/ martes 10 de abril de 2018

El arte de la inconstancia

Si han estado observando los mercados de valores, probablemente se sientan mareados. ¡El Dow está desplomándose! ¡No, se está recuperando! ¡Momento, se ha vuelto a desplomar!

En general, tratar de explicar las fluctuaciones de las acciones es una empresa inútil. Sin embargo, en este caso, lo que sucede es bastante claro. Cada vez que los inversionistas sospechan que Donald Trump de verdad llevará a cabo sus amenazas de grandes aumentos a los aranceles, que provocarían represalias en el extranjero, las acciones se hunden. Y cada vez que deciden que solo es teatro, las acciones se recuperan. A los mercados de verdad no les gusta la idea de una guerra comercial.

Entonces, ¿se avecina una guerra comercial? Nadie lo sabe, ni siquiera, o quizá particularmente, el mismo Trump, porque, aunque el comercio es uno de los dos temas característicos de Trump, cuando se trata de hacer exigencias reales a otros países, el “tuitero en jefe” y sus asesores o no saben qué quieren o quieren cosas que nuestros socios comerciales no pueden darles. No que no querrán darles, sino que no pueden darles.

Por ende, gobierna la incongruencia: el gobierno ataca con declaraciones, después trata de calmar a los mercados diciendo que quizá no lleve a cabo sus amenazas y luego arremete con una nueva ronda de amenazas.

Hablemos de China

En ciertos sentidos, China en verdad es un mal actor de la economía mundial. En específico, se ha burlado abiertamente de las reglas internacionales sobre derechos de propiedad intelectual, haciéndose de tecnología extranjera sin el pago correspondiente. Y, para ser justos, los funcionarios de Trump sí usan el tema de la propiedad intelectual como justificación para endurecer su actitud.

Sin embargo, si la meta es hacer que China pague lo que debe por la tecnología, uno esperaría que Estados Unidos hiciera demandas específicas en ese frente y también que adoptara una estrategia con el propósito de hacer que China cumpla esas demandas.

De todos modos, lo que parece realmente molestar a Trump no son los pecados de las políticas reales de China, sino su superávit comercial con Estados Unidos, que en repetidas ocasiones ha dicho que es de 500 mil millones de dólares anuales (en realidad es de menos de 340 mil millones de dólares, pero a quién le importa…). Este superávit comercial, insiste Trump, significa que China le está ganando o, más bien, robando 500 mil millones de dólares al año a Estados Unidos.

Como mucha gente lo ha señalado, esto es “economía basura”. Salvo que haya desempleo masivo, los déficits comerciales no son una sustracción de las economías que los tienen ni los superávits comerciales una suma del otro lado del desequilibrio. En general, los déficits comerciales estadounidenses son solo el resultado de que Estados Unidos atraiga más inversión extranjera de la inversión que hace en el extranjero. La política comercial no tiene nada que ver con eso.

Detrás de esta confusión conceptual, está un hecho irrefutable que pocas personas —y, hasta donde puedo ver, nadie en el gobierno de Trump— parecen valorar: China ya no tiene enormes superávits comerciales.

Si han estado observando los mercados de valores, probablemente se sientan mareados. ¡El Dow está desplomándose! ¡No, se está recuperando! ¡Momento, se ha vuelto a desplomar!

En general, tratar de explicar las fluctuaciones de las acciones es una empresa inútil. Sin embargo, en este caso, lo que sucede es bastante claro. Cada vez que los inversionistas sospechan que Donald Trump de verdad llevará a cabo sus amenazas de grandes aumentos a los aranceles, que provocarían represalias en el extranjero, las acciones se hunden. Y cada vez que deciden que solo es teatro, las acciones se recuperan. A los mercados de verdad no les gusta la idea de una guerra comercial.

Entonces, ¿se avecina una guerra comercial? Nadie lo sabe, ni siquiera, o quizá particularmente, el mismo Trump, porque, aunque el comercio es uno de los dos temas característicos de Trump, cuando se trata de hacer exigencias reales a otros países, el “tuitero en jefe” y sus asesores o no saben qué quieren o quieren cosas que nuestros socios comerciales no pueden darles. No que no querrán darles, sino que no pueden darles.

Por ende, gobierna la incongruencia: el gobierno ataca con declaraciones, después trata de calmar a los mercados diciendo que quizá no lleve a cabo sus amenazas y luego arremete con una nueva ronda de amenazas.

Hablemos de China

En ciertos sentidos, China en verdad es un mal actor de la economía mundial. En específico, se ha burlado abiertamente de las reglas internacionales sobre derechos de propiedad intelectual, haciéndose de tecnología extranjera sin el pago correspondiente. Y, para ser justos, los funcionarios de Trump sí usan el tema de la propiedad intelectual como justificación para endurecer su actitud.

Sin embargo, si la meta es hacer que China pague lo que debe por la tecnología, uno esperaría que Estados Unidos hiciera demandas específicas en ese frente y también que adoptara una estrategia con el propósito de hacer que China cumpla esas demandas.

De todos modos, lo que parece realmente molestar a Trump no son los pecados de las políticas reales de China, sino su superávit comercial con Estados Unidos, que en repetidas ocasiones ha dicho que es de 500 mil millones de dólares anuales (en realidad es de menos de 340 mil millones de dólares, pero a quién le importa…). Este superávit comercial, insiste Trump, significa que China le está ganando o, más bien, robando 500 mil millones de dólares al año a Estados Unidos.

Como mucha gente lo ha señalado, esto es “economía basura”. Salvo que haya desempleo masivo, los déficits comerciales no son una sustracción de las economías que los tienen ni los superávits comerciales una suma del otro lado del desequilibrio. En general, los déficits comerciales estadounidenses son solo el resultado de que Estados Unidos atraiga más inversión extranjera de la inversión que hace en el extranjero. La política comercial no tiene nada que ver con eso.

Detrás de esta confusión conceptual, está un hecho irrefutable que pocas personas —y, hasta donde puedo ver, nadie en el gobierno de Trump— parecen valorar: China ya no tiene enormes superávits comerciales.