/ jueves 7 de julio de 2022

El agua del molino | La angustia y el suicidio

El gran Carrara escribió en su famoso Programa que el suicidio no se puede sancionar por la obvia razón de que mueren tanto el sujeto activo como el pasivo del delito, o sea, el suicida. Y Durkheim, a su vez, da una impecable visión sociológica y filosófica del suicidio donde resaltan una serie de razones que corresponden, si cabe el término, al carácter y temperamento moral, a la congoja, a la ansiedad y al temor de la persona que decide privarse de la vida. Por lo tanto, no es del todo exacto, como se ha difundido, que el joven estudiante que se quitó la vida recientemente en el edificio de la Facultad de Medicina de la UNAM, lo haya hecho porque los estudiantes de su carrera están sujetos a grandes presiones; lo que en rigor puede ser aplicable a cualquier estudiante de las múltiples carreras que hay en la propia Universidad. Ni tampoco es del todo exacto que sólo la Medicina sea la abocada a prevenir el problema. No se niegan, por supuesto, las bondades del tratamiento médico, del psiquiátrico o psicológico, pero en el comportamiento del joven suicida, y en otros casos similares, hay factores y elementos que hallan su fuente en los pozos insondables de la congoja, de la angustia y del temor que van más allá de las disciplinas citadas. Es que se trata de la vida, del vivir la vida propia y de las circunstancias del medio ambiente. Se trata del “ser y existir” en este mundo, del enfrentamiento de la conciencia de uno mismo con los demás. Se trata del espíritu, de ese que debe estar siempre presente en toda acción de la Universidad.Me explico.

Nuestro compromiso no es que en la Universidad hablen las ciencias y especialidades, sino su espíritu; siendo éstas las meras formas de algo superior. Al margen de la relevancia de cualquier carrera, de sus pormenores metodológicos y técnicos, de todo lo que aparece cotidianamente en el campo de las especialidades, la verdadera misión universitaria, concorde con nuestro lema, es formar y forjar el carácter. ¿De qué le sirven sus conocimientos al profesionista si carece de un sólido carácter, de algo que lo marca en el vivir, convivir y ser, de algo que lo distingue por sus cualidades? Uno forja su propio destino guiado por el carácter. Los hombres, los seres humanos, somos esto. Lo demás es aleatorio y que depende, como suele decirse, del azar, o sea, de la casualidad y del llamado en Derecho caso fortuito. Pero la pregunta es si somos, nada más, víctimas pasivas, inertes, de las circunstancias y sin la menor participación en la forja de nuestro destino como personas e individuos. ¡Con qué poco nos conformaríamos! La gran misión de la Universidad, de esa que Ortega y Gasset define como cuna del conocimiento universal, es primero, primerísimo y por medio de la forja del carácter, conocerse uno mismo. Lo otro es similar a los hitos, a las señales en el camino; que van marcando los pasos dados en nuestro devenir histórico y que sólo indican la dirección o la distancia recorrida. Por lo tanto, el espíritu de la Universidad trabaja en lo esencial. Modela hombres y mujeres “con” un destino superior. Y cuando esto no se da sobrecoge al estudiante y al estudioso la angustia y la sensación de soledad, siempre atribuible ello a los profesores e investigadores, que son los transmisores de ese espíritu. Hay quienes resisten de una manera u otra y hay quienes ceden al peso de la opresión. La Universidad es, pues, la única que puede forjar generaciones con el carácter de que hablo, es decir, universitarios en un sentido superior. Ya en estas líneas me he ocupado varias veces de la Raza Cósmica de Vasconcelos, insistiendo en que ella es y representa al espíritu hacedor del carácter, de lo substancial y esencial de cualquier profesión, que es el único poder que puede evitar que nos agobie la angustia y la negación de la vida. Misión gigantesca a la que no podemos ni debemos renunciar renunciando a nosotros mismos.

PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL

Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca


El gran Carrara escribió en su famoso Programa que el suicidio no se puede sancionar por la obvia razón de que mueren tanto el sujeto activo como el pasivo del delito, o sea, el suicida. Y Durkheim, a su vez, da una impecable visión sociológica y filosófica del suicidio donde resaltan una serie de razones que corresponden, si cabe el término, al carácter y temperamento moral, a la congoja, a la ansiedad y al temor de la persona que decide privarse de la vida. Por lo tanto, no es del todo exacto, como se ha difundido, que el joven estudiante que se quitó la vida recientemente en el edificio de la Facultad de Medicina de la UNAM, lo haya hecho porque los estudiantes de su carrera están sujetos a grandes presiones; lo que en rigor puede ser aplicable a cualquier estudiante de las múltiples carreras que hay en la propia Universidad. Ni tampoco es del todo exacto que sólo la Medicina sea la abocada a prevenir el problema. No se niegan, por supuesto, las bondades del tratamiento médico, del psiquiátrico o psicológico, pero en el comportamiento del joven suicida, y en otros casos similares, hay factores y elementos que hallan su fuente en los pozos insondables de la congoja, de la angustia y del temor que van más allá de las disciplinas citadas. Es que se trata de la vida, del vivir la vida propia y de las circunstancias del medio ambiente. Se trata del “ser y existir” en este mundo, del enfrentamiento de la conciencia de uno mismo con los demás. Se trata del espíritu, de ese que debe estar siempre presente en toda acción de la Universidad.Me explico.

Nuestro compromiso no es que en la Universidad hablen las ciencias y especialidades, sino su espíritu; siendo éstas las meras formas de algo superior. Al margen de la relevancia de cualquier carrera, de sus pormenores metodológicos y técnicos, de todo lo que aparece cotidianamente en el campo de las especialidades, la verdadera misión universitaria, concorde con nuestro lema, es formar y forjar el carácter. ¿De qué le sirven sus conocimientos al profesionista si carece de un sólido carácter, de algo que lo marca en el vivir, convivir y ser, de algo que lo distingue por sus cualidades? Uno forja su propio destino guiado por el carácter. Los hombres, los seres humanos, somos esto. Lo demás es aleatorio y que depende, como suele decirse, del azar, o sea, de la casualidad y del llamado en Derecho caso fortuito. Pero la pregunta es si somos, nada más, víctimas pasivas, inertes, de las circunstancias y sin la menor participación en la forja de nuestro destino como personas e individuos. ¡Con qué poco nos conformaríamos! La gran misión de la Universidad, de esa que Ortega y Gasset define como cuna del conocimiento universal, es primero, primerísimo y por medio de la forja del carácter, conocerse uno mismo. Lo otro es similar a los hitos, a las señales en el camino; que van marcando los pasos dados en nuestro devenir histórico y que sólo indican la dirección o la distancia recorrida. Por lo tanto, el espíritu de la Universidad trabaja en lo esencial. Modela hombres y mujeres “con” un destino superior. Y cuando esto no se da sobrecoge al estudiante y al estudioso la angustia y la sensación de soledad, siempre atribuible ello a los profesores e investigadores, que son los transmisores de ese espíritu. Hay quienes resisten de una manera u otra y hay quienes ceden al peso de la opresión. La Universidad es, pues, la única que puede forjar generaciones con el carácter de que hablo, es decir, universitarios en un sentido superior. Ya en estas líneas me he ocupado varias veces de la Raza Cósmica de Vasconcelos, insistiendo en que ella es y representa al espíritu hacedor del carácter, de lo substancial y esencial de cualquier profesión, que es el único poder que puede evitar que nos agobie la angustia y la negación de la vida. Misión gigantesca a la que no podemos ni debemos renunciar renunciando a nosotros mismos.

PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL

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