/ jueves 23 de junio de 2022

El agua del molino | Las ciudades en llamas

Ya no es el llano en llamas de Juan Rulfo, bajo los estragos y las injusticias que combatió la Revolución; ahora son las ciudades las que están en llamas bajo los estragos y las injusticias de la violencia imparable e incontrolable. México entero arde. Lo terrible es que se pueda uno acostumbrar a esto ante la persistencia de su permanencia y la constante negativa oficial de ello. Las noticias no descansan en informar sobre secuestros, robos, homicidios, abusos mil que son una ignominia para las conciencias, volviéndolas de buenas o pasivas a malas y angustiadas. Terror que ya es un hábito diario y cotidiano. La Revolución, hay que recordarlo, quería corregir errores y horrores ancestrales del poder político que impedían el verdadero progreso social. Tenía un plan, era un proyecto. Fue una convulsión del cuerpo social con un nacimiento ya debidamente registrado y analizado por la historia. ¿Pero lo de hoy qué significa, qué representa? Sin duda una descomposición también engendrada por el poder -el mal poder- pero que ha derivado en una colusión del criminal -complicidad- con el gobernante que se ha contaminado, infestado y corrompido. Quienes gobiernan no buscan la concordia ni la paz sino la mejor manera de “administrar el mal social”. ¿Y el bien social? Se hunde en la palabrería hueca e inmoral. De tal manera que la violencia -oposición al bien social- se ha convertido en una forma de gobierno, en un “tener que ser” del gobernante para mantenerse a flote en un mar de inmundicias.

Ahora bien, se dirá que la democracia lo puede remediar; pero no es verdad porque los medios democráticos, los instrumentos de la democracia, no llegan hasta la conciencia de los que buscan el poder. Nos hemos convertido en una República, traicionando nuestros ideales y principios, con un estilo democrático -contrario a la democracia auténtica- que enseña a transar, a transigir, siendo que muchos de nuestros gobernantes, ya señalados por el dedo de la opinión pública -siempre perceptiva- han hecho del narcotráfico, por ejemplo, un modo de vida y un factor real de poder, del mal poder, lo que llena el contenido de las noticias diarias, cotidianas, donde tirios y troyanos caen por igual poniendo de manifiesto el alcance de las llamas. Ciudades enteras incendiadas por el terror. ¿Es que no se ve una solución, también quemada por el fuego ardiente? Resignarse sería lo peor, ¿pero qué hacer? Las ciudades arden a ciencia y paciencia de todos. No es justo para México, no es justo para todos nosotros. Creo por cierto que no se trata de decir qué ciudades arden, guiándose por estadísticas siempre engañosas o manipulables, ya que el panorama general del país es quemante. Una pregunta es si cada quien se puede salvar a sí mismo, a su manera y de acuerdo con sus medios y recurriendo a una especie de estado de necesidad -recurso estrictamente jurídico- para apartarse del desastre. Pregunta lacerante porque deja al país aparte. A eso nos han llevado el desgobierno, la apatía, la irresponsabilidad y la ignorancia. Sin embargo yo veo una luz, aunque pálida, en lo siguiente. En que ese “egoísmo salvador” propicie una especie de conciencia nacional que nos convenza de que en realidad nos gobernamos a nosotros mismos. El país está en nuestras manos, lo que es una experiencia única en nuestra historia y que implica un reto enorme. ¿O dejaremos que la inercia, la pasividad, destruyan todo? Por mi parte no veo otra solución.; ¿o ésta es acaso el resultado de un pesimismo arrasador y quemante?


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIIO UNIVERSIDAD NACIONAL


Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca




Ya no es el llano en llamas de Juan Rulfo, bajo los estragos y las injusticias que combatió la Revolución; ahora son las ciudades las que están en llamas bajo los estragos y las injusticias de la violencia imparable e incontrolable. México entero arde. Lo terrible es que se pueda uno acostumbrar a esto ante la persistencia de su permanencia y la constante negativa oficial de ello. Las noticias no descansan en informar sobre secuestros, robos, homicidios, abusos mil que son una ignominia para las conciencias, volviéndolas de buenas o pasivas a malas y angustiadas. Terror que ya es un hábito diario y cotidiano. La Revolución, hay que recordarlo, quería corregir errores y horrores ancestrales del poder político que impedían el verdadero progreso social. Tenía un plan, era un proyecto. Fue una convulsión del cuerpo social con un nacimiento ya debidamente registrado y analizado por la historia. ¿Pero lo de hoy qué significa, qué representa? Sin duda una descomposición también engendrada por el poder -el mal poder- pero que ha derivado en una colusión del criminal -complicidad- con el gobernante que se ha contaminado, infestado y corrompido. Quienes gobiernan no buscan la concordia ni la paz sino la mejor manera de “administrar el mal social”. ¿Y el bien social? Se hunde en la palabrería hueca e inmoral. De tal manera que la violencia -oposición al bien social- se ha convertido en una forma de gobierno, en un “tener que ser” del gobernante para mantenerse a flote en un mar de inmundicias.

Ahora bien, se dirá que la democracia lo puede remediar; pero no es verdad porque los medios democráticos, los instrumentos de la democracia, no llegan hasta la conciencia de los que buscan el poder. Nos hemos convertido en una República, traicionando nuestros ideales y principios, con un estilo democrático -contrario a la democracia auténtica- que enseña a transar, a transigir, siendo que muchos de nuestros gobernantes, ya señalados por el dedo de la opinión pública -siempre perceptiva- han hecho del narcotráfico, por ejemplo, un modo de vida y un factor real de poder, del mal poder, lo que llena el contenido de las noticias diarias, cotidianas, donde tirios y troyanos caen por igual poniendo de manifiesto el alcance de las llamas. Ciudades enteras incendiadas por el terror. ¿Es que no se ve una solución, también quemada por el fuego ardiente? Resignarse sería lo peor, ¿pero qué hacer? Las ciudades arden a ciencia y paciencia de todos. No es justo para México, no es justo para todos nosotros. Creo por cierto que no se trata de decir qué ciudades arden, guiándose por estadísticas siempre engañosas o manipulables, ya que el panorama general del país es quemante. Una pregunta es si cada quien se puede salvar a sí mismo, a su manera y de acuerdo con sus medios y recurriendo a una especie de estado de necesidad -recurso estrictamente jurídico- para apartarse del desastre. Pregunta lacerante porque deja al país aparte. A eso nos han llevado el desgobierno, la apatía, la irresponsabilidad y la ignorancia. Sin embargo yo veo una luz, aunque pálida, en lo siguiente. En que ese “egoísmo salvador” propicie una especie de conciencia nacional que nos convenza de que en realidad nos gobernamos a nosotros mismos. El país está en nuestras manos, lo que es una experiencia única en nuestra historia y que implica un reto enorme. ¿O dejaremos que la inercia, la pasividad, destruyan todo? Por mi parte no veo otra solución.; ¿o ésta es acaso el resultado de un pesimismo arrasador y quemante?


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIIO UNIVERSIDAD NACIONAL


Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca