/ jueves 24 de marzo de 2022

El agua del molino | La UNAM no es retiro ni asilo de políticos

La academia es cuna -allí “nace” el político, en su Alma Mater, pero no “se hace”- y es también fuente nutricia de políticos auténticos o, más en concreto, de la política autentica, debiendo llevarse lo aprendido allí hasta el duro terreno de la realidad, desde el deber ser intelectual al ser social; y el que algunos no lo logren nos los acredita para ver en la Universidad una especie de interludio en medio de la batalla política. La UNAM es un punto de partida, el inicio de un camino. Lo contrario desvirtúa la razón de ser de la Universidad y por eso habría que tener enorme cuidado en la admisión y selección de su cuadro académico e investigador. Sé que es difícil, dadas las circunstancias, pero no es imposible. Otra cosa, por supuesto, es llevar al podio universitario la experiencia adquirida fuera del campus, para estudiarla bajo la lente poderosa de la inteligencia. Esto es o sería vincular la realidad social, que es el ser, con el deber ser universitario. Tal fue el sueño de Antonio Caso (“la universidad procurará de preferencia discutir y analizar, por medio de sus profesores y alumnos, los problemas que ocupen la atención pública”), hoy contenido y plasmado en el artículo 3º constitucional, y el compromiso universitario y político de José Vasconcelos. Ambos lograron en su momento histórico consolidar la siempre anhelada unidad cultural y política entre la Universidad el país.

Ahora bien, se repite constantemente, lo que es verdad, que el ideal universitario, y en concreto el de la UNAM, se manifiesta en lo mejor de la política mexicana. Lo que sucede es que en el fondo, y a veces en la superficie, se asiste a la Universidad -autoridades, profesores, investigadores y alumnos- para tener sólo un sello social que ostentar, para ser “diferentes” o supuestamente “superiores”. Se toma a la Universidad -sus cargos, títulos, maestrías, grados y especialidades- para escalar en la carrera política, tan a menudo despiadada. ¿Es que tanto ha degenerado hasta la fecha el compromiso universitario, desde la época de Justo Sierra, Antonio Caso y José Vasconcelos? La carrera política se ha “apoyado” casi siempre y salvo excepciones en aquél sello social, en vez de en si misma y en sus propios medios y recursos. Los que tal han hecho han visto la Universidad como unas muletas, como un punto de apoyo más que de referencia. Me explico. No digo ni remotamente que de dependencia pero sí de relación. Lo evidente, para señalar algo muy importante, es que la Facultad de Derecho, en otra época de ciencias sociales, y después la de ciencias políticas, que se desprendió o desgajó de aquélla, es el punto de concentración de ese sello social. Las otras facultades, escuelas e institutos no suelen imprimir con fuerza tal sello; lo que significa que hay un palpable desequilibrio en la ambición -que no es otra cosa- que critico. Habría que retomar el cauce natural de las cosas y que en la Universidad se adquirieran conocimientos, información e incluso formación que enriquecieran lo adquirido en la vida de relación social, porque el verdadero político nunca se hace en la Universidad sino “sintiendo el palpitar del corazón popular”, como sostenía Disraeli. La Universidad, por su parte, estudia “lo político”. En suma, si esto se entiende no se verá en la Universidad un retiro o asilo de políticos, así como tampoco debe ser la política un retiro o asilo de académicos frustrados; porque en esas condiciones nunca hablará el espíritu universitario.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD

PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL


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Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca



La academia es cuna -allí “nace” el político, en su Alma Mater, pero no “se hace”- y es también fuente nutricia de políticos auténticos o, más en concreto, de la política autentica, debiendo llevarse lo aprendido allí hasta el duro terreno de la realidad, desde el deber ser intelectual al ser social; y el que algunos no lo logren nos los acredita para ver en la Universidad una especie de interludio en medio de la batalla política. La UNAM es un punto de partida, el inicio de un camino. Lo contrario desvirtúa la razón de ser de la Universidad y por eso habría que tener enorme cuidado en la admisión y selección de su cuadro académico e investigador. Sé que es difícil, dadas las circunstancias, pero no es imposible. Otra cosa, por supuesto, es llevar al podio universitario la experiencia adquirida fuera del campus, para estudiarla bajo la lente poderosa de la inteligencia. Esto es o sería vincular la realidad social, que es el ser, con el deber ser universitario. Tal fue el sueño de Antonio Caso (“la universidad procurará de preferencia discutir y analizar, por medio de sus profesores y alumnos, los problemas que ocupen la atención pública”), hoy contenido y plasmado en el artículo 3º constitucional, y el compromiso universitario y político de José Vasconcelos. Ambos lograron en su momento histórico consolidar la siempre anhelada unidad cultural y política entre la Universidad el país.

Ahora bien, se repite constantemente, lo que es verdad, que el ideal universitario, y en concreto el de la UNAM, se manifiesta en lo mejor de la política mexicana. Lo que sucede es que en el fondo, y a veces en la superficie, se asiste a la Universidad -autoridades, profesores, investigadores y alumnos- para tener sólo un sello social que ostentar, para ser “diferentes” o supuestamente “superiores”. Se toma a la Universidad -sus cargos, títulos, maestrías, grados y especialidades- para escalar en la carrera política, tan a menudo despiadada. ¿Es que tanto ha degenerado hasta la fecha el compromiso universitario, desde la época de Justo Sierra, Antonio Caso y José Vasconcelos? La carrera política se ha “apoyado” casi siempre y salvo excepciones en aquél sello social, en vez de en si misma y en sus propios medios y recursos. Los que tal han hecho han visto la Universidad como unas muletas, como un punto de apoyo más que de referencia. Me explico. No digo ni remotamente que de dependencia pero sí de relación. Lo evidente, para señalar algo muy importante, es que la Facultad de Derecho, en otra época de ciencias sociales, y después la de ciencias políticas, que se desprendió o desgajó de aquélla, es el punto de concentración de ese sello social. Las otras facultades, escuelas e institutos no suelen imprimir con fuerza tal sello; lo que significa que hay un palpable desequilibrio en la ambición -que no es otra cosa- que critico. Habría que retomar el cauce natural de las cosas y que en la Universidad se adquirieran conocimientos, información e incluso formación que enriquecieran lo adquirido en la vida de relación social, porque el verdadero político nunca se hace en la Universidad sino “sintiendo el palpitar del corazón popular”, como sostenía Disraeli. La Universidad, por su parte, estudia “lo político”. En suma, si esto se entiende no se verá en la Universidad un retiro o asilo de políticos, así como tampoco debe ser la política un retiro o asilo de académicos frustrados; porque en esas condiciones nunca hablará el espíritu universitario.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD

PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL


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