/ domingo 19 de mayo de 2024

El derecho de opinar

Puede ser que éste sea el momento de nuestra historia en el que la mayoría pudo dar a conocer sus opiniones. Tal vez, gracias a la tecnología, hacer público lo que pensamos ha sido más fácil hoy que en cualquier otra época. Aunque siempre hemos navegado en un océano de puntos de vista, nunca como ahora podemos ahogarnos en una ola de comentarios o quedarnos varados de la discusión social porque alguien no coincide con uno.

Todos tenemos opiniones y ese un derecho que se cristaliza en la libre expresión; sin embargo, no todas nuestras opiniones son correctas, ni precisas, por lo que es importante que siempre estemos dispuestos a reflexionar sobre éstas, mucho más en un cambio de época como el que vivimos donde las ideas no abundan, pero los prejuicios y las apariencias se extienden como la humedad.

Lo que piensan los demás de nosotros, y de nuestras creencias, tiene un peso en nuestro comportamiento. Admitamos con tranquilidad que nos importa. Somos una especie social y la influencia del grupo más numeroso es determinante en nuestras decisiones de una manera natural. Nadie quiere aislarse, por mucho que afirme su apego a cierta misantropía, pero eso no significa que debemos seguir la corriente con tal de no sentirnos solos. Es el equilibrio entre lo que deseamos expresar -y su valor en el contexto del bien común- lo que enriquece el diálogo colectivo. Necesitamos más diálogo si buscamos crecer como sociedad.

No obstante, con las opiniones sucede lo mismo que algunas protestas, si no tenemos una propuesta que las acompañe, y si no hay un juicio meditado y constructivo que las haga viables, su objetivo de influir positivamente se pierde sin remedio. Es el equivalente a un grito o a una queja inmediata. Y lo que demanda cualquier sociedad próspera es ejercer el derecho de expresarnos al mismo tiempo que asumimos la responsabilidad que trae consigo. De lo contrario, las opiniones que publicamos y compartimos se convierten en una herramienta para que quienes buscan dividirnos lo logren, a veces sin apenas darnos cuenta.

Un refrán dice que uno “es príncipe de sus silencios y esclavo de sus palabras”, por lo que al emitir un punto de vista ayuda mucho hacerlo desde el análisis, los datos y la información confiable; existe una obligación de hacernos responsables de nuestros dichos y también de sostenerlos o enmendarlos si cometimos un error. No hay una sola plataforma o espacio de comunicación en la que se prohíba reconocer una equivocación y pedir disculpas al respecto, el problema es que se nos ha hecho pensar que modificar nuestra percepción, alguna idea poco fundamentada o aceptar un yerro es una falta que nadie debería estar dispuesto a admitir. Y eso es falso.

Las sociedades cambian sus hábitos y sus comportamientos, sus maneras de comprender su entorno y las condiciones que lo establecieron en primer lugar. Esto cambia como cambia la vida y, en ciertos momentos afortunados, le llamamos evolución. Ninguno está exento de confirmar que algo que creíamos estaba mal, pero contamos con el derecho personal de recapacitar y con ello contribuir a nuestra comunidad con tolerancia y transparencia.

¿Cómo distinguir entre las numerosas opiniones que ya tenemos y las que desarrollamos a lo largo de los días, en cuanto a su utilidad y aportación social? No es tan difícil. Solo preguntémonos si ese comentario beneficia a nuestra comunidad inmediata (familia, vecinos, amigos, colegas), la inspira y la une para mejorar las condiciones debida de la mayoría o simplemente la enfrenta en un terreno de estigmas y de prejuicios.

Una opinión que se sustenta en el miedo a los demás, en las diferencias en lugar de las coincidencias, solo se acumula en ese mar de emociones negativas que ocasionan olas -les llamamos tendencias- que chocan y desgastan el tejido social que podríamos estar construyendo para vivir en paz y con tranquilidad.

Son necesarios unos minutos. Probablemente alguna consulta rápida para corroborar información. Hasta una llamada a una persona cercana que es especialista serviría para presentar al mundo una opinión nuestra que ayudara a que estuviéramos mejor, viéramos un problema desde un ángulo diferente y encontráramos esas soluciones que tanto exigimos y que podría encontrarse justo frente a nosotros.

Puede ser que éste sea el momento de nuestra historia en el que la mayoría pudo dar a conocer sus opiniones. Tal vez, gracias a la tecnología, hacer público lo que pensamos ha sido más fácil hoy que en cualquier otra época. Aunque siempre hemos navegado en un océano de puntos de vista, nunca como ahora podemos ahogarnos en una ola de comentarios o quedarnos varados de la discusión social porque alguien no coincide con uno.

Todos tenemos opiniones y ese un derecho que se cristaliza en la libre expresión; sin embargo, no todas nuestras opiniones son correctas, ni precisas, por lo que es importante que siempre estemos dispuestos a reflexionar sobre éstas, mucho más en un cambio de época como el que vivimos donde las ideas no abundan, pero los prejuicios y las apariencias se extienden como la humedad.

Lo que piensan los demás de nosotros, y de nuestras creencias, tiene un peso en nuestro comportamiento. Admitamos con tranquilidad que nos importa. Somos una especie social y la influencia del grupo más numeroso es determinante en nuestras decisiones de una manera natural. Nadie quiere aislarse, por mucho que afirme su apego a cierta misantropía, pero eso no significa que debemos seguir la corriente con tal de no sentirnos solos. Es el equilibrio entre lo que deseamos expresar -y su valor en el contexto del bien común- lo que enriquece el diálogo colectivo. Necesitamos más diálogo si buscamos crecer como sociedad.

No obstante, con las opiniones sucede lo mismo que algunas protestas, si no tenemos una propuesta que las acompañe, y si no hay un juicio meditado y constructivo que las haga viables, su objetivo de influir positivamente se pierde sin remedio. Es el equivalente a un grito o a una queja inmediata. Y lo que demanda cualquier sociedad próspera es ejercer el derecho de expresarnos al mismo tiempo que asumimos la responsabilidad que trae consigo. De lo contrario, las opiniones que publicamos y compartimos se convierten en una herramienta para que quienes buscan dividirnos lo logren, a veces sin apenas darnos cuenta.

Un refrán dice que uno “es príncipe de sus silencios y esclavo de sus palabras”, por lo que al emitir un punto de vista ayuda mucho hacerlo desde el análisis, los datos y la información confiable; existe una obligación de hacernos responsables de nuestros dichos y también de sostenerlos o enmendarlos si cometimos un error. No hay una sola plataforma o espacio de comunicación en la que se prohíba reconocer una equivocación y pedir disculpas al respecto, el problema es que se nos ha hecho pensar que modificar nuestra percepción, alguna idea poco fundamentada o aceptar un yerro es una falta que nadie debería estar dispuesto a admitir. Y eso es falso.

Las sociedades cambian sus hábitos y sus comportamientos, sus maneras de comprender su entorno y las condiciones que lo establecieron en primer lugar. Esto cambia como cambia la vida y, en ciertos momentos afortunados, le llamamos evolución. Ninguno está exento de confirmar que algo que creíamos estaba mal, pero contamos con el derecho personal de recapacitar y con ello contribuir a nuestra comunidad con tolerancia y transparencia.

¿Cómo distinguir entre las numerosas opiniones que ya tenemos y las que desarrollamos a lo largo de los días, en cuanto a su utilidad y aportación social? No es tan difícil. Solo preguntémonos si ese comentario beneficia a nuestra comunidad inmediata (familia, vecinos, amigos, colegas), la inspira y la une para mejorar las condiciones debida de la mayoría o simplemente la enfrenta en un terreno de estigmas y de prejuicios.

Una opinión que se sustenta en el miedo a los demás, en las diferencias en lugar de las coincidencias, solo se acumula en ese mar de emociones negativas que ocasionan olas -les llamamos tendencias- que chocan y desgastan el tejido social que podríamos estar construyendo para vivir en paz y con tranquilidad.

Son necesarios unos minutos. Probablemente alguna consulta rápida para corroborar información. Hasta una llamada a una persona cercana que es especialista serviría para presentar al mundo una opinión nuestra que ayudara a que estuviéramos mejor, viéramos un problema desde un ángulo diferente y encontráramos esas soluciones que tanto exigimos y que podría encontrarse justo frente a nosotros.

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