Ayer fue el aniversario del nacimiento de la más prestigiada mexicana de todos los tiempos. Y con justeza. Ya todos los que deben saberlo, recuerdan que fue en un doce de noviembre de 1655, treinta y cinco años después de que Cervantes y Shakespeare murieran el mismo día, cuando vino a dar grandeza a México y al mundo Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana. La más dulce y talentosa, sagaz y cultísima, astuta y genial mujer que ha dado la literatura mexicana.
No me atrevo a declararla la mexicana más grande de todos los tiempos, en este empobrecido país nuestro, porque mi ignorancia es mayúscula, como bien lo saben las mujeres y lo sospechan los varones. Sin embargo, si no es la de mayor dimensión holística, sí ha de ser una de las tres más refulgentes. Usted ponga las otras dos y quedaré satisfecho.
En el libro de homenaje a Martínez Cachero de Universidad de Oviedo y que deberían hojear y ojear lo mismo Sofía Chiquetts que Bruno Lojero o María de Jesús Ceseña, que usted y yo que amamos la palabra que camina en busca de lo oculto, se recuerda que Sor Juana habría leído al propio Quevedo, a Shakespeare y a Cervantes. Yo lo dudo, porque soy dubitativo, ergo cogito, ergo sum, pero una lectora como usted no puede titubear si ya se arrojó en esos brazos que tanto daño le hicieron.
En fin, para qué tantos brincos estando el suelo tan parejo, si este es un articulejo de nota roja, sí, de crimen organizado, desorganizado y reorganizado como closet de quinceañera. El hecho concreto es que Sor Juana Inés de la Cruz fue asesinada por el Obispo de Puebla Manuel Fernández de la Cruz al utilizar cobardemente un seudónimo femenino para atacar a la que presentaba en una obra imperecedera.
Sor Juana Inés de la Cruz, la hija “bastarda” de, Pedro de Asbaje e Isabel Ramírez de Cantillana, no pudo resistir un embate como el de un obeso y avieso obispón verde y poblano como camote, cuando le dejó caer la aplanadora en ese libelo que intituló “Carta de Sor Filotea de la Cruz” dándole el avión a la hermana Juana la novohispana, pero debilitándola tanto espiritual, moral y físicamente, que bajaron sus defensas, ya no resistió las enfermedades y murió.
El obispo Fernández de Puebla, había publicado en 1690 una obra de Sor Juana: la Carta Athenagórica, en la que ella criticaba al «sermón del Mandato» del jesuita António Vieira sobre las «finezas de Cristo». Pero el ladino obispo añadió a la obra una «Carta de Sor Filotea de la Cruz», es decir, un texto escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, aun reconociendo el talento de Sor Juana, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica, “ejercicio reservado a los hombres”.
Ella a su vez, en la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” (es decir, al ovispoblano), cuenta su vida y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no solo les es lícito, sino muy provechoso». La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, pletórica de rasgos psicológicos de la gran escritora. Pero, a pesar de la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de Puebla la afectó profundamente; tanto que, poco después, Sor Juana vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa. La causa de la causa es causa de lo causado, dicen los juristas. Véalo como quiera, la mató o la obligó a suicidarse. Usted entiende mejor las cosas de las mujeres intelectuales y sensibles.
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