/ jueves 30 de junio de 2022

El centro hecho poema

Si el centro es un poema, me temo no tiene autor. Sus calles son del pueblo; en sus lozas nace una nación. Bendita capital que a todos perteneces; busco en todas partes tu canción. Por tus plazas, avenidas y tiendas, escucho lentamente un rumor. Lo tengo al alcance. Mis dedos parecen rozarlo. Es un bosquejo abstracto a la distancia. Pintura, música y estatua en un solo medio; poema perfecto para la Ciudad de México. Sutil e impreciso; si me acerco tanto se desvanece. Se lo lleva el viento tan ligero; transparente desaparece. No me rindo. ¡A esto vine! Mis viajes son para entender esta patria. Si su metrópoli me la explica, he de hacer lo posible por encontrarla. Oh Ciudad de México, tierra de mis padres y demás ancestros. Espero me cuentes tus desdichas; espero me expliques a mi México tan amado.

¿Por dónde empezar a entenderte? ¿Por los aires que pegan como navajas o por el sol que batalla el frío? Mejor ignorando el clima; admirando tus avenidas que ahora saludan a transeúntes. Calle Madero, iniciemos contigo tan preciosa. En tus costados se ve la historia de una nación. La colonia se junta con la república; a su lado tiendas sin sabor. Hoy, ayer y mañana, bailan juntos por esta vía. Millares aquí pasan sin pensar siquiera en este milagro. Mientras la historia pinta enemigos a través de los años, la arquitectura capitalina parece haberlos reconciliado. Poco importa la harmonía; se crea una nueva regla poética. Lo desorganizado se hace característica. Hay tonos marrones cubriendo cada esquina. Aún con ello, eres preciosa. Recuerdas la mayor verdad de estas tierras. No eres trabajo de uno solo, mucho menos del presidente de la república. Honrada calle Madero, eres de los siglos y aquellos que los usan.

Paseamos por un par de minutos y aparece un templo oculto. El palacio de los azulejos, blanco entre mareas de tonos oscuros. Figuran destellos azules, como cielos diminutos. Entras y los murales se encuentran con columnas; aparece un mundo nuevo protegido por la porcelana. Entre café, crema y azúcar, familias disfrutan la mañana y planean el resto del día. El bullicio citadino es remplazado por la plática afectiva. Primer violín de esta orquesta. El cariño entre paisanos que en las afueras se manifiesta. Cuanto has guardado, palacio de azulejos; cuanto nos enseñas. Recuerdas que esta capital no es solo fachadas; lo de adentro también cuenta.

Esta enseñanza la viven en todas partes. Saliendo nuevamente a las calles, basta con mirar cada edificio para percatarse. Palacio Postal, por ejemplo, recuerdo de otras épocas. Aquellos años donde dominaba el gasto insensato y la nación sufría hambruna. Tus candelabros y detalles dorados vienen con gritos de una patria entera. Tanta desgracia para coronar tus escaleras… A tu lado, Bellas Artes. Desde fuera ya es poesía. La fachada combina a México con Europa, serpientes y águilas que bailan con musas y poesía. Por dentro, los orgullos de la patria. Murales por montón. Y pensar que expresan tanta discordia; los pesares de toda una nación. Siqueiros, Orozco y Rivera quejándose a la par. Tamayo se les une; todos criticando por medio del pintar. Otras tantas exhibiciones dicen lo mismo al final. México, precioso por fuera, tienes tanto que trabajar.

Camino otro poco y he llegado al Zócalo nacional. Aquí el aire es más limpio; llega por todas las calles a la par. En su centro, se siente uno diminuto por tantos motivos. Ahora los quiero enumerar. Primero, por supuesto, el tamaño gigantesco que hace hormigas a todo adulto. Segundo, el pueblo que aquí deambula y su inmensidad. Son tantos los paisanos que uno no conoce por esta plaza nacional. Por vez primera ciento veintiocho millones dejan de ser cifra y se hacen gente. Y, ya para cerrar, me siento pequeño en el Zócalo por la historia que aquí ha pasado. Por los conquistadores que tragedias cometieron; por las revoluciones que aquí han acabado. Los ejércitos que marcharon por esta plaza aún resuenan con cada paso. Otro elemento de la sinfonía; el inevitable peso del pasado. Nos hace sentirnos pequeños; nos recuerda somos humanos.

