/ jueves 25 de enero de 2018

El arte del acuerdo roto

“L'état, c’est moi” declaró Luis XIV: “el Estado soy yo”. Luis fue un monarca absoluto, cuya palabra era la ley, y servir a Francia significaba ser leal como individuo al propio Luis.

Un sistema como ese tenía ventajas evidentes: no había ninguna ambigüedad sobre dónde estaba la autoridad, no se perdía tiempo en debates legislativos, no había necesidad de improvisar coaliciones para que las cosas se hicieran. Sin embargo, Inglaterra y los Países Bajos, una monarquía constitucional (tras la Revolución Gloriosa de 1688) y una república con una población mixta de solo una fracción de su tamaño, combatieron a la Francia de Luis, la nación más poderosa de Europa, para llevarla a la parálisis.

En las guerras anglo-francesas posteriores, por lo general Francia se llevó la peor parte, mientras se sumergía en una crisis fiscal cada vez más profunda, la cual acabó por ayudar a apresurar la Revolución Francesa.

Esto nos lleva, como casi todo en estos días, a Donald Trump —un hombre que siente un desprecio evidente por el estado de derecho y quien, al igual que Luis, no ve distinción alguna entre la lealtad a la nación y la lealtad a su persona. La principal diferencia es que parece que al menos Luis trataba de entender los problemas.

La noche del viernes, sucedió algo sin precedentes: el gobierno de Estados Unidos se cerró provisionalmente, aunque el mismo partido controla el Congreso y la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque tratándose de Trump, un acuerdo no es un acuerdo, solo son palabras que se siente en libertad de ignorar unos días después.

La historia hasta ahora: hace dos semanas, Trump declaró que si el congreso diseñaba un plan que protegiera a los “dreamers”—los inmigrantes indocumentados traídos al país en la infancia— además de mejorar la seguridad fronteriza, lo firmaría. Dos días después, un grupo bipartidista de senadores le llevó un plan que hacía justamente eso, el cual rechazó, quejándose sobre los inmigrantes de “países de mierda”.

El viernes, Chuck Schumer, el líder demócrata del senado, parecía por lo menos haber llegado a un acuerdo en el corto plazo con Trump, solo para ver cómo este lo desechaba unas horas después. Trabajar con Trump es como “negociar con una gelatina”, dijo Schumer furioso.

Por último, el lunes, los demócratas acordaron una extensión de tres semanas del financiamiento a cambio de una promesa de Mitch McConnell, el líder de la mayoría en el senado, de someter a votación la legislación migratoria (hasta ahora Trump no se ha manifestado al respecto). De no ocurrir esa votación, volveremos a donde estábamos originalmente el 8 de febrero. ¿Hay alguien que quiera tomar apuestas?

Entonces, en resumidas cuentas, el gobierno EU está dando tumbos de una crisis a otra porque su líder no es de fiar cuando se trata se cumplir un acuerdo. ¿Y qué esperaban? Toda la carrera empresarial de Trump ha estado conformada por una serie de traiciones: emprendimientos fallidos de los que él personalmente se benefició mientras otros, ya fueran los estudiantes de la Universidad Trump, sus vendedores o acreedores, acabaron “pagando el pato”. El cargo actual no lo ha hecho crecer en absoluto, salvo que cuenten esa pulgada adicional que apareció misteriosamente en su descripción de la licencia de conducir.

“L'état, c’est moi” declaró Luis XIV: “el Estado soy yo”. Luis fue un monarca absoluto, cuya palabra era la ley, y servir a Francia significaba ser leal como individuo al propio Luis.

Un sistema como ese tenía ventajas evidentes: no había ninguna ambigüedad sobre dónde estaba la autoridad, no se perdía tiempo en debates legislativos, no había necesidad de improvisar coaliciones para que las cosas se hicieran. Sin embargo, Inglaterra y los Países Bajos, una monarquía constitucional (tras la Revolución Gloriosa de 1688) y una república con una población mixta de solo una fracción de su tamaño, combatieron a la Francia de Luis, la nación más poderosa de Europa, para llevarla a la parálisis.

En las guerras anglo-francesas posteriores, por lo general Francia se llevó la peor parte, mientras se sumergía en una crisis fiscal cada vez más profunda, la cual acabó por ayudar a apresurar la Revolución Francesa.

Esto nos lleva, como casi todo en estos días, a Donald Trump —un hombre que siente un desprecio evidente por el estado de derecho y quien, al igual que Luis, no ve distinción alguna entre la lealtad a la nación y la lealtad a su persona. La principal diferencia es que parece que al menos Luis trataba de entender los problemas.

La noche del viernes, sucedió algo sin precedentes: el gobierno de Estados Unidos se cerró provisionalmente, aunque el mismo partido controla el Congreso y la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque tratándose de Trump, un acuerdo no es un acuerdo, solo son palabras que se siente en libertad de ignorar unos días después.

La historia hasta ahora: hace dos semanas, Trump declaró que si el congreso diseñaba un plan que protegiera a los “dreamers”—los inmigrantes indocumentados traídos al país en la infancia— además de mejorar la seguridad fronteriza, lo firmaría. Dos días después, un grupo bipartidista de senadores le llevó un plan que hacía justamente eso, el cual rechazó, quejándose sobre los inmigrantes de “países de mierda”.

El viernes, Chuck Schumer, el líder demócrata del senado, parecía por lo menos haber llegado a un acuerdo en el corto plazo con Trump, solo para ver cómo este lo desechaba unas horas después. Trabajar con Trump es como “negociar con una gelatina”, dijo Schumer furioso.

Por último, el lunes, los demócratas acordaron una extensión de tres semanas del financiamiento a cambio de una promesa de Mitch McConnell, el líder de la mayoría en el senado, de someter a votación la legislación migratoria (hasta ahora Trump no se ha manifestado al respecto). De no ocurrir esa votación, volveremos a donde estábamos originalmente el 8 de febrero. ¿Hay alguien que quiera tomar apuestas?

Entonces, en resumidas cuentas, el gobierno EU está dando tumbos de una crisis a otra porque su líder no es de fiar cuando se trata se cumplir un acuerdo. ¿Y qué esperaban? Toda la carrera empresarial de Trump ha estado conformada por una serie de traiciones: emprendimientos fallidos de los que él personalmente se benefició mientras otros, ya fueran los estudiantes de la Universidad Trump, sus vendedores o acreedores, acabaron “pagando el pato”. El cargo actual no lo ha hecho crecer en absoluto, salvo que cuenten esa pulgada adicional que apareció misteriosamente en su descripción de la licencia de conducir.