/ martes 1 de junio de 2021

El 6 de junio y el día después: no es para menos

Este proceso electoral federal ha despertado un interés inusitado en la ciudadanía, mucho mayor al que típicamente logran las elecciones intermedias para la renovación de la Cámara de Diputados. Consecuentemente, estuvo marcado por una muy intensa competencia por el voto, tanto a nivel federal como estatal y municipal, con el trasfondo de una polarización política que no ha dejado de crecer. No era ni es para menos.

El ambiente de tensión es perceptible en conversaciones, en la opinión publicada, en las redes sociales. Efectivamente, no es para menos, ante la limitada apertura al el diálogo y la concertación en el espacio político; la indisposición para cogobernar con otros poderes, órdenes de gobierno y fuerzas partidistas; frente a los signos de debilitamiento de los balances y los contrapesos democráticos, que incluye un franco antagonismo contra organismos autónomos, como el propio árbitro electoral; cuando se niega la pluralidad que caracteriza a un país como el nuestro, con la recurrente descalificación de las opiniones distintas.

A muchos mexicanos nos preocupa la tendencia contraria a la división de poderes y la que apunta a la división de la sociedad. Pero igualmente, una parte fundamental de ésta respalda o acepta como inevitable dicha vía, que encuentra legítima o necesaria. La coincidencia está en la valoración del proceso como algo decisivo: disyuntiva entre el refrendo o la corrección de rumbo; entre el respaldo incondicional a un proyecto en el que se cree o como contención preventiva a favor de los equilibrios.

Paradójicamente, tomando en cuenta la polarización y el involucramiento de la ciudadanía, otra seña de identidad del proceso electoral fue la pobreza del debate: faltaron ideas, propuestas, contraste de proyectos claros, estrategias y compromisos ante los grandes retos de la nación. En cambio, proliferó la agresividad verbal, la desacreditación cruzada. Todo ello en un contexto de violencia política muy preocupante a nivel local.

Tampoco es para menos el impacto que causó el Informe de Violencia Política publicado, al cierre de las campañas, por la consultoría de análisis y prospectiva Entellekt. Desde que arrancó el proceso, a inicios de septiembre, más de 720 agresiones o hechos delictivos contra políticos y candidatos relacionados. 89 asesinatos, 35 de candidatos y aspirantes, más una cauda de secuestros, robos, daños a propiedad, actos de intimidación, amenazas de autoridades políticas locales. Bajo la sombra del crimen organizado que domina amplias zonas del país y no sólo opera en el narcotráfico, sino también en extorsión a personas y empresas, tráfico sexual o de migrantes, robo de combustibles e incluso la captura de obra pública o de los presupuestos de municipios.

Justamente por esos desafíos de fondo que se han manifestado con toda su crudeza, que los ciudadanos compartimos por encima de diferencias políticas, las elecciones, sea cual sea el resultado, deberían servir de punto de inflexión para dar cabida a la conciliación en favor del interés colectivo. Divididos, sin oportunidad de acuerdos, colaboración y coordinación, los problemas, como ese grado de inseguridad y descomposición de la vida civil en amplias zonas del país, no van a ser resueltos.

En cuanto a las preferencias electorales, del escenario de principios de año, en que parecía que el partido en el gobierno nacional arrasaría tanto para obtener el mayor número de diputados federales como de gobiernos estatales y municipales, llegamos a un balance.

A nivel federal, las encuestas perfilan que no habría una mayoría calificada de la coalición que respalda al Gobierno Federal y que la mayoría simple sería por un margen muy pequeño: razón de más para que, una vez concluida la disputa electoral, le demos vuelta a esa página de antagonismo partidario y se persevere en la vía republicana del diálogo y la búsqueda de acuerdos. En cuanto a las 15 elecciones para gobernador, al parecer, de acuerdo con varias encuestas, la tendencia también se inclina a la diversidad no sólo en el número de gobiernos que obtendría cada alianza o partido, sino por lo cerrado de la competencia en la mayoría de los casos.

Todos tenemos una responsabilidad para cerrar este proceso tan convulso de mejor manera: rechazar la violencia y la coacción para votar en algún sentido, denunciar irregularidades, decidir con el voto informado, libre, directo. Bajo esos principios, cualquier decisión personal es legítima.

Sin embargo, debemos asimilar que la democracia no es un juego de suma cero, donde unos ganan todo y los que pierden quedan fuera completa o permanentemente. Su esencia es la oportunidad renovable y la aceptación de la coexistencia.

Por encima de militancias políticas, debemos ser capaces de estar unidos en torno al bien común. En democracia, eso implica la aceptación de los otros en sus derechos, inquietudes, aspiraciones, legitimidad. México enfrenta problemas que la polarización, lejos de resolver, complica. Después del 6 de junio nos esperan los mismos retos de fondo que compartimos y la necesidad de encontrar las respuestas y los compromisos que faltaron en las campañas. Demos oportunidad a la gobernabilidad democrática y la reconciliación en cada municipio, estado, a nivel nacional. Justo ahora eso luce difícil, pero hay que intentarlo: no es para menos.

Este proceso electoral federal ha despertado un interés inusitado en la ciudadanía, mucho mayor al que típicamente logran las elecciones intermedias para la renovación de la Cámara de Diputados. Consecuentemente, estuvo marcado por una muy intensa competencia por el voto, tanto a nivel federal como estatal y municipal, con el trasfondo de una polarización política que no ha dejado de crecer. No era ni es para menos.

El ambiente de tensión es perceptible en conversaciones, en la opinión publicada, en las redes sociales. Efectivamente, no es para menos, ante la limitada apertura al el diálogo y la concertación en el espacio político; la indisposición para cogobernar con otros poderes, órdenes de gobierno y fuerzas partidistas; frente a los signos de debilitamiento de los balances y los contrapesos democráticos, que incluye un franco antagonismo contra organismos autónomos, como el propio árbitro electoral; cuando se niega la pluralidad que caracteriza a un país como el nuestro, con la recurrente descalificación de las opiniones distintas.

A muchos mexicanos nos preocupa la tendencia contraria a la división de poderes y la que apunta a la división de la sociedad. Pero igualmente, una parte fundamental de ésta respalda o acepta como inevitable dicha vía, que encuentra legítima o necesaria. La coincidencia está en la valoración del proceso como algo decisivo: disyuntiva entre el refrendo o la corrección de rumbo; entre el respaldo incondicional a un proyecto en el que se cree o como contención preventiva a favor de los equilibrios.

Paradójicamente, tomando en cuenta la polarización y el involucramiento de la ciudadanía, otra seña de identidad del proceso electoral fue la pobreza del debate: faltaron ideas, propuestas, contraste de proyectos claros, estrategias y compromisos ante los grandes retos de la nación. En cambio, proliferó la agresividad verbal, la desacreditación cruzada. Todo ello en un contexto de violencia política muy preocupante a nivel local.

Tampoco es para menos el impacto que causó el Informe de Violencia Política publicado, al cierre de las campañas, por la consultoría de análisis y prospectiva Entellekt. Desde que arrancó el proceso, a inicios de septiembre, más de 720 agresiones o hechos delictivos contra políticos y candidatos relacionados. 89 asesinatos, 35 de candidatos y aspirantes, más una cauda de secuestros, robos, daños a propiedad, actos de intimidación, amenazas de autoridades políticas locales. Bajo la sombra del crimen organizado que domina amplias zonas del país y no sólo opera en el narcotráfico, sino también en extorsión a personas y empresas, tráfico sexual o de migrantes, robo de combustibles e incluso la captura de obra pública o de los presupuestos de municipios.

Justamente por esos desafíos de fondo que se han manifestado con toda su crudeza, que los ciudadanos compartimos por encima de diferencias políticas, las elecciones, sea cual sea el resultado, deberían servir de punto de inflexión para dar cabida a la conciliación en favor del interés colectivo. Divididos, sin oportunidad de acuerdos, colaboración y coordinación, los problemas, como ese grado de inseguridad y descomposición de la vida civil en amplias zonas del país, no van a ser resueltos.

En cuanto a las preferencias electorales, del escenario de principios de año, en que parecía que el partido en el gobierno nacional arrasaría tanto para obtener el mayor número de diputados federales como de gobiernos estatales y municipales, llegamos a un balance.

A nivel federal, las encuestas perfilan que no habría una mayoría calificada de la coalición que respalda al Gobierno Federal y que la mayoría simple sería por un margen muy pequeño: razón de más para que, una vez concluida la disputa electoral, le demos vuelta a esa página de antagonismo partidario y se persevere en la vía republicana del diálogo y la búsqueda de acuerdos. En cuanto a las 15 elecciones para gobernador, al parecer, de acuerdo con varias encuestas, la tendencia también se inclina a la diversidad no sólo en el número de gobiernos que obtendría cada alianza o partido, sino por lo cerrado de la competencia en la mayoría de los casos.

Todos tenemos una responsabilidad para cerrar este proceso tan convulso de mejor manera: rechazar la violencia y la coacción para votar en algún sentido, denunciar irregularidades, decidir con el voto informado, libre, directo. Bajo esos principios, cualquier decisión personal es legítima.

Sin embargo, debemos asimilar que la democracia no es un juego de suma cero, donde unos ganan todo y los que pierden quedan fuera completa o permanentemente. Su esencia es la oportunidad renovable y la aceptación de la coexistencia.

Por encima de militancias políticas, debemos ser capaces de estar unidos en torno al bien común. En democracia, eso implica la aceptación de los otros en sus derechos, inquietudes, aspiraciones, legitimidad. México enfrenta problemas que la polarización, lejos de resolver, complica. Después del 6 de junio nos esperan los mismos retos de fondo que compartimos y la necesidad de encontrar las respuestas y los compromisos que faltaron en las campañas. Demos oportunidad a la gobernabilidad democrática y la reconciliación en cada municipio, estado, a nivel nacional. Justo ahora eso luce difícil, pero hay que intentarlo: no es para menos.