Y ahora el templo mayor; la catedral a un costado. Fuerzas opuestas para México que en este poema han faltado. Aquí, la carga de siglos derrumbados por el tiempo. Miles de culturas; centenares de lenguas. El pueblo indígena que tanto se ha enfrentado. La visión de una nación antes de que existirá la constitución. Allá, por su parte, se levanta gótica la historia de la colonia. Por fuera, catedral grisácea; por dentro, altar dorado. Trescientos años de conquista que al pueblo dejaron destrozado. ¿Somos uno u otro? ¿Debemos abandonar a ambos? De los dos venimos; ignorarlos sería pecado. Con la independencia pedimos autonomía mas no podemos borrar el pasado. Solo queda aprender de su historia para que el presente nuestro no nos sea despiadado. México entre dos culturas, entiende que ambas te conforman. Aprende de sus desgracias, no las repitas.

¿Y el poema que he prometido? ¿Dónde puedo encontrarlo? Busquemos una superficie alta; la Torre Latino que mis andares ha observado. Subo lentamente sus pisos mientras pienso en todo lo que ha pasado. Cuando a su mirador llego, contemplo la capital que tanto había admirado. Aquí me llega el bosquejo de respuesta. Parques verdes con avenidas negras; casas de un piso contra rascacielos interminables. Escucho la música de un mariachi peleando con la sirena de una patrulla. A lo lejos, el llorar de un niño; más cercano es el trinar de un organillero. Todo pasa en estas calles. Aquí un pueblo está cantando.

\u0009Si este centro es poema, lo repito, no es de nadie. No hay uno solo que lo escribiera ni un público al que apuntara. México lindo; perdido. En tus coros habita mi alma. Eres la voz de todo un pueblo, gritando vida y dándola al que pase. Tu centro solo expresa aquello que la nación hace. Dicen que es incoherente; dicen que su arquitectura no cuadra. A ellos digo, muy sencillamente: «Así es mi patria». Es como el centro de su capital. Con miles de casas, ninguna organización intencional. Sin embargo, están todas juntas y crean poesía en su unidad. Centro capitalino, nadie te ha escrito, pero hoy sé que a todos perteneces. Gracias por tu cariño; espero ser parte de tus versos, aunque mi estadía fuera breve.

Si el centro es un poema, me temo no tiene autor. Sus calles son del pueblo; en sus lozas nace una nación. Bendita capital que a todos perteneces; busco en todas partes tu canción. Por tus plazas, avenidas y tiendas, escucho lentamente un rumor. Lo tengo al alcance. Mis dedos parecen rozarlo. Es un bosquejo abstracto a la distancia. Pintura, música y estatua en un solo medio; poema perfecto para la Ciudad de México. Sutil e impreciso; si me acerco tanto se desvanece. Se lo lleva el viento tan ligero; transparente desaparece. No me rindo. ¡A esto vine! Mis viajes son para entender esta patria. Si su metrópoli me la explica, he de hacer lo posible por encontrarla. Oh Ciudad de México, tierra de mis padres y demás ancestros. Espero me cuentes tus desdichas; espero me expliques a mi México tan amado.

¿Por dónde empezar a entenderte? ¿Por los aires que pegan como navajas o por el sol que batalla el frío? Mejor ignorando el clima; admirando tus avenidas que ahora saludan a transeúntes. Calle Madero, iniciemos contigo tan preciosa. En tus costados se ve la historia de una nación. La colonia se junta con la república; a su lado tiendas sin sabor. Hoy, ayer y mañana, bailan juntos por esta vía. Millares aquí pasan sin pensar siquiera en este milagro. Mientras la historia pinta enemigos a través de los años, la arquitectura capitalina parece haberlos reconciliado. Poco importa la harmonía; se crea una nueva regla poética. Lo desorganizado se hace característica. Hay tonos marrones cubriendo cada esquina. Aún con ello, eres preciosa. Recuerdas la mayor verdad de estas tierras. No eres trabajo de uno solo, mucho menos del presidente de la república. Honrada calle Madero, eres de los siglos y aquellos que los usan.

Paseamos por un par de minutos y aparece un templo oculto. El palacio de los azulejos, blanco entre mareas de tonos oscuros. Figuran destellos azules, como cielos diminutos. Entras y los murales se encuentran con columnas; aparece un mundo nuevo protegido por la porcelana. Entre café, crema y azúcar, familias disfrutan la mañana y planean el resto del día. El bullicio citadino es remplazado por la plática afectiva. Primer violín de esta orquesta. El cariño entre paisanos que en las afueras se manifiesta. Cuanto has guardado, palacio de azulejos; cuanto nos enseñas. Recuerdas que esta capital no es solo fachadas; lo de adentro también cuenta.

Esta enseñanza la viven en todas partes. Saliendo nuevamente a las calles, basta con mirar cada edificio para percatarse. Palacio Postal, por ejemplo, recuerdo de otras épocas. Aquellos años donde dominaba el gasto insensato y la nación sufría hambruna. Tus candelabros y detalles dorados vienen con gritos de una patria entera. Tanta desgracia para coronar tus escaleras… A tu lado, Bellas Artes. Desde fuera ya es poesía. La fachada combina a México con Europa, serpientes y águilas que bailan con musas y poesía. Por dentro, los orgullos de la patria. Murales por montón. Y pensar que expresan tanta discordia; los pesares de toda una nación. Siqueiros, Orozco y Rivera quejándose a la par. Tamayo se les une; todos criticando por medio del pintar. Otras tantas exhibiciones dicen lo mismo al final. México, precioso por fuera, tienes tanto que trabajar.

Camino otro poco y he llegado al Zócalo nacional. Aquí el aire es más limpio; llega por todas las calles a la par. En su centro, se siente uno diminuto por tantos motivos. Ahora los quiero enumerar. Primero, por supuesto, el tamaño gigantesco que hace hormigas a todo adulto. Segundo, el pueblo que aquí deambula y su inmensidad. Son tantos los paisanos que uno no conoce por esta plaza nacional. Por vez primera ciento veintiocho millones dejan de ser cifra y se hacen gente. Y, ya para cerrar, me siento pequeño en el Zócalo por la historia que aquí ha pasado. Por los conquistadores que tragedias cometieron; por las revoluciones que aquí han acabado. Los ejércitos que marcharon por esta plaza aún resuenan con cada paso. Otro elemento de la sinfonía; el inevitable peso del pasado. Nos hace sentirnos pequeños; nos recuerda somos humanos.

Y ahora el templo mayor; la catedral a un costado. Fuerzas opuestas para México que en este poema han faltado. Aquí, la carga de siglos derrumbados por el tiempo. Miles de culturas; centenares de lenguas. El pueblo indígena que tanto se ha enfrentado. La visión de una nación antes de que existirá la constitución. Allá, por su parte, se levanta gótica la historia de la colonia. Por fuera, catedral grisácea; por dentro, altar dorado. Trescientos años de conquista que al pueblo dejaron destrozado. ¿Somos uno u otro? ¿Debemos abandonar a ambos? De los dos venimos; ignorarlos sería pecado. Con la independencia pedimos autonomía mas no podemos borrar el pasado. Solo queda aprender de su historia para que el presente nuestro no nos sea despiadado. México entre dos culturas, entiende que ambas te conforman. Aprende de sus desgracias, no las repitas.

¿Y el poema que he prometido? ¿Dónde puedo encontrarlo? Busquemos una superficie alta; la Torre Latino que mis andares ha observado. Subo lentamente sus pisos mientras pienso en todo lo que ha pasado. Cuando a su mirador llego, contemplo la capital que tanto había admirado. Aquí me llega el bosquejo de respuesta. Parques verdes con avenidas negras; casas de un piso contra rascacielos interminables. Escucho la música de un mariachi peleando con la sirena de una patrulla. A lo lejos, el llorar de un niño; más cercano es el trinar de un organillero. Todo pasa en estas calles. Aquí un pueblo está cantando.

\u0009Si este centro es poema, lo repito, no es de nadie. No hay uno solo que lo escribiera ni un público al que apuntara. México lindo; perdido. En tus coros habita mi alma. Eres la voz de todo un pueblo, gritando vida y dándola al que pase. Tu centro solo expresa aquello que la nación hace. Dicen que es incoherente; dicen que su arquitectura no cuadra. A ellos digo, muy sencillamente: «Así es mi patria». Es como el centro de su capital. Con miles de casas, ninguna organización intencional. Sin embargo, están todas juntas y crean poesía en su unidad. Centro capitalino, nadie te ha escrito, pero hoy sé que a todos perteneces. Gracias por tu cariño; espero ser parte de tus versos, aunque mi estadía fuera breve.

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