/ miércoles 25 de abril de 2018

El debate, llamado a la reflexión

Que Andrés Manuel López Obrador busca ya al notario público a modo para ceder sus dos departamentos en el sur de la ciudad a José Antonio Meade; que Ricardo Anaya prepara la documentación y busca también un notario a modo para integrar su declaración siete de siete; que Jaime Rodríguez, El Bronco, se ha puesto en contacto con las embajadas de algunos países del Medio Oriente donde se corta la mano a ladrones, narcotraficantes y corruptos, son algunas secuelas del anecdotario del primer debate entre los cinco candidatos a la Presidencia de la República del pasado domingo en el Palacio de Minería.

Otras derivaciones de ese encuentro son las calificaciones, siempre subjetivas y tendenciosas de posibles ganadores y perdedores en el debate. Con un nuevo formato, la confrontación del pasado domingo satisfizo en parte las expectativas de las galerías ansiosas de ver sangre, aunque la hemoglobina no sea sino simulada como aparece en los combates de las batallas campales entre luchadores diestros en el montaje del espectáculo teatral.

En rigor, no puede decirse con certeza matemática que los debates entre políticos arrojan siempre vencedores o vencidos. En los debates no hay pantalla alguna para registrar un marcador de goles o carreras anotadas, ni jueces que al final del combate emitan un veredicto incontrovertible aun cuando el fallo sea equivocado o difiera del gusto y la percepción de las mayorías.

Más allá del espectáculo y los detalles que dan sabor a la contienda, los debates previos a la votación tienen otra utilidad: llamar al espectador a una reflexión sobre la personalidad, los antecedentes, las trayectorias de cada uno de los concursantes en las campañas, y a una evaluación de la solidez, la viabilidad y la firmeza de sus propuestas. Se dice que en el primer debate en la era actual de la democracia en México, en 1994 Diego Fernández de Ceballos “ganó” al superar a sus contrincantes con sus dotes oratorias y su capacidad de polemista. Fernández de Ceballos no ganó la elección, como tampoco lo han logrado pretendidos vencedores en las confrontaciones de los años siguientes, ni ha sido siempre el llamado puntero en las encuestas quien al final de la lisa resulta elegido, así sea por estrecho margen.

Encuestas y debates pueden ser un espejismo ante la opinión pública, pero también puntos de referencia para conocer y aquilatar la solidez de las personas que en ellas participan, sus características, su historial y la contundencia, no únicamente oratoria de sus propuestas.

Por encima de la emoción que un discurso puede provocar, está la verdad o la mentira falaz de quien lo pronuncia que lleva al voto razonado por encima de la emoción. La opinión pública no escuchó en el debate pasado más novedades que las conocidas en los planteamientos de los candidatos desde antes de iniciadas las campañas. Sí se pudo apreciar la diferencia entre cada una de esas propuestas, la personalidad de cada uno de los contendientes; son en esencia tres: el odio y la anarquía, por una parte; la venganza y el escamoteo de fortunas poco claras por la otra. La tercera, la de José Antonio Meade basada en la realidad, la decencia y la honestidad de una trayectoria consecuente con lo que se ha sido.

Srio28@rodigy.net.mx

Que Andrés Manuel López Obrador busca ya al notario público a modo para ceder sus dos departamentos en el sur de la ciudad a José Antonio Meade; que Ricardo Anaya prepara la documentación y busca también un notario a modo para integrar su declaración siete de siete; que Jaime Rodríguez, El Bronco, se ha puesto en contacto con las embajadas de algunos países del Medio Oriente donde se corta la mano a ladrones, narcotraficantes y corruptos, son algunas secuelas del anecdotario del primer debate entre los cinco candidatos a la Presidencia de la República del pasado domingo en el Palacio de Minería.

Otras derivaciones de ese encuentro son las calificaciones, siempre subjetivas y tendenciosas de posibles ganadores y perdedores en el debate. Con un nuevo formato, la confrontación del pasado domingo satisfizo en parte las expectativas de las galerías ansiosas de ver sangre, aunque la hemoglobina no sea sino simulada como aparece en los combates de las batallas campales entre luchadores diestros en el montaje del espectáculo teatral.

En rigor, no puede decirse con certeza matemática que los debates entre políticos arrojan siempre vencedores o vencidos. En los debates no hay pantalla alguna para registrar un marcador de goles o carreras anotadas, ni jueces que al final del combate emitan un veredicto incontrovertible aun cuando el fallo sea equivocado o difiera del gusto y la percepción de las mayorías.

Más allá del espectáculo y los detalles que dan sabor a la contienda, los debates previos a la votación tienen otra utilidad: llamar al espectador a una reflexión sobre la personalidad, los antecedentes, las trayectorias de cada uno de los concursantes en las campañas, y a una evaluación de la solidez, la viabilidad y la firmeza de sus propuestas. Se dice que en el primer debate en la era actual de la democracia en México, en 1994 Diego Fernández de Ceballos “ganó” al superar a sus contrincantes con sus dotes oratorias y su capacidad de polemista. Fernández de Ceballos no ganó la elección, como tampoco lo han logrado pretendidos vencedores en las confrontaciones de los años siguientes, ni ha sido siempre el llamado puntero en las encuestas quien al final de la lisa resulta elegido, así sea por estrecho margen.

Encuestas y debates pueden ser un espejismo ante la opinión pública, pero también puntos de referencia para conocer y aquilatar la solidez de las personas que en ellas participan, sus características, su historial y la contundencia, no únicamente oratoria de sus propuestas.

Por encima de la emoción que un discurso puede provocar, está la verdad o la mentira falaz de quien lo pronuncia que lleva al voto razonado por encima de la emoción. La opinión pública no escuchó en el debate pasado más novedades que las conocidas en los planteamientos de los candidatos desde antes de iniciadas las campañas. Sí se pudo apreciar la diferencia entre cada una de esas propuestas, la personalidad de cada uno de los contendientes; son en esencia tres: el odio y la anarquía, por una parte; la venganza y el escamoteo de fortunas poco claras por la otra. La tercera, la de José Antonio Meade basada en la realidad, la decencia y la honestidad de una trayectoria consecuente con lo que se ha sido.

Srio28@rodigy.net.mx