/ jueves 4 de octubre de 2018

El caucus de los hombres blancos

Cuando Matt Damon hizo su imitación de Brett Kavanaugh en “Saturday Night Live”, pudimos decir que fue acertada antes de que dijera una sola palabra. La cara lo decía todo, esa mueca de desprecio, llena de rabia con el ceño fruncido. La semana pasada, en su audiencia ante el Senado, Kavanaugh no sonó como un juez, ya no digamos un posible magistrado de la Corte Suprema de Estados Unidos, ni siquiera logró verse como uno.

Se han llevado a cabo muchos estudios sobre las fuerzas que motivan el apoyo a Trump, y en específico la ira que es una característica tan dominante del movimiento MAGA (la sigla de “Making American Great Again”. “Haciendo a Estados Unidos Grandioso de Nuevo”, en español).

Sin embargo, lo que pudimos concluir de la audiencia del jueves fue que esa ira de los hombres blancos no se limita a los obreros en las cafeterías. También está presente entre aquellos a los que les ha ido muy bien en la lotería de la vida, a quienes uno normalmente consideraría en gran medida parte de la élite.

En otras palabras, el odio también puede ir de la mano del ingreso elevado y sí, con demasiada frecuencia, así sucede.

Lo que diferenció a los que votaron por Trump fue, más bien, el resentimiento racial. Además, este resentimiento está motivado, antes y ahora, no por pérdidas económicas reales ocasionadas por grupos minoritarios, sino por el miedo a perder el estatus que tienen en un país cambiante, uno donde el privilegio de ser un hombre blanco no es lo que solía ser.

Este es el meollo del asunto: es perfectamente posible para un hombre llevar una vida cómoda y, de hecho, envidiable teniendo en cuenta cualquier estándar objetivo, y, aun así, dejarse consumir por la amargura derivada de la ansiedad por la pérdida de su estatus.

Comienza, claro está, en la cima, con esa bola de resentimiento que camina, habla y juega al golf que es Donald Trump. Claramente, Kavanaugh está cortado con la misma tijera, y no sólo porque compite con Trump en su propensión a mentir sobre tanto en cuestiones grandes como pequeñas.

Como muestran muchas noticias, el rostro molesto que Brett Kavanaugh presentó al mundo la semana pasada no fue algo nuevo, provocado por las acusaciones de abuso en el pasado. De hecho, mi hipótesis es que sus raíces privilegiadas son justamente la causa de su gran malestar.

Durante la época en la que estuve en Yale pasé la mayor parte del tiempo con ratones de biblioteca, pero también me encontré con gente como Kavanaugh, hijos del privilegio para quienes la fiesta era interminable y que contaban con sus conexiones para aislarlos de las consecuencias de sus actos, incluido hasta el comportamiento abusivo hacia las mujeres. Ese tipo de privilegio de élite todavía prevalece.

Así que lo que vimos la semana pasada fue un atisbo del alma del trumpismo. No se trata de “populismo”, sería difícil encontrar a otro juez tan adverso a los trabajadores como Brett Kavanaugh. Más bien, tiene que ver con la rabia de los hombres blancos, tanto de la clase alta como de la trabajadora, que ven amenazada su condición privilegiada.

Esa rabia puede destruir al Estados Unidos que conocemos.

Cuando Matt Damon hizo su imitación de Brett Kavanaugh en “Saturday Night Live”, pudimos decir que fue acertada antes de que dijera una sola palabra. La cara lo decía todo, esa mueca de desprecio, llena de rabia con el ceño fruncido. La semana pasada, en su audiencia ante el Senado, Kavanaugh no sonó como un juez, ya no digamos un posible magistrado de la Corte Suprema de Estados Unidos, ni siquiera logró verse como uno.

Se han llevado a cabo muchos estudios sobre las fuerzas que motivan el apoyo a Trump, y en específico la ira que es una característica tan dominante del movimiento MAGA (la sigla de “Making American Great Again”. “Haciendo a Estados Unidos Grandioso de Nuevo”, en español).

Sin embargo, lo que pudimos concluir de la audiencia del jueves fue que esa ira de los hombres blancos no se limita a los obreros en las cafeterías. También está presente entre aquellos a los que les ha ido muy bien en la lotería de la vida, a quienes uno normalmente consideraría en gran medida parte de la élite.

En otras palabras, el odio también puede ir de la mano del ingreso elevado y sí, con demasiada frecuencia, así sucede.

Lo que diferenció a los que votaron por Trump fue, más bien, el resentimiento racial. Además, este resentimiento está motivado, antes y ahora, no por pérdidas económicas reales ocasionadas por grupos minoritarios, sino por el miedo a perder el estatus que tienen en un país cambiante, uno donde el privilegio de ser un hombre blanco no es lo que solía ser.

Este es el meollo del asunto: es perfectamente posible para un hombre llevar una vida cómoda y, de hecho, envidiable teniendo en cuenta cualquier estándar objetivo, y, aun así, dejarse consumir por la amargura derivada de la ansiedad por la pérdida de su estatus.

Comienza, claro está, en la cima, con esa bola de resentimiento que camina, habla y juega al golf que es Donald Trump. Claramente, Kavanaugh está cortado con la misma tijera, y no sólo porque compite con Trump en su propensión a mentir sobre tanto en cuestiones grandes como pequeñas.

Como muestran muchas noticias, el rostro molesto que Brett Kavanaugh presentó al mundo la semana pasada no fue algo nuevo, provocado por las acusaciones de abuso en el pasado. De hecho, mi hipótesis es que sus raíces privilegiadas son justamente la causa de su gran malestar.

Durante la época en la que estuve en Yale pasé la mayor parte del tiempo con ratones de biblioteca, pero también me encontré con gente como Kavanaugh, hijos del privilegio para quienes la fiesta era interminable y que contaban con sus conexiones para aislarlos de las consecuencias de sus actos, incluido hasta el comportamiento abusivo hacia las mujeres. Ese tipo de privilegio de élite todavía prevalece.

Así que lo que vimos la semana pasada fue un atisbo del alma del trumpismo. No se trata de “populismo”, sería difícil encontrar a otro juez tan adverso a los trabajadores como Brett Kavanaugh. Más bien, tiene que ver con la rabia de los hombres blancos, tanto de la clase alta como de la trabajadora, que ven amenazada su condición privilegiada.

Esa rabia puede destruir al Estados Unidos que conocemos.