoyar a sus empresas y hogares. Ya habrá otro momento para discutir sobre teorías e historia.

Subestimar la magnitud de las implicaciones del COVID-19 y/o utilizar esquemas que no ponderen adecuadamente la “nueva realidad” tendrá consecuencias adversas para sociedades afectadas por el bajo crecimiento, pobreza, desigualdad, dependencia y la ausencia de progreso tecnológico endógeno. México no lo debe olvidar.

Las posturas extremas, particularmente las que ya fallaron en su cita con la historia, deben examinarse con espíritu crítico para evitar que voltear al pasado impida construir el futuro.

Existe un segundo precepto por considerar: sólo la razón y la acción eficaz pueden conducir a la construcción de un futuro de bienestar.

El dogmatismo político y económico genera un círculo vicioso que conduce a un callejón sin salida porque impide reconocer las virtudes de otros puntos de vista al mismo tiempo inhibe la capacidad de reconocer los errores propios.

En 1989 el capitalismo celebraba la caída del muro de Berlín y con ello el fracaso del comunismo. El derrumbe de la Unión Soviética en 1991 parecía confirmar que tenía la razón y que el mundo debería entregarse a la globalización.

Antes de la crisis del COVID-19 ya existían fuertes críticas a los resultados de la globalización: la elección de Donald Trump, el Brexit y el avance de la derecha en Europa lo mostraron.

La aparición de la pandemia sólo aceleró el proceso de descomposición del capitalismo aplicado durante los últimos 30 años.

Pero ¿Ello da la razón a quienes lo criticaron durante las últimas tres décadas y señalaron sus debilidades? No necesariamente.

El entorno cambió por el COVID-19: la quiebra de empresas, el desempleo, el abandono escolar y la continuidad del problema de salud pública requieren la aplicación de una estrategia heterodoxa que debe ser lidereada por el Estado pero que requiere de los sectores privado y social para tener éxito.

La ausencia de unión y diálogo no es favorable en un momento de crisis: ninguna nación se ha desarrollado sin contar con sólidas empresas grandes y medianas.

Una postura emanada desde el poder siempre contará con apoyo. No obstante, en este momento se requiere que tenga la razón; aunque parte de la respuesta provenga de ideas diferentes.

“La mayoría tiene la fuerza”, pero ¿tiene la razón? Es un cuestionamiento que debe considerarse en coyunturas extremas; cuando las instituciones, estructuras y liderazgos son puestos a prueba por el momento que les toca vivir.

No debe existir duda alguna, el COVID-19 representa el mayor cambio estructural que la humanidad ha enfrentado en un siglo: no existirá un regreso a las condiciones previas al 2020; el mundo y México deberán reconstruirse sobre nuevas bases de convivencia económica, política y social.

En este sentido, hay un primer aspecto por considerar: se debe modificar la visión sobre cómo alcanzar mayor desarrollo socioeconómico, el COVID-19 provocó un quiebre histórico.

La pandemia creó una situación inusual: una recesión económica que convive con una crisis de salud pública y una precarización del sistema social, laboral y educativo. Pocos gobiernos han logrado evitar que las nuevas condiciones superen sus capacidades.

China, Israel, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda actuaron con eficacia y oportunidad. Estados Unidos utiliza toda su capacidad económica y geopolítica para iniciar un proceso de vacunación y rescate de su sistema productivo.

El último caso muestra el abandono de los dogmas: un gobierno demócrata utiliza todos sus recursos para apoyar a sus empresas y hogares. Ya habrá otro momento para discutir sobre teorías e historia.

Subestimar la magnitud de las implicaciones del COVID-19 y/o utilizar esquemas que no ponderen adecuadamente la “nueva realidad” tendrá consecuencias adversas para sociedades afectadas por el bajo crecimiento, pobreza, desigualdad, dependencia y la ausencia de progreso tecnológico endógeno. México no lo debe olvidar.

Las posturas extremas, particularmente las que ya fallaron en su cita con la historia, deben examinarse con espíritu crítico para evitar que voltear al pasado impida construir el futuro.

Existe un segundo precepto por considerar: sólo la razón y la acción eficaz pueden conducir a la construcción de un futuro de bienestar.

El dogmatismo político y económico genera un círculo vicioso que conduce a un callejón sin salida porque impide reconocer las virtudes de otros puntos de vista al mismo tiempo inhibe la capacidad de reconocer los errores propios.

En 1989 el capitalismo celebraba la caída del muro de Berlín y con ello el fracaso del comunismo. El derrumbe de la Unión Soviética en 1991 parecía confirmar que tenía la razón y que el mundo debería entregarse a la globalización.

Antes de la crisis del COVID-19 ya existían fuertes críticas a los resultados de la globalización: la elección de Donald Trump, el Brexit y el avance de la derecha en Europa lo mostraron.

La aparición de la pandemia sólo aceleró el proceso de descomposición del capitalismo aplicado durante los últimos 30 años.

Pero ¿Ello da la razón a quienes lo criticaron durante las últimas tres décadas y señalaron sus debilidades? No necesariamente.

El entorno cambió por el COVID-19: la quiebra de empresas, el desempleo, el abandono escolar y la continuidad del problema de salud pública requieren la aplicación de una estrategia heterodoxa que debe ser lidereada por el Estado pero que requiere de los sectores privado y social para tener éxito.

La ausencia de unión y diálogo no es favorable en un momento de crisis: ninguna nación se ha desarrollado sin contar con sólidas empresas grandes y medianas.

Una postura emanada desde el poder siempre contará con apoyo. No obstante, en este momento se requiere que tenga la razón; aunque parte de la respuesta provenga de ideas diferentes.