/ martes 2 de junio de 2020

Economía USA | Sobre la economía de no morir

¿Cuál es el objeto de la economía? Si su respuesta es algo como: “Generar ingresos que les permitan a las personas comprar cosas”, no han entendido nada; el dinero no es la meta máxima, sino que solo es un medio para un fin; a saber, mejorar la calidad de vida.

Ahora bien, el dinero es importante: existe una evidente relación entre el ingreso y la satisfacción en la vida. Pero no es lo único que importa. En específico, ¿saben que otra cosa contribuye de manera importante a la calidad de vida? No morirse.

Y cuando tomamos en cuenta el valor de no morirse, la prisa por reabrir de verdad parece muy mala idea, incluso en términos económicos bien entendidos.

Tal vez se sientan tentados a decir que no podemos ponerle precio a la vida humana, pero, si lo piensan, eso es una tontería; lo hacemos todo el tiempo.

Es cierto, las muertes por Covid-19 en su mayoría se han dado entre los estadounidenses de mayor edad, quienes pueden esperar menos años de vida restantes que el promedio, por lo que podríamos querer usar un número menor, digamos cinco millones de dólares. Pero, aun así, al sacar las cuentas vemos que el distanciamiento social valió la pena aunque redujo el producto interno bruto.

Esa fue la conclusión de dos estudios que calcularon los costos y los beneficios del distanciamiento social, teniendo en cuenta el valor de una vida. De hecho, esperamos demasiado: un estudio de la Universidad de Columbia estimó que iniciar la cuarentena una semana antes habría salvado 36 mil vidas para principios de mayo, y un cálculo somero sugiere que los beneficios de haber cerrado con anterioridad habrían sido de al menos cinco veces el costo en PIB perdido.

¿Entonces por qué la prisa para reabrir?

Sin duda, los pronósticos epidemiológicos son muy inciertos, pero esa incertidumbre exige más precaución, no menos. Si abrimos demasiado tarde, perderemos algo de dinero. Si abrimos demasiado pronto, nos arriesgamos a una segunda ola explosiva de infecciones, que no solo mataría a muchos estadounidenses, sino que probablemente forzaría la imposición de un segundo cierre, aún más costoso.

¿Mencioné que Trump y sus funcionarios han subestimado de manera considerable las muertes por COVID-19 todo el tiempo?

La cuestión es que la presión para reabrir no refleja ningún tipo de consideración juiciosa que hubiera sopesado los riesgos y las recompensas. Más bien, lo que refleja es un ejercicio de pensamiento mágico.

Trump y los conservadores en general parecen creer que si hacen como que la COVID-19 no es una amenaza vigente, de alguna manera desaparecerá o al menos la gente la olvidará. De ahí la guerra contra los tapabocas, que ayudan a limitar la pandemia, pero le recuerdan a la gente que el virus sigue estando ahí afuera.

Hay una manera de describirlo: Trump y sus aliados no quieren que usemos mascarillas, pero sí quieren que nos vendemos los ojos.

¿Cuál es el objeto de la economía? Si su respuesta es algo como: “Generar ingresos que les permitan a las personas comprar cosas”, no han entendido nada; el dinero no es la meta máxima, sino que solo es un medio para un fin; a saber, mejorar la calidad de vida.

Ahora bien, el dinero es importante: existe una evidente relación entre el ingreso y la satisfacción en la vida. Pero no es lo único que importa. En específico, ¿saben que otra cosa contribuye de manera importante a la calidad de vida? No morirse.

Y cuando tomamos en cuenta el valor de no morirse, la prisa por reabrir de verdad parece muy mala idea, incluso en términos económicos bien entendidos.

Tal vez se sientan tentados a decir que no podemos ponerle precio a la vida humana, pero, si lo piensan, eso es una tontería; lo hacemos todo el tiempo.

Es cierto, las muertes por Covid-19 en su mayoría se han dado entre los estadounidenses de mayor edad, quienes pueden esperar menos años de vida restantes que el promedio, por lo que podríamos querer usar un número menor, digamos cinco millones de dólares. Pero, aun así, al sacar las cuentas vemos que el distanciamiento social valió la pena aunque redujo el producto interno bruto.

Esa fue la conclusión de dos estudios que calcularon los costos y los beneficios del distanciamiento social, teniendo en cuenta el valor de una vida. De hecho, esperamos demasiado: un estudio de la Universidad de Columbia estimó que iniciar la cuarentena una semana antes habría salvado 36 mil vidas para principios de mayo, y un cálculo somero sugiere que los beneficios de haber cerrado con anterioridad habrían sido de al menos cinco veces el costo en PIB perdido.

¿Entonces por qué la prisa para reabrir?

Sin duda, los pronósticos epidemiológicos son muy inciertos, pero esa incertidumbre exige más precaución, no menos. Si abrimos demasiado tarde, perderemos algo de dinero. Si abrimos demasiado pronto, nos arriesgamos a una segunda ola explosiva de infecciones, que no solo mataría a muchos estadounidenses, sino que probablemente forzaría la imposición de un segundo cierre, aún más costoso.

¿Mencioné que Trump y sus funcionarios han subestimado de manera considerable las muertes por COVID-19 todo el tiempo?

La cuestión es que la presión para reabrir no refleja ningún tipo de consideración juiciosa que hubiera sopesado los riesgos y las recompensas. Más bien, lo que refleja es un ejercicio de pensamiento mágico.

Trump y los conservadores en general parecen creer que si hacen como que la COVID-19 no es una amenaza vigente, de alguna manera desaparecerá o al menos la gente la olvidará. De ahí la guerra contra los tapabocas, que ayudan a limitar la pandemia, pero le recuerdan a la gente que el virus sigue estando ahí afuera.

Hay una manera de describirlo: Trump y sus aliados no quieren que usemos mascarillas, pero sí quieren que nos vendemos los ojos.