/ jueves 30 de septiembre de 2021

El amor en tiempos de pandemia (IV)

En mi último artículo, que fue el III, citaba yo a Teilhard de Chardin (que he traducido de su libro “Sobre el Amor, Éditions du Seuil, France, 1972). “El amor -escribe- es una venturosa conquista. Se desenvuelve, como el mismo universo, por un perpetuo descubrimiento (lo que yo interpreto como que el amor es dinámico, en constante manifestación o revelación; el amor se revela a cada instante, como una parte preciosa de un todo). Y luego dice Teilhard que “el amor es el umbral de otro universo”. Pienso que aquí alude a un universo por alcanzar, siendo tal vez el mismo que conocemos pero iluminado por una fuerza que vamos poco a poco descubriendo. Lo importante es que no desperdiciemos por negligencia o por voluptuosidad las reservas de personalización del universo. O sea, que para ser personas, o seres humanos, o individuos, debemos conservar íntegra nuestra responsabilidad de ser lo que somos y no desperdiciar el potencial de amor que nos caracteriza y define.

Ahora bien, las ideas anteriores, tan profundas y complejas, me han llevado a asociarlas con el pensamiento de Rousseau (en su Emilio), de Iván Illich (en La Sociedad Desescolarizada) y de Vasconcelos (en su Raza Cósmica). No es esta, digamos, una arbitrariedad intelectual sino seguir el mismo ritmo de la idea del amor. Rousseau critica fuertemente el sistema educativo de su tiempo, donde se han acumulado conocimientos sin el impulso del amor, de manera autoritaria e impositiva y confundiendo la educación con una disciplina de tono carcelario (la observación es mía). Iván Illich, que en su momento causó verdadero revuelo intelectual (yo tuve el privilegio de visitarlo en Cuernavaca, casi hundido entre libros apilados en varias bibliotecas ubicadas en el jardín de su casa), afirmaba con énfasis que la sociedad se debería desescolarizar, porque el número de libros aplastaba literalmente a los estudiantes. ¿Qué faltaba allí? Una enseñanza amorosa, generosa, útil espiritualmente. Y José Vasconcelos, al que ya he citado, que en su Raza Cósmica crea la que llama Universópolis, quinta raza del continente americano y que representa una nueva civilización en que la educación une y unifica al amparo de Universópolis para transmitir su conocimiento, profundamente humano y distinguido por el Espíritu. Y a todo esto me ha llevado, que no caprichosamente, la lectura de Teilhard. Lo que he hecho en rigor ha sido atar cabos sueltos donde el leitmotiv repite una idea misma idea a lo largo de intervalos históricos. Claro y desde luego que hay más autores que citar, innumerables, pero lo que pretendo es demostrar la validez de la tesis de que nuestra civilización se ahoga en sus propias flaquezas por la carencia de un poder espiritual que la eleve hasta el alma de lo que es en realidad la cultura. Así pues la señal de alarma está dada. Desde las palabras de un Presidente que muchos consideran desbordado y desparramado, el nuestro, hasta las sesudas reflexiones de que me he ocupado, prevalece, insisto y repito, una misma idea. Hay que cambiar el tono de la educación, su contenido, sus métodos. En mi último y próximo artículo trataré de sintetizar todo este esfuerzo, donde el poder de la Universidad vasconceliana definirá el curso a seguir en la historia.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca


En mi último artículo, que fue el III, citaba yo a Teilhard de Chardin (que he traducido de su libro “Sobre el Amor, Éditions du Seuil, France, 1972). “El amor -escribe- es una venturosa conquista. Se desenvuelve, como el mismo universo, por un perpetuo descubrimiento (lo que yo interpreto como que el amor es dinámico, en constante manifestación o revelación; el amor se revela a cada instante, como una parte preciosa de un todo). Y luego dice Teilhard que “el amor es el umbral de otro universo”. Pienso que aquí alude a un universo por alcanzar, siendo tal vez el mismo que conocemos pero iluminado por una fuerza que vamos poco a poco descubriendo. Lo importante es que no desperdiciemos por negligencia o por voluptuosidad las reservas de personalización del universo. O sea, que para ser personas, o seres humanos, o individuos, debemos conservar íntegra nuestra responsabilidad de ser lo que somos y no desperdiciar el potencial de amor que nos caracteriza y define.

Ahora bien, las ideas anteriores, tan profundas y complejas, me han llevado a asociarlas con el pensamiento de Rousseau (en su Emilio), de Iván Illich (en La Sociedad Desescolarizada) y de Vasconcelos (en su Raza Cósmica). No es esta, digamos, una arbitrariedad intelectual sino seguir el mismo ritmo de la idea del amor. Rousseau critica fuertemente el sistema educativo de su tiempo, donde se han acumulado conocimientos sin el impulso del amor, de manera autoritaria e impositiva y confundiendo la educación con una disciplina de tono carcelario (la observación es mía). Iván Illich, que en su momento causó verdadero revuelo intelectual (yo tuve el privilegio de visitarlo en Cuernavaca, casi hundido entre libros apilados en varias bibliotecas ubicadas en el jardín de su casa), afirmaba con énfasis que la sociedad se debería desescolarizar, porque el número de libros aplastaba literalmente a los estudiantes. ¿Qué faltaba allí? Una enseñanza amorosa, generosa, útil espiritualmente. Y José Vasconcelos, al que ya he citado, que en su Raza Cósmica crea la que llama Universópolis, quinta raza del continente americano y que representa una nueva civilización en que la educación une y unifica al amparo de Universópolis para transmitir su conocimiento, profundamente humano y distinguido por el Espíritu. Y a todo esto me ha llevado, que no caprichosamente, la lectura de Teilhard. Lo que he hecho en rigor ha sido atar cabos sueltos donde el leitmotiv repite una idea misma idea a lo largo de intervalos históricos. Claro y desde luego que hay más autores que citar, innumerables, pero lo que pretendo es demostrar la validez de la tesis de que nuestra civilización se ahoga en sus propias flaquezas por la carencia de un poder espiritual que la eleve hasta el alma de lo que es en realidad la cultura. Así pues la señal de alarma está dada. Desde las palabras de un Presidente que muchos consideran desbordado y desparramado, el nuestro, hasta las sesudas reflexiones de que me he ocupado, prevalece, insisto y repito, una misma idea. Hay que cambiar el tono de la educación, su contenido, sus métodos. En mi último y próximo artículo trataré de sintetizar todo este esfuerzo, donde el poder de la Universidad vasconceliana definirá el curso a seguir en la historia.


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