/ jueves 14 de junio de 2018

El colaboracionista

Esta no es una columna sobre Trump. En cambio, es sobre la gente que está permitiendo su traición a Estados Unidos: el círculo interno de los funcionarios y las personalidades de los medios dispuestos a respaldarlo sin importar lo que diga o haga, y el conjunto de políticos más sabios —básicamente toda la delegación republicana en el Congreso— que tienen el poder y la obligación constitucional de detener lo que está haciendo, pero no levantarán un dedo en defensa de Estados Unidos.

Es importante entender que la pelea que Trump está lanzando a nuestros aliados no se deriva de ningún conflicto de intereses real, porque de hecho no están haciendo aquello de lo que los acusa. No, Canadá y Europa no están imponiendo “aranceles masivos” a los productos estadounidenses: la gran mayoría de las exportaciones estadounidenses entra a Canadá libre de aranceles y el arancel europeo promedio es de sólo 3%. Estos son hechos básicos, no cuestiones para debate.

Así que Donald Trump está justificando su intento de destruir la Alianza de Occidente acusando a nuestros aliados de fechorías que únicamente existen en su imaginación.

Lo mismo se puede decir de su afirmación de que Justin Trudeau, el presidente de Canadá, lo traicionó y debilitó la cumbre del G7. En realidad, los comentarios de Trudeau al final de la conferencia fueron contenidos y convencionales, y simplemente afirmaban —como haría cualquier dirigente normal— que defendería los intereses de su país. El tuit enfurecido de Trump después de la declaración fue para contestar a un insulto que, al igual que esos “aranceles masivos”, sólo existe en su imaginación.

Así es Trump, un hombre cuya presidencia ha estado marcada por unas siete declaraciones falsas al día. ¿Qué me dicen de sus funcionarios?

Bueno, han estado actuando como los cortesanos en el viejo cuento del traje nuevo (¿el peluquín nuevo?) del emperador. Aunque su jefe diga algo cuya falsedad es evidente para cualquiera que lo quiera ver, ellos afirmarán que creen su versión.

¿Recuerdan cuando la gente solía imaginar que los funcionarios lograrían contener los peores impulsos de Trump? Tal vez eso sucedió algunos meses, pero a estas alturas está rodeado en su totalidad de aduladores que le dicen lo que quiere escuchar.

A pesar de ello, Estados Unidos no es una monarquía, al menos no todavía. El Congreso tiene el poder de supervisar a un presidente que parece estar traicionando el juramento que hizo al asumir ese cargo. Incluso puede destituirlo, si no mediante un ‘impeachment’ o juicio político, sí a través de las muchas formas en las que los miembros del Congreso pueden actuar para contener a Trump y limitar el daño que está haciendo.

No obstante, el Congreso está controlado por republicanos y su respuesta a un presidente cuyas acciones no sólo han sido a todas luces antiestadounidenses, sino además antipatriotas, se han limitado a unos cuantos tuits de un puñado de senadores que no están contentos con el comportamiento de Trump, pero tampoco están dispuestos a hacer nada real. La mayoría de los republicanos ni siquiera han ido tan lejos: solo guardan silencio.

Esta no es una columna sobre Trump. En cambio, es sobre la gente que está permitiendo su traición a Estados Unidos: el círculo interno de los funcionarios y las personalidades de los medios dispuestos a respaldarlo sin importar lo que diga o haga, y el conjunto de políticos más sabios —básicamente toda la delegación republicana en el Congreso— que tienen el poder y la obligación constitucional de detener lo que está haciendo, pero no levantarán un dedo en defensa de Estados Unidos.

Es importante entender que la pelea que Trump está lanzando a nuestros aliados no se deriva de ningún conflicto de intereses real, porque de hecho no están haciendo aquello de lo que los acusa. No, Canadá y Europa no están imponiendo “aranceles masivos” a los productos estadounidenses: la gran mayoría de las exportaciones estadounidenses entra a Canadá libre de aranceles y el arancel europeo promedio es de sólo 3%. Estos son hechos básicos, no cuestiones para debate.

Así que Donald Trump está justificando su intento de destruir la Alianza de Occidente acusando a nuestros aliados de fechorías que únicamente existen en su imaginación.

Lo mismo se puede decir de su afirmación de que Justin Trudeau, el presidente de Canadá, lo traicionó y debilitó la cumbre del G7. En realidad, los comentarios de Trudeau al final de la conferencia fueron contenidos y convencionales, y simplemente afirmaban —como haría cualquier dirigente normal— que defendería los intereses de su país. El tuit enfurecido de Trump después de la declaración fue para contestar a un insulto que, al igual que esos “aranceles masivos”, sólo existe en su imaginación.

Así es Trump, un hombre cuya presidencia ha estado marcada por unas siete declaraciones falsas al día. ¿Qué me dicen de sus funcionarios?

Bueno, han estado actuando como los cortesanos en el viejo cuento del traje nuevo (¿el peluquín nuevo?) del emperador. Aunque su jefe diga algo cuya falsedad es evidente para cualquiera que lo quiera ver, ellos afirmarán que creen su versión.

¿Recuerdan cuando la gente solía imaginar que los funcionarios lograrían contener los peores impulsos de Trump? Tal vez eso sucedió algunos meses, pero a estas alturas está rodeado en su totalidad de aduladores que le dicen lo que quiere escuchar.

A pesar de ello, Estados Unidos no es una monarquía, al menos no todavía. El Congreso tiene el poder de supervisar a un presidente que parece estar traicionando el juramento que hizo al asumir ese cargo. Incluso puede destituirlo, si no mediante un ‘impeachment’ o juicio político, sí a través de las muchas formas en las que los miembros del Congreso pueden actuar para contener a Trump y limitar el daño que está haciendo.

No obstante, el Congreso está controlado por republicanos y su respuesta a un presidente cuyas acciones no sólo han sido a todas luces antiestadounidenses, sino además antipatriotas, se han limitado a unos cuantos tuits de un puñado de senadores que no están contentos con el comportamiento de Trump, pero tampoco están dispuestos a hacer nada real. La mayoría de los republicanos ni siquiera han ido tan lejos: solo guardan silencio.