/ domingo 8 de diciembre de 2019

Ecos del “Círculo del Domingo”

Budapest, 1919: Concluida la Primera Guerra Mundial, Hungría -enclavada en el centro de Europa, rodeada por los Alpes, los Dináricos y Cárpatos, cruzada por el río Danubio y salpicada por más de un millar de lagos-, se ha convertido en una de las más modernas naciones del momento y escenario de una poderosa multiculturalidad. No obstante, enfrenta también graves contradicciones económicas y sociales, políticas e ideológicas.

En octubre de 1918 el Consejo de soldados se insurrecciona con el apoyo popular. Es la Revuelta de los Crisantemos que habrá de derrocar al gobierno imperial, dando fin a los tiempos del régimen habsbúrgico en los que el emperador austríaco era también rey de Hungría. La independencia es un hecho y, para el 16 de noviembre, es proclamada la primera república popular, la República de los Consejos, encabezada por el dirigente del consejo nacional, el conde Mihály Károlyi -líder de la oposición liberal y partidario de la independencia como primer ministro-. No obstante, pese al entusiasmo popular y al surgimiento del partido Comunista con Béla Kun al frente, en marzo de 1919 la efímera República será reemplazada por la República Soviética Húngara y, para agosto, ésta será derrotada por un golpe contrarrevolucionario, encabezado por el antiguo almirante imperial Miklós Horthy, que reinstaurará la monarquía que habría de perdurar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Fue entonces, en plena y convulsa agitación, cuando tuvo lugar un movimiento cultural de extrema importancia para el nacionalismo húngaro. Inspirado en los Círculos Aurora del siglo XIX y Galileo -creado por Karl Polányi en 1909-, en 1915 por iniciativa de György von Luckács -uno de los más destacados alumnos de Max Weber- cobra vida un cenáculo de prominentes figuras de la intelectualidad húngara que habría de reunirse cada tarde de domingo en la casa del poeta y dramaturgo Béla Balázs, situada en la Colina del Sol. Amantes del idealismo y existencialismo y fervientes cultores de Hegel y Nietzsche, entre sus integrantes figuraron personajes de la talla de Frigyes Antal, Béla Fogarasi, Arnold Hauser, Anna Lesznai, György von Luckács, Karl Mannheim, Frederick Natal, Karl Polányi, Emma Ritoók, Geza Roheim, René Spitz, Wilhelm Szilasi, Karl de Tolnay y Eugene Varga. Sí, era el grupo que a la historia pasó como el “Círculo del Domingo” y de quienes el líder principal fue el propio Luckács.

De ellos, Claudio Magris ha condensado la gran inquietud que les sacudía: buscaban encontrar “qué relación existía entre el alma y las formas, si detrás de lo inesencial múltiple existía una esencia de la vida y qué relación subsistía entre el funcionamiento de las cosas tal como son y la autenticidad del deber ser”. Para dar respuesta, dos caminos hallaron: profundizar en la sociología desde diversos ángulos e impulsar tanto al vanguardismo artístico como el rescate del folklore, en particular musical. De ahí su anhelo por explorar en medio de la crisis las “posibilidades de la vida adecuada”: la vida dotada de significado y de verdad, siendo una de sus principales aportaciones la creación en 1917 de la “Escuela de Humanidades” o “Escuela Libre de Ciencias del Espíritu”, en la que participaron Béla Bartok y Zoltán Kodály. No olvidemos que las ciencias del espíritu abarcaban tanto al pensamiento como al arte y sus diversas disciplinas.

Para ello, su piedra angular fue la obra sociológica weberiana enfocada a la cultura, de la que se inspiraron Mannheim para desarrollar la sociología del conocimiento; Hauser, la del arte y la literatura; Balsz, la del cine; Natal, la de la pintura; Lukács, la de la literatura y el propio Weber, la de la música. Arte que para él constituía no solo el reflejo por excelencia del contexto histórico de los grupos humanos sino la base fundamental, junto con la sociología de las religiones, sobre la que se desplantaba la vinculación entre la psicología colectiva y las representaciones que dan a las relaciones afectivas la fuerza de generar el cambio histórico.

Sin embargo, luego del golpe militar los miembros del Círculo no pudieron avanzar más allá. Su destino estaba trazado: el exilio sería su única opción. Los ideales revolucionarios y nacionalistas, tendrían que esperar. No obstante, la impronta estaba sembrada y comenzaría a tener sus primeros frutos. Manuel M. Ponce será uno de sus propagadores tras estudiar en Italia y Alemania y recibir la influencia del despertar folklorológico húngaro. A él México deberá el haber fundado la primera cátedra de Folklore en el Conservatorio Nacional de Música y de haber formado y encauzado a una importante generación de investigadores de la cultura musical nacional, como fueron Vicente T. Mendoza y el propio Carlos Chávez.

