/ jueves 11 de junio de 2020

El dogma como argumento

Gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco.

Jaume Perich

El ciudadano López Obrador oscila entre ser el presidente y el candidato eterno. Un día riñe con todos los ajenos a su iglesia, otro pide que “respeten su investidura”, después difunde un documento, no verificado, de sus presuntos opositores, como un distractor a la parálisis global de su gobierno ante la crisis múltiple.

La brújula del tabasqueño se mueve a partir de reacciones primarias y tufos autoritarios. Su única frontera y dique es Donald Trump, a él si lo respeta, obedece y vanagloria. Al mismo tiempo, su discurso y comportamiento es arbitrario. Atropella, impunemente, la campaña sanitarista de su propio gobierno, todo por ir a agitar un pedazo de tela y dar luz verde a sus proyectos insignes, inaugurando la carrera electoral para 2021. No podía esperar más.

AMLO señala constantemente que, “estamos domando la pandemia”, cuando las muertes van en ascenso. Es incapaz de plantear un paquete de medidas económicas más allá de sus disparos asistencialistas ya conocidos y aprobados presupuestalmente. De nada sirven los graves diagnósticos de organismos internos y externos que describen la pesadilla en la que estamos y la que viene. Su pensamiento no se rige por datos duros, ni oficiales, sino por dogmas y creencias. Por ello, ostenta estampitas y símbolos religiosos como factores protectores ante los males terrenales. Su mundo no es de ésta galaxia. La realidad la inventa y decreta diariamente desde su púlpito en las misas de 7, donde cuenta con acólitos que esparcen incienso en la exoneración o condena de los pecadores y/o arrepentidos de su reino.

Con el tabasqueño no hay debate ni discrepancias posibles. Su ultimátum es demoledor: no hay medias tintas, no hay tonalidades grises, la vida política para él es bicolor: “estas con o contra mí”. Por eso, suelta la antidemocrática ocurrencia de que solo haya dos partidos: el liberal y el conservador. Para él las dudas y matices son para filósofos atenienses. Su verdad es un decreto que no está en revisión. Por eso, su partido tiene un modelo staliniano de decidir.

En efecto, sus gritos democráticos del pasado hoy son manotazos desde su inmenso poder. Mientras el país se incendia entre la inseguridad pública, las violencias y el nuevo desempleo masivo, él subestima las llamas, ignora que la pradera está seca y que el fuego también lo puede envolver. Su pánico de perder la mayoría en la Cámara de Diputados lo puede llevar radicalizar su dogmas. Cuidado.

pedropenaloza@yahoo.com

@pedro_penaloz

Gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco.

Jaume Perich

El ciudadano López Obrador oscila entre ser el presidente y el candidato eterno. Un día riñe con todos los ajenos a su iglesia, otro pide que “respeten su investidura”, después difunde un documento, no verificado, de sus presuntos opositores, como un distractor a la parálisis global de su gobierno ante la crisis múltiple.

La brújula del tabasqueño se mueve a partir de reacciones primarias y tufos autoritarios. Su única frontera y dique es Donald Trump, a él si lo respeta, obedece y vanagloria. Al mismo tiempo, su discurso y comportamiento es arbitrario. Atropella, impunemente, la campaña sanitarista de su propio gobierno, todo por ir a agitar un pedazo de tela y dar luz verde a sus proyectos insignes, inaugurando la carrera electoral para 2021. No podía esperar más.

AMLO señala constantemente que, “estamos domando la pandemia”, cuando las muertes van en ascenso. Es incapaz de plantear un paquete de medidas económicas más allá de sus disparos asistencialistas ya conocidos y aprobados presupuestalmente. De nada sirven los graves diagnósticos de organismos internos y externos que describen la pesadilla en la que estamos y la que viene. Su pensamiento no se rige por datos duros, ni oficiales, sino por dogmas y creencias. Por ello, ostenta estampitas y símbolos religiosos como factores protectores ante los males terrenales. Su mundo no es de ésta galaxia. La realidad la inventa y decreta diariamente desde su púlpito en las misas de 7, donde cuenta con acólitos que esparcen incienso en la exoneración o condena de los pecadores y/o arrepentidos de su reino.

Con el tabasqueño no hay debate ni discrepancias posibles. Su ultimátum es demoledor: no hay medias tintas, no hay tonalidades grises, la vida política para él es bicolor: “estas con o contra mí”. Por eso, suelta la antidemocrática ocurrencia de que solo haya dos partidos: el liberal y el conservador. Para él las dudas y matices son para filósofos atenienses. Su verdad es un decreto que no está en revisión. Por eso, su partido tiene un modelo staliniano de decidir.

En efecto, sus gritos democráticos del pasado hoy son manotazos desde su inmenso poder. Mientras el país se incendia entre la inseguridad pública, las violencias y el nuevo desempleo masivo, él subestima las llamas, ignora que la pradera está seca y que el fuego también lo puede envolver. Su pánico de perder la mayoría en la Cámara de Diputados lo puede llevar radicalizar su dogmas. Cuidado.

pedropenaloza@yahoo.com

@pedro_penaloz

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