/ jueves 3 de marzo de 2022

El agua del molino | Día nacional de la oratoria

Nuestra Universidad es la cuna de los más altos valores de la Nación y la Facultad de Derecho es a su vez la cuna de los más altos valores jurídicos; siendo que sin ambas sería inexplicable e inconcebible la historia de México a partir de que se constituyó en República. Por lo tanto la palabra nos rige y orienta. Lo que sucede es que el Derecho es de por sí la cuna y el germen de los más elevados valores que orientan a la Humanidad. Consecuencia de esto es que la palabra jurídica, rebasando las fronteras de la mera ley, es la que distingue y enaltece lo humano. En un principio, en medio y al final que se prolonga indefinidamente en el tiempo, es que fue, es y será primero el Verbo. Lo anterior lo debemos entender, enseñar y decir en las aulas los profesores y alumnos de nuestra comunidad académica. Tal es la grandeza del Derecho que se desconoce si nos atenemos exclusivamente a la mera palabra legal, recipiente vacío sin aquel Espíritu y por lo tanto badajo carente de resonancia en la campana de la historia.

Ahora bien, todo indica que en el panorama, circunstancia y entorno mundiales estamos pasando de una era a otra. Me refiero a la pandemia y a la fuerza que están teniendo los medios de comunicación electrónicos o virtuales. Vivimos en los días que corren, toda proporción guardada, lo mismo que vivieron los hombres del Renacimiento. Somos testigos y actores de la transformación del mundo hacia su culminación. ¿Qué significa esto? Que los valores que han distinguido a nuestra cultura y civilización se han agotado y consumido, digamos, al ir del espacio especulativo o ideal al concreto y real, dejando la ambigüedad del deber ser que quiere volverse ser. Y esto lo hacen de la mano de la palabra, del Verbo. Lo anterior lo entenderemos muy bien si pensamos en el lema de nuestra institución, es decir, en el Espíritu infundiéndole vigor verbal a la raza académica que componemos. Las campanas que oímos tocan a vuelo, pero siempre con una razón. No son badajos que hagan resonar un sonido hueco. Anuncian y pregonan, presagian, el nacimiento de un nuevo mundo sin violencia, sin miedo ni temor. La palabra se funde así en el tiempo histórico para explicarlo y justificarlo en su asenso hacia lo alto, que ya intuía Goethe. Sin la palabra nada se entendería, y menos esta transformación. Por eso cultivarla y enaltecerla es llevar a cabo un acto de recreación. Hablando así nos recrearemos a nosotros mismos en un proceso que lleva a la cima, donde fundiremos en el torrente de río heraclitiano, nunca el mismo en su eternidad, el gran destino que nos aguarda. “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”, decía Heráclito de Éfeso. Sí, por nuestra raza, ya cósmica como lo presagiaba Vasconcelos, hablará el Espíritu. Eso es lo que nos aguarda si sabemos cultivar la palabra. No seamos siempre los mismos, cambiemos constantemente, renovemos la vida en un proceso evolutivo, y desde el seno de nuestra Facultad avizoremos el destino que ya palpamos con nuestras manos, con la dignidad de la palabra bien pensada y bien hablada.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL


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Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca

Nuestra Universidad es la cuna de los más altos valores de la Nación y la Facultad de Derecho es a su vez la cuna de los más altos valores jurídicos; siendo que sin ambas sería inexplicable e inconcebible la historia de México a partir de que se constituyó en República. Por lo tanto la palabra nos rige y orienta. Lo que sucede es que el Derecho es de por sí la cuna y el germen de los más elevados valores que orientan a la Humanidad. Consecuencia de esto es que la palabra jurídica, rebasando las fronteras de la mera ley, es la que distingue y enaltece lo humano. En un principio, en medio y al final que se prolonga indefinidamente en el tiempo, es que fue, es y será primero el Verbo. Lo anterior lo debemos entender, enseñar y decir en las aulas los profesores y alumnos de nuestra comunidad académica. Tal es la grandeza del Derecho que se desconoce si nos atenemos exclusivamente a la mera palabra legal, recipiente vacío sin aquel Espíritu y por lo tanto badajo carente de resonancia en la campana de la historia.

Ahora bien, todo indica que en el panorama, circunstancia y entorno mundiales estamos pasando de una era a otra. Me refiero a la pandemia y a la fuerza que están teniendo los medios de comunicación electrónicos o virtuales. Vivimos en los días que corren, toda proporción guardada, lo mismo que vivieron los hombres del Renacimiento. Somos testigos y actores de la transformación del mundo hacia su culminación. ¿Qué significa esto? Que los valores que han distinguido a nuestra cultura y civilización se han agotado y consumido, digamos, al ir del espacio especulativo o ideal al concreto y real, dejando la ambigüedad del deber ser que quiere volverse ser. Y esto lo hacen de la mano de la palabra, del Verbo. Lo anterior lo entenderemos muy bien si pensamos en el lema de nuestra institución, es decir, en el Espíritu infundiéndole vigor verbal a la raza académica que componemos. Las campanas que oímos tocan a vuelo, pero siempre con una razón. No son badajos que hagan resonar un sonido hueco. Anuncian y pregonan, presagian, el nacimiento de un nuevo mundo sin violencia, sin miedo ni temor. La palabra se funde así en el tiempo histórico para explicarlo y justificarlo en su asenso hacia lo alto, que ya intuía Goethe. Sin la palabra nada se entendería, y menos esta transformación. Por eso cultivarla y enaltecerla es llevar a cabo un acto de recreación. Hablando así nos recrearemos a nosotros mismos en un proceso que lleva a la cima, donde fundiremos en el torrente de río heraclitiano, nunca el mismo en su eternidad, el gran destino que nos aguarda. “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”, decía Heráclito de Éfeso. Sí, por nuestra raza, ya cósmica como lo presagiaba Vasconcelos, hablará el Espíritu. Eso es lo que nos aguarda si sabemos cultivar la palabra. No seamos siempre los mismos, cambiemos constantemente, renovemos la vida en un proceso evolutivo, y desde el seno de nuestra Facultad avizoremos el destino que ya palpamos con nuestras manos, con la dignidad de la palabra bien pensada y bien hablada.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL


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