Sí, la simiente nacionalista del “Círculo del Domingo” que pronto se propagó al resto de Europa Oriental logró lo inimaginado: sus ecos germinaron allende el mar y contribuyeron al despertar del nacionalismo musical mexicano.

bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli


Budapest, 1919: Concluida la Primera Guerra Mundial, Hungría -enclavada en el centro de Europa, rodeada por los Alpes, los Dináricos y Cárpatos, cruzada por el río Danubio y salpicada por más de un millar de lagos-, se ha convertido en una de las más modernas naciones del momento y escenario de una poderosa multiculturalidad. No obstante, enfrenta también graves contradicciones económicas y sociales, políticas e ideológicas.

En octubre de 1918 el Consejo de soldados se insurrecciona con el apoyo popular. Es la Revuelta de los Crisantemos que habrá de derrocar al gobierno imperial, dando fin a los tiempos del régimen habsbúrgico en los que el emperador austríaco era también rey de Hungría. La independencia es un hecho y, para el 16 de noviembre, es proclamada la primera república popular, la República de los Consejos, encabezada por el dirigente del consejo nacional, el conde Mihály Károlyi -líder de la oposición liberal y partidario de la independencia como primer ministro-. No obstante, pese al entusiasmo popular y al surgimiento del partido Comunista con Béla Kun al frente, en marzo de 1919 la efímera República será reemplazada por la República Soviética Húngara y, para agosto, ésta será derrotada por un golpe contrarrevolucionario, encabezado por el antiguo almirante imperial Miklós Horthy, que reinstaurará la monarquía que habría de perdurar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Fue entonces, en plena y convulsa agitación, cuando tuvo lugar un movimiento cultural de extrema importancia para el nacionalismo húngaro. Inspirado en los Círculos Aurora del siglo XIX y Galileo -creado por Karl Polányi en 1909-, en 1915 por iniciativa de György von Luckács -uno de los más destacados alumnos de Max Weber- cobra vida un cenáculo de prominentes figuras de la intelectualidad húngara que habría de reunirse cada tarde de domingo en la casa del poeta y dramaturgo Béla Balázs, situada en la Colina del Sol. Amantes del idealismo y existencialismo y fervientes cultores de Hegel y Nietzsche, entre sus integrantes figuraron personajes de la talla de Frigyes Antal, Béla Fogarasi, Arnold Hauser, Anna Lesznai, György von Luckács, Karl Mannheim, Frederick Natal, Karl Polányi, Emma Ritoók, Geza Roheim, René Spitz, Wilhelm Szilasi, Karl de Tolnay y Eugene Varga. Sí, era el grupo que a la historia pasó como el “Círculo del Domingo” y de quienes el líder principal fue el propio Luckács.

De ellos, Claudio Magris ha condensado la gran inquietud que les sacudía: buscaban encontrar “qué relación existía entre el alma y las formas, si detrás de lo inesencial múltiple existía una esencia de la vida y qué relación subsistía entre el funcionamiento de las cosas tal como son y la autenticidad del deber ser”. Para dar respuesta, dos caminos hallaron: profundizar en la sociología desde diversos ángulos e impulsar tanto al vanguardismo artístico como el rescate del folklore, en particular musical. De ahí su anhelo por explorar en medio de la crisis las “posibilidades de la vida adecuada”: la vida dotada de significado y de verdad, siendo una de sus principales aportaciones la creación en 1917 de la “Escuela de Humanidades” o “Escuela Libre de Ciencias del Espíritu”, en la que participaron Béla Bartok y Zoltán Kodály. No olvidemos que las ciencias del espíritu abarcaban tanto al pensamiento como al arte y sus diversas disciplinas.

Para ello, su piedra angular fue la obra sociológica weberiana enfocada a la cultura, de la que se inspiraron Mannheim para desarrollar la sociología del conocimiento; Hauser, la del arte y la literatura; Balsz, la del cine; Natal, la de la pintura; Lukács, la de la literatura y el propio Weber, la de la música. Arte que para él constituía no solo el reflejo por excelencia del contexto histórico de los grupos humanos sino la base fundamental, junto con la sociología de las religiones, sobre la que se desplantaba la vinculación entre la psicología colectiva y las representaciones que dan a las relaciones afectivas la fuerza de generar el cambio histórico.

Sin embargo, luego del golpe militar los miembros del Círculo no pudieron avanzar más allá. Su destino estaba trazado: el exilio sería su única opción. Los ideales revolucionarios y nacionalistas, tendrían que esperar. No obstante, la impronta estaba sembrada y comenzaría a tener sus primeros frutos. Manuel M. Ponce será uno de sus propagadores tras estudiar en Italia y Alemania y recibir la influencia del despertar folklorológico húngaro. A él México deberá el haber fundado la primera cátedra de Folklore en el Conservatorio Nacional de Música y de haber formado y encauzado a una importante generación de investigadores de la cultura musical nacional, como fueron Vicente T. Mendoza y el propio Carlos Chávez.

Sí, la simiente nacionalista del “Círculo del Domingo” que pronto se propagó al resto de Europa Oriental logró lo inimaginado: sus ecos germinaron allende el mar y contribuyeron al despertar del nacionalismo musical mexicano.

bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli