/ viernes 29 de mayo de 2020

Economía USA | Elogio a los líderes falibles

La semana pasada, Joe Biden hizo una broma improvisada que podría interpretarse como que da por hecho los votos de las personas negras. No fue para tanto: Biden, quien cumplió con cabalidad su cargo durante el gobierno de Barack Obama, ha tenido desde siempre una fuerte afinidad con los electores negros y ha insistido en emitir propuestas políticas destinadas a disminuir las brechas en la riqueza y la salud con base en la raza. De cualquier modo, Biden se disculpó.

Y, al hacerlo, dio poderosas razones para elegirlo a él en lugar de a Donald Trump en noviembre. Verán, Biden, a diferencia de Trump, es capaz de admitir un error.

La incapacidad patológica de Trump para admitir un error —y sí, realmente se eleva al nivel de patología— ha sido evidente desde hace años y ha tenido graves consecuencias. Por ejemplo, lo ha convertido en un blanco fácil para dictadores extranjeros, como el norcoreano Kim Jong-un, quienes saben que, sin ningún problema, pueden incumplir cualquier promesa que Trump piense que le han hecho. Después de todo, si Trump condena las acciones de Kim, eso significaría admitir que se equivocó al afirmar que había logrado avances diplomáticos.

Sin embargo, se necesitó una pandemia para demostrar cuánto daño puede infligir un líder con un complejo de infalibilidad. No es una exageración sugerir que la incapacidad de Trump para reconocer los errores ha acabado con la vida de miles de estadounidenses.

Ahora sabemos que durante enero y febrero Trump ignoró las repetidas advertencias de los organismos de inteligencia sobre la amenaza que representaba el virus. Ni él ni su círculo más cercano querían oír malas noticias y, en específico, no querían oír nada que pudiera amenazar al mercado de valores.

Puede que lo peor esté todavía por venir. Si no se sienten aterrados por las fotos de las grandes multitudes reunidas durante el fin de semana del Día de los Caídos que no llevan cubrebocas ni practican el distanciamiento social, no han estado poniendo atención.


Sin embargo, si hay una segunda ola de casos de COVID-19, Trump —quien ha solicitado de manera insistente que se relajen las medidas de distanciamiento social a pesar de las advertencias de los expertos en salud— ya ha declarado que no exigirá un segundo confinamiento. Después de todo, eso significaría admitir, al menos implícitamente, que, para empezar, se equivocó al presionar para que hubiera una pronta reapertura.


Esto me regresa al contraste entre Trump y Biden.


En ciertos sentidos, Trump es una figura tan patética que inspiraría lástima si sus defectos de carácter no estuvieran causando tantas muertes. Imaginen cómo debe sentirse ser tan inseguro, tan falto de autoestima, que no solo siente la necesidad de alardear todo el tiempo, sino que además tiene que afirmar que es infalible en todo.

Biden, por otra parte, aunque no sea el candidato presidencial más impresionante de la historia, sin duda es un hombre que se siente a gusto consigo mismo. Sabe quién es, razón por la cual ha podido reconciliarse con antiguos críticos como Elizabeth Warren, y, cuando comete un error, no le da miedo admitirlo.

La semana pasada, Joe Biden hizo una broma improvisada que podría interpretarse como que da por hecho los votos de las personas negras. No fue para tanto: Biden, quien cumplió con cabalidad su cargo durante el gobierno de Barack Obama, ha tenido desde siempre una fuerte afinidad con los electores negros y ha insistido en emitir propuestas políticas destinadas a disminuir las brechas en la riqueza y la salud con base en la raza. De cualquier modo, Biden se disculpó.

Y, al hacerlo, dio poderosas razones para elegirlo a él en lugar de a Donald Trump en noviembre. Verán, Biden, a diferencia de Trump, es capaz de admitir un error.

La incapacidad patológica de Trump para admitir un error —y sí, realmente se eleva al nivel de patología— ha sido evidente desde hace años y ha tenido graves consecuencias. Por ejemplo, lo ha convertido en un blanco fácil para dictadores extranjeros, como el norcoreano Kim Jong-un, quienes saben que, sin ningún problema, pueden incumplir cualquier promesa que Trump piense que le han hecho. Después de todo, si Trump condena las acciones de Kim, eso significaría admitir que se equivocó al afirmar que había logrado avances diplomáticos.

Sin embargo, se necesitó una pandemia para demostrar cuánto daño puede infligir un líder con un complejo de infalibilidad. No es una exageración sugerir que la incapacidad de Trump para reconocer los errores ha acabado con la vida de miles de estadounidenses.

Ahora sabemos que durante enero y febrero Trump ignoró las repetidas advertencias de los organismos de inteligencia sobre la amenaza que representaba el virus. Ni él ni su círculo más cercano querían oír malas noticias y, en específico, no querían oír nada que pudiera amenazar al mercado de valores.

Puede que lo peor esté todavía por venir. Si no se sienten aterrados por las fotos de las grandes multitudes reunidas durante el fin de semana del Día de los Caídos que no llevan cubrebocas ni practican el distanciamiento social, no han estado poniendo atención.


Sin embargo, si hay una segunda ola de casos de COVID-19, Trump —quien ha solicitado de manera insistente que se relajen las medidas de distanciamiento social a pesar de las advertencias de los expertos en salud— ya ha declarado que no exigirá un segundo confinamiento. Después de todo, eso significaría admitir, al menos implícitamente, que, para empezar, se equivocó al presionar para que hubiera una pronta reapertura.


Esto me regresa al contraste entre Trump y Biden.


En ciertos sentidos, Trump es una figura tan patética que inspiraría lástima si sus defectos de carácter no estuvieran causando tantas muertes. Imaginen cómo debe sentirse ser tan inseguro, tan falto de autoestima, que no solo siente la necesidad de alardear todo el tiempo, sino que además tiene que afirmar que es infalible en todo.

Biden, por otra parte, aunque no sea el candidato presidencial más impresionante de la historia, sin duda es un hombre que se siente a gusto consigo mismo. Sabe quién es, razón por la cual ha podido reconciliarse con antiguos críticos como Elizabeth Warren, y, cuando comete un error, no le da miedo admitirlo.