/ jueves 24 de mayo de 2018

El debate en Tijuana

Desde 1994 hay debates presidenciales en México. Llegaron 34 años después del primer encuentro televisivo de los Estados Unidos entre Nixon y Kennedy, pero ya con tres décadas de historia han tenido este 2018 un punto de inflexión definitivo para superar formatos con monólogos secuenciados de intervenciones ensayadas, sobreprotegidas hasta en los encuadres de cámara que antes impedían enfocar las reacciones de competidores cuando eran aludidos. Los debates se perfilan hoy como instrumento útil para nutrir la deliberación pública, la evaluación ciudadana de las ofertas en juego y el voto informado.

Pese a los formatos acartonados de comicios anteriores, nunca han sido ejercicios ajenos al interés de millones de votantes y esa atención masiva, explica las añejas resistencias a flexibilizar formatos o abrir espacios de exigencia para que moderadores pudieran tener un rol más activo, solicitar a candidatas y candidatos postura sobre temas específicos, pedirles precisión ante ideas sueltas o reacción frente a cuestionamientos de sus adversarios.

El domingo tuvimos por primera vez un cara a cara de presidenciables donde público presente también pudo preguntar en vivo, donde los candidatos pudieron caminar en el foro (la cancha de basquetbol de la UABC, universidad pública) y tener mayor interacción entre sí. No hubo sobre protección pero sí equidad para exponer puntos de vista porque todos tuvieron exactamente el mismo tiempo, alrededor de 20 minutos con 30 segundos cada uno, sumando el conjunto de participaciones.

El modelo conocido como “Town hall” en los Estados Unidos tuvo su propio sello al retomarse en nuestro país. Es verdad que siempre puede mejorar el formato, que no representa un puerto definitivo, pero en este caso, creo que romper con la rigidez fue una bocanada de aire para apuntalar discusión horizontal, condiciones para identificarse respuestas, reconocer las posturas igual que las evasivas o descalificaciones en favor de las audiencias que valoran y deciden.

El debate en Tijuana alcanzó 12.6 millones de televidentes mayores de edad, más de un millón por encima del que tuvimos en el Palacio de Minería. La transmisión en vivo también atrajo a las redes sociales: 1.2 millones en la plataforma Periscope de Twitter, 1.7 millones en Facebook, 1.3 millones en la cuenta oficial del INE en Youtube.

Solo en esas vitrinas (hay canales de medios públicos y privados que siguen registrando cientos de miles de visualizaciones adicionales) tuvimos casi a 17 millones de personas y una interacción de comentarios que llegó a convertirse en tendencia mundial en twitter con 2.5 millones de comentarios concentrados en el Hashtag “DebateINE”.

Hay ciudadanía atenta y comprometida con informarse de cara a las urnas, algo que los candidatos saben y está en ellos colocar o no argumentos sobre la mesa para convencer, sumar o perder respaldo. No son los debates el principio o el fin de las campañas, pero sí una enorme oportunidad para despejar dudas, encontrar definiciones con una claridad que antes no habíamos tenido y que este tipo de formatos, cada vez más abiertos, sí permiten.

Consejero del INE

@MarcoBanos

Desde 1994 hay debates presidenciales en México. Llegaron 34 años después del primer encuentro televisivo de los Estados Unidos entre Nixon y Kennedy, pero ya con tres décadas de historia han tenido este 2018 un punto de inflexión definitivo para superar formatos con monólogos secuenciados de intervenciones ensayadas, sobreprotegidas hasta en los encuadres de cámara que antes impedían enfocar las reacciones de competidores cuando eran aludidos. Los debates se perfilan hoy como instrumento útil para nutrir la deliberación pública, la evaluación ciudadana de las ofertas en juego y el voto informado.

Pese a los formatos acartonados de comicios anteriores, nunca han sido ejercicios ajenos al interés de millones de votantes y esa atención masiva, explica las añejas resistencias a flexibilizar formatos o abrir espacios de exigencia para que moderadores pudieran tener un rol más activo, solicitar a candidatas y candidatos postura sobre temas específicos, pedirles precisión ante ideas sueltas o reacción frente a cuestionamientos de sus adversarios.

El domingo tuvimos por primera vez un cara a cara de presidenciables donde público presente también pudo preguntar en vivo, donde los candidatos pudieron caminar en el foro (la cancha de basquetbol de la UABC, universidad pública) y tener mayor interacción entre sí. No hubo sobre protección pero sí equidad para exponer puntos de vista porque todos tuvieron exactamente el mismo tiempo, alrededor de 20 minutos con 30 segundos cada uno, sumando el conjunto de participaciones.

El modelo conocido como “Town hall” en los Estados Unidos tuvo su propio sello al retomarse en nuestro país. Es verdad que siempre puede mejorar el formato, que no representa un puerto definitivo, pero en este caso, creo que romper con la rigidez fue una bocanada de aire para apuntalar discusión horizontal, condiciones para identificarse respuestas, reconocer las posturas igual que las evasivas o descalificaciones en favor de las audiencias que valoran y deciden.

El debate en Tijuana alcanzó 12.6 millones de televidentes mayores de edad, más de un millón por encima del que tuvimos en el Palacio de Minería. La transmisión en vivo también atrajo a las redes sociales: 1.2 millones en la plataforma Periscope de Twitter, 1.7 millones en Facebook, 1.3 millones en la cuenta oficial del INE en Youtube.

Solo en esas vitrinas (hay canales de medios públicos y privados que siguen registrando cientos de miles de visualizaciones adicionales) tuvimos casi a 17 millones de personas y una interacción de comentarios que llegó a convertirse en tendencia mundial en twitter con 2.5 millones de comentarios concentrados en el Hashtag “DebateINE”.

Hay ciudadanía atenta y comprometida con informarse de cara a las urnas, algo que los candidatos saben y está en ellos colocar o no argumentos sobre la mesa para convencer, sumar o perder respaldo. No son los debates el principio o el fin de las campañas, pero sí una enorme oportunidad para despejar dudas, encontrar definiciones con una claridad que antes no habíamos tenido y que este tipo de formatos, cada vez más abiertos, sí permiten.

Consejero del INE

@MarcoBanos