/ domingo 9 de enero de 2022

El ataque al Capitolio y los que no quieren verlo

Twitter: @cons_gentil


Un año después del ataque al Capitolio en Estados Unidos, la insurrección se ha analizado desde distintos puntos de vista, como el racial, social, penal, democrático, entre otros. Alrededor de 725 personas han sido arrestadas a causa de su participación en estos actos de violencia (que hoy son condenados por muchos como terrorismo doméstico), sin embargo la percepción de los hechos por parte de algunas personas ha cambiado desde que el ataque sucedió. Durante la semana siguiente al ataque, el 80% de los republicanos declararon que se oponían a lo sucedido, según una encuesta del Washington Post. Algunos meses después, más de la mitad de los votantes de Trump describieron estos eventos como actos de "patriotismo" y "defensa de la libertad", según una encuesta de CBS News/YouGov en julio de 2021.

Es difícil pensar que un acto con este nivel de brutalidad, transmitido en vivo alrededor del mundo, todavía dé lugar a opiniones laxas. Pero eso es lo que parece estar sucediendo. Los videos y fotos están esparcidos alrededor del internet, y en ellos se puede observar a cientos de personas avanzando agresivamente hacia el Capitolio -y hacia los policías que lo defendían- con palos, gases y otros objetos. Si la agresividad, intención, y organización son tan claras, ¿cómo es que existe un sector que las apoya, o por lo menos no las condena?

Desde el sector de la clase política, la razón tiene que ver en parte con el gran poder simbólico e influencia que todavía ejerce Donald Trump como figura en el partido Republicano. Pero desde el sector de la opinión pública y la percepción de las personas, hay muchos factores involucrados. El clima político en EE.UU. ha favorecido que la afiliación política se vuelva más sobre identidad tribal y menos sobre políticas públicas. El factor de la identidad, de la pertenencia a un grupo y la percepción de que lo que sostiene esa unión es una importante justificación ideológica y moral construye un vínculo realmente fuerte. Y todos esos factores se ven exacerbados por el partidarismo negativo, que no se dirige por los sentimientos positivos hacia el partido al que se apoya, sino por los sentimientos negativos hacia el partido al que se opone. Y cómo hemos visto en este caso, tanto el vínculo de pertenencia como los sentimientos de aversión -los cuales muchas veces son interdependientes y directamente proporcionales- pueden llegar a niveles muy intensos.

En un artículo titulado Una perspectiva de neurociencia social multinivel sobre la radicalización y el terrorismo en la revista académica Social Neuroscience, los autores declaran que las personas que se radicalizan y se involucran con organizaciones terroristas son, a gran escala, personas normales, es decir, personas con cerebros que funcionan de manera normal. No están locos, sino que son fanáticos.

Podemos observar esto en los perfiles de las personas que se sabe que participaron en esta insurrección. Algunos de ellos eran parte de grupos extremistas, pero más de la mitad eran empresarios, arquitectos, médicos y abogados, en otras palabras, personas que podrían considerarse normales.

Este es el verdadero peligro del esparcimiento de ideas como las que llevaron a este ataque: al mismo tiempo que parecen descabelladas para unos, son adoptadas fervientemente por otros. Y cuando se agregan a una narrativa que las justifica moralmente y un entorno que les permite crecer, las consecuencias pueden ser trágicas. ¿Qué es peor? ¿La tragedia, o que tantos se nieguen deliberadamente a aceptar que ésta sucedió?

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Un año después del ataque al Capitolio en Estados Unidos, la insurrección se ha analizado desde distintos puntos de vista, como el racial, social, penal, democrático, entre otros. Alrededor de 725 personas han sido arrestadas a causa de su participación en estos actos de violencia (que hoy son condenados por muchos como terrorismo doméstico), sin embargo la percepción de los hechos por parte de algunas personas ha cambiado desde que el ataque sucedió. Durante la semana siguiente al ataque, el 80% de los republicanos declararon que se oponían a lo sucedido, según una encuesta del Washington Post. Algunos meses después, más de la mitad de los votantes de Trump describieron estos eventos como actos de "patriotismo" y "defensa de la libertad", según una encuesta de CBS News/YouGov en julio de 2021.

Es difícil pensar que un acto con este nivel de brutalidad, transmitido en vivo alrededor del mundo, todavía dé lugar a opiniones laxas. Pero eso es lo que parece estar sucediendo. Los videos y fotos están esparcidos alrededor del internet, y en ellos se puede observar a cientos de personas avanzando agresivamente hacia el Capitolio -y hacia los policías que lo defendían- con palos, gases y otros objetos. Si la agresividad, intención, y organización son tan claras, ¿cómo es que existe un sector que las apoya, o por lo menos no las condena?

Desde el sector de la clase política, la razón tiene que ver en parte con el gran poder simbólico e influencia que todavía ejerce Donald Trump como figura en el partido Republicano. Pero desde el sector de la opinión pública y la percepción de las personas, hay muchos factores involucrados. El clima político en EE.UU. ha favorecido que la afiliación política se vuelva más sobre identidad tribal y menos sobre políticas públicas. El factor de la identidad, de la pertenencia a un grupo y la percepción de que lo que sostiene esa unión es una importante justificación ideológica y moral construye un vínculo realmente fuerte. Y todos esos factores se ven exacerbados por el partidarismo negativo, que no se dirige por los sentimientos positivos hacia el partido al que se apoya, sino por los sentimientos negativos hacia el partido al que se opone. Y cómo hemos visto en este caso, tanto el vínculo de pertenencia como los sentimientos de aversión -los cuales muchas veces son interdependientes y directamente proporcionales- pueden llegar a niveles muy intensos.

En un artículo titulado Una perspectiva de neurociencia social multinivel sobre la radicalización y el terrorismo en la revista académica Social Neuroscience, los autores declaran que las personas que se radicalizan y se involucran con organizaciones terroristas son, a gran escala, personas normales, es decir, personas con cerebros que funcionan de manera normal. No están locos, sino que son fanáticos.

Podemos observar esto en los perfiles de las personas que se sabe que participaron en esta insurrección. Algunos de ellos eran parte de grupos extremistas, pero más de la mitad eran empresarios, arquitectos, médicos y abogados, en otras palabras, personas que podrían considerarse normales.

Este es el verdadero peligro del esparcimiento de ideas como las que llevaron a este ataque: al mismo tiempo que parecen descabelladas para unos, son adoptadas fervientemente por otros. Y cuando se agregan a una narrativa que las justifica moralmente y un entorno que les permite crecer, las consecuencias pueden ser trágicas. ¿Qué es peor? ¿La tragedia, o que tantos se nieguen deliberadamente a aceptar que ésta sucedió?