/ martes 22 de marzo de 2022

El ambiente y la guerra

Mario Duarte Villarello*

En las relaciones internacionales se habla de dos tipos de temas: los de la “alta política” y los de la “baja política”. En los primeros entran todos aquellos que, desde la óptica del realismo, más importan a los Estados: la guerra, la seguridad nacional, la seguridad internacional, entre otros; mientras que en los segundos están aquellos como los sociales (género, salud, cultura), los económicos y el ambiente. Otra característica es que usualmente los Estados reaccionan con velocidad ante los primeros, cuyas consecuencias asumen de corto plazo, mientras que pueden jugar con el tiempo ante los segundos, según les convenga, toda vez que perciben sus secuelas como de mediano o largo plazos.

De esta manera, a raíz de la invasión rusa a Ucrania, el avance logrado en torno a posicionar los temas ambientales más cercanos a la alta política se ha perdido. ¿Por qué? Precisamente porque la guerra es un tema típico de la alta política cuyas consecuencias son inmediatas, mientras que aquellas de los temas ambientales no lo son. O más bien, parecen no serlo. Un ejemplo: de acuerdo con el más reciente informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), los efectos adversos del calentamiento global antropogénico son ya una realidad y los esfuerzos para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, que busca limitar las emisiones de gases de efecto invernadero, están rebasados.

Está ocurriendo algo similar a lo acontecido tras los ataques del 11 de septiembre de 2001: la lógica del combate al terrorismo eclipsó a la llamada “década del desarrollo”, que transcurrió tras el colapso soviético y en la que los temas de la baja política por primera vez parecían tener más relevancia que nunca. En ese momento, Estados Unidos arrastró a la comunidad internacional en su inercia y los avances casi se pierden. Hoy la atención está puesta en lo que ocurra entre Rusia y Ucrania, con sus posibles efectos en todo el mundo, y la relevancia de la discusión de los temas de la baja política, en específico los ambientales, se está perdiendo.

En efecto, la política ambiental aborda problemas de largo plazo y por ello tiene tan poco atractivo para los tomadores de decisiones. Y si hablamos de política ambiental internacional, es aún más complicado colocarla en las prioridades mundiales frente a la alta política. Y, sin embargo, es fundamental para la viabilidad de cualquier país, por poderoso o débil que sea. Por ejemplo, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el agujero en la capa de ozono y demás, son problemas que amenazan la propia supervivencia del Estado. Dicho de otro modo, un país puede que subsista a una invasión armada, pero es seguro que no perdurará a la escasez hídrica, a la desertificación o a la pérdida territorial por el incremento del nivel del mar.

La comunidad internacional no puede darse el lujo de soslayar los temas ambientales, cuya solución requiere la participación de todos los países y que solo será viable en la medida en que entienda que, en realidad, el ambiente (y no la guerra) es el más complejo y difícil reto al que se han enfrentado las relaciones internacionales… y del que verdaderamente depende el futuro de la humanidad.

* Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, experto en política ambiental internacional y profesor de la Facultad de Estudios Globales, @MarDuVill, mdv@inbox.com

Mario Duarte Villarello*

En las relaciones internacionales se habla de dos tipos de temas: los de la “alta política” y los de la “baja política”. En los primeros entran todos aquellos que, desde la óptica del realismo, más importan a los Estados: la guerra, la seguridad nacional, la seguridad internacional, entre otros; mientras que en los segundos están aquellos como los sociales (género, salud, cultura), los económicos y el ambiente. Otra característica es que usualmente los Estados reaccionan con velocidad ante los primeros, cuyas consecuencias asumen de corto plazo, mientras que pueden jugar con el tiempo ante los segundos, según les convenga, toda vez que perciben sus secuelas como de mediano o largo plazos.

De esta manera, a raíz de la invasión rusa a Ucrania, el avance logrado en torno a posicionar los temas ambientales más cercanos a la alta política se ha perdido. ¿Por qué? Precisamente porque la guerra es un tema típico de la alta política cuyas consecuencias son inmediatas, mientras que aquellas de los temas ambientales no lo son. O más bien, parecen no serlo. Un ejemplo: de acuerdo con el más reciente informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), los efectos adversos del calentamiento global antropogénico son ya una realidad y los esfuerzos para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, que busca limitar las emisiones de gases de efecto invernadero, están rebasados.

Está ocurriendo algo similar a lo acontecido tras los ataques del 11 de septiembre de 2001: la lógica del combate al terrorismo eclipsó a la llamada “década del desarrollo”, que transcurrió tras el colapso soviético y en la que los temas de la baja política por primera vez parecían tener más relevancia que nunca. En ese momento, Estados Unidos arrastró a la comunidad internacional en su inercia y los avances casi se pierden. Hoy la atención está puesta en lo que ocurra entre Rusia y Ucrania, con sus posibles efectos en todo el mundo, y la relevancia de la discusión de los temas de la baja política, en específico los ambientales, se está perdiendo.

En efecto, la política ambiental aborda problemas de largo plazo y por ello tiene tan poco atractivo para los tomadores de decisiones. Y si hablamos de política ambiental internacional, es aún más complicado colocarla en las prioridades mundiales frente a la alta política. Y, sin embargo, es fundamental para la viabilidad de cualquier país, por poderoso o débil que sea. Por ejemplo, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el agujero en la capa de ozono y demás, son problemas que amenazan la propia supervivencia del Estado. Dicho de otro modo, un país puede que subsista a una invasión armada, pero es seguro que no perdurará a la escasez hídrica, a la desertificación o a la pérdida territorial por el incremento del nivel del mar.

La comunidad internacional no puede darse el lujo de soslayar los temas ambientales, cuya solución requiere la participación de todos los países y que solo será viable en la medida en que entienda que, en realidad, el ambiente (y no la guerra) es el más complejo y difícil reto al que se han enfrentado las relaciones internacionales… y del que verdaderamente depende el futuro de la humanidad.

* Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, experto en política ambiental internacional y profesor de la Facultad de Estudios Globales, @MarDuVill, mdv@inbox.com