/ jueves 9 de septiembre de 2021

El amor en tiempos de pandemia (II)

En mi anterior artículo me preguntaba si la Humanidad se halla preparada ahora para recibir y conocer la carta de Einstein sobre el amor. “Pero la civilización que el hombre prometeico podía producir -dice Jaeger-, sometiendo a su señorío las fuerzas elementales de la naturaleza, era una civilización meramente técnica”. Habla el eminente autor de la Paideia de una civilización meramente técnica. ¿Qué le faltaba, entonces? Porque tal civilización meramente técnica prevalece hasta el día de hoy. De Prometeo a la fecha ha prevalecido la civilización prometeica. Sigue el mundo sometiendo las fuerzas elementales de la naturaleza. Tarea ésta ímproba, casi inacabable. Sin embargo nos sigue faltando algo fundamental, “la última respuesta” según las propias palabras de Einstein. ¿De la civilización prometeica hemos de pasar a qué? No se trata de abandonar el sometimiento de las fuerzas elementales de la naturaleza, lo que sería negar una parte básica del progreso de la Humanidad, sino de al mismo tiempo, lo que no ha pasado, hacer presente y actuante el enorme poder de algo que le dé alma a aquello, que lo humanice imprimiendo el sello de nuestra condición de hombres. Habría en consecuencia que buscar esa condición que nos caracteriza como únicos y exclusivos entre todo lo creado y existente.

Y Jaeger añade: de ahí que la civilización meramente técnica “degenerara en violencia y destrucciones, y la Humanidad pareció a punto de perecer miserablemente por obra de sus propios inventos. Según Protágoras (en realidad Platón) los hombres se causaban unos a otros daño cuando intentaban congregarse en ciudades porque aún no poseían, como ahora, ni ley ni arte de la política”. Palabras premonitorias las de Jaeger pero que siguen siendo una dramática advertencia. Él escribe “como ahora”, lo que es totalmente utópico habida cuenta de que el mito se completa como mito pero sin reflejo en la realidad, o sea, “ahora”que no ha llegado sólo congregándosenos en ciudades, con leyes escritas y arte de la política también escrito y descrito. Nada más, porque les falta el alma y el espíritu que los haga trascender y convertirse en realidad. Y concluye Jaeger: “La Humanidad debe las bendiciones de la vida en comunidad, la paz, el orden y la seguridad única y exclusivamente a este don de Zeus, no a los especialistas e inventores cuyas habilidades admiramos sobre todo. En último término, sus hazañas se volverán siempre como armas contra su propio creador si no se subordinan al principio supremo de la Justicia y a su uso recto para el bien común de todos”. La evidente conclusión es que no hemos llegado aún, después de siglos, a vivir y convivir en comunidades donde imperen la paz, el orden y la seguridad. Nos falta que la Justicia se desprenda de la nube en la que vuela, en la que se remonta a un cielo lejano olvidando que el cielo está aquí, en nosotros mismos, si dejamos que esa fuerza cósmica que es el amor forje la espada de Temis en beneficio de la paz, el orden y la seguridad. Tal es la última respuesta que encontró Einstein, quien pisó fuerte sobre el terreno de la realidad científica y a quien le constó que la sola ciencia es un retroceso. Requerimos con urgencia Justicia en el Amor y con Amor, o desintegraremos el mundo volviéndolo polvo de polvo de un átomo inútil.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

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En mi anterior artículo me preguntaba si la Humanidad se halla preparada ahora para recibir y conocer la carta de Einstein sobre el amor. “Pero la civilización que el hombre prometeico podía producir -dice Jaeger-, sometiendo a su señorío las fuerzas elementales de la naturaleza, era una civilización meramente técnica”. Habla el eminente autor de la Paideia de una civilización meramente técnica. ¿Qué le faltaba, entonces? Porque tal civilización meramente técnica prevalece hasta el día de hoy. De Prometeo a la fecha ha prevalecido la civilización prometeica. Sigue el mundo sometiendo las fuerzas elementales de la naturaleza. Tarea ésta ímproba, casi inacabable. Sin embargo nos sigue faltando algo fundamental, “la última respuesta” según las propias palabras de Einstein. ¿De la civilización prometeica hemos de pasar a qué? No se trata de abandonar el sometimiento de las fuerzas elementales de la naturaleza, lo que sería negar una parte básica del progreso de la Humanidad, sino de al mismo tiempo, lo que no ha pasado, hacer presente y actuante el enorme poder de algo que le dé alma a aquello, que lo humanice imprimiendo el sello de nuestra condición de hombres. Habría en consecuencia que buscar esa condición que nos caracteriza como únicos y exclusivos entre todo lo creado y existente.

Y Jaeger añade: de ahí que la civilización meramente técnica “degenerara en violencia y destrucciones, y la Humanidad pareció a punto de perecer miserablemente por obra de sus propios inventos. Según Protágoras (en realidad Platón) los hombres se causaban unos a otros daño cuando intentaban congregarse en ciudades porque aún no poseían, como ahora, ni ley ni arte de la política”. Palabras premonitorias las de Jaeger pero que siguen siendo una dramática advertencia. Él escribe “como ahora”, lo que es totalmente utópico habida cuenta de que el mito se completa como mito pero sin reflejo en la realidad, o sea, “ahora”que no ha llegado sólo congregándosenos en ciudades, con leyes escritas y arte de la política también escrito y descrito. Nada más, porque les falta el alma y el espíritu que los haga trascender y convertirse en realidad. Y concluye Jaeger: “La Humanidad debe las bendiciones de la vida en comunidad, la paz, el orden y la seguridad única y exclusivamente a este don de Zeus, no a los especialistas e inventores cuyas habilidades admiramos sobre todo. En último término, sus hazañas se volverán siempre como armas contra su propio creador si no se subordinan al principio supremo de la Justicia y a su uso recto para el bien común de todos”. La evidente conclusión es que no hemos llegado aún, después de siglos, a vivir y convivir en comunidades donde imperen la paz, el orden y la seguridad. Nos falta que la Justicia se desprenda de la nube en la que vuela, en la que se remonta a un cielo lejano olvidando que el cielo está aquí, en nosotros mismos, si dejamos que esa fuerza cósmica que es el amor forje la espada de Temis en beneficio de la paz, el orden y la seguridad. Tal es la última respuesta que encontró Einstein, quien pisó fuerte sobre el terreno de la realidad científica y a quien le constó que la sola ciencia es un retroceso. Requerimos con urgencia Justicia en el Amor y con Amor, o desintegraremos el mundo volviéndolo polvo de polvo de un átomo inútil.


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