/ miércoles 6 de julio de 2022

El enigma de Xochimilco

¿De dónde salió todo esto? A cada lugar que volteo, la naturaleza parece contar un cuento. Estas aguas son inciertas; estos ríos de mentira. ¿Quién lo diría? El Edén vive en un reino acuático. Ay, Xochimilco, dejémonos de falsedades. ¿cómo existes en un mundo que quiere matarte? ¿Cómo haces las paces con la capital? ¿De dónde sacas las fuerzas? Tu vida es una contradicción perpetua en medio de una ciudad que todo el país venera. Flotando por tus canales y admirando tus islotes, mi mente queda plagada por una sola idea. Es aquí que la Ciudad de México se traiciona y, a pesar de ello, la ciudad continua.

La llegada hace todo por ocultarlo; dichoso secreto tras paredes cotidianas. Un estacionamiento vacío con restaurantes de muros blancos. En sus bases, algunos ladrillos rojizos; sus techos imitan el adoquín. En cada entrada, una reja de metal al piso protegiendo mercancía. A estas horas son pocos los negocios abiertos y menos aquellos repletos de turistas. Sillas rojas de plástico terminan de adornar esta calle junto a un triciclo azul que transporta comida. «Pásele joven», gritan unos. «Tenemos tacos, empanadas y papitas». Imágenes que podrían ser de cualquier colonia; meros reflejos de la vida capitalina.

Este pacto estético se rompe con tres arcos de colores. Dos azules, a los costados; uno amarillo protegiendo el centro. En sus cimas, dibujos de flores combinados con estrellas titilantes. Quebrantan, con sus tonos brillantes, la cuartada citadina. Ya no estás en el centro ni escondido en sus vecindades. Lo dicen en letras blancas—grandes— llamativas. «Embarcadero Cuemaco»; con tres entradas me das la bienvenida. Nada de espejos, tus agujeros son portales a una Ciudad de México distinta. Aquella donde el bullicio humano calla y gobierna otra forma de vida. Por estos caminos paso; agradezco su afecto. ¡Vengan conmigo! Descubramos como esta capital no es una ciudad cohesiva. Son muchas Ciudades de México—son tantas sus historias—al grado que ahora traiciona sus pretensiones modernistas.

Bastan unos pasos para abandonar el coche y la tierra. Delante, unos patrones marrones hacen de piso y crean el puerto. Rompiendo los tonos tenues capitalinos, explotan los colores a forma de vehículo. Benditas trajineras, ¿cómo explicarlas a quienes las desconocen? Son como canoas hechas gigantes; su piso es de madera y sus colores destellantes. Más grandes, por supuesto, aguantan toda una fiesta. Vienen con un techo para el sol; mesa y sillas para los que pasean. Sus bases ya son de colores; sus lados lo reflejan. Solo falta hablar de sus coronas tan coloridas y perfectas. En cada una, estallan las figuras. Los colores por todos lados reinan. Parecen llamas bailando unas con otras, sobre el techo para la atención de los que llegan. Unas rosas, otras verdes; algún morado que se ha infiltrado. Aunque sería incierto simplificarlas, hay un mundo distinto en cada trajinera. Por debajo de este juego, un arco que se acopla al techo. En él, curveado, aparece su nombre. Casi siempre de mujeres —«Juanita», «Liliana», hasta el creativo «Tarita»—; a veces son frases o expresiones—«Cumpleaños», «Xochimilco» y, por supuesto, «Los Borrachos»—. Sea cual sea la que te toque, cual humano han sido bautizadas. Las trajineras tienen personalidad; el pasajero es solo parte del desfile.

Tras un par de negocios y la entrega de unos billetes doblados, subo a la trajinera y encuentro las aguas de este río desdichado. El enigma nuevamente se expresa ante mi. ¿De dónde sale esta Venecia en una ciudad que se ha secado? Recuerda la época ancestral, cuando Tenochtitlán aún dominada. Entonces todo era agua; una isla en el centro del lago como base del imperio. Paulatinamente, le agregan tierras flotantes. Chinampas, las llaman en agricultura; entre ellas se forman los primeros canales. Aquí las canoas deambulaban como en periférico hoy lo hacen los carros. Los años fueron destrozando el lago Texcoco; secaron la isla para hacer territorio. Quedan escasos lugares; sobrevive Xochimilco entre ellos. Sus tierras son testimonio de rebeldía; sus aguas deseo de un tiempo distante.

Frente mío, un bosque abandonado o al menos su apariencia. Los árboles se levantan altos y ocultan el paisaje humano. Aquí el concreto no opaca a la madera; las hojas pueden más que los techos. El aire se respira más tranquilo y la vida suspira ante la pausa. Aquí nadie te apremia para llegar al trabajo; el tráfico es parte del recorrido. Ni siquiera existen los motores; basta un palo para pasear por Xochimilco. Es grande y su fondo ha ennegrecido, mas es lo único necesario para avanzar en los canales. Entra en el agua turbia y sale con el mover del barco. La quietud de estos ríos hace olas diminutas. Un paso lento mientras el paisaje sigue fijo.

Silencio; de momento solo hay silencio. Los pitidos de coches y gritos de mis paisanos han desaparecido en estos canales. Es momentáneo; eso lo sé de cierto. Pronto llegará la música; los estragos de la fiesta. Unos, pedirán mariachi; otros, baladas modernas. Gritarán de alegría y olvidarán la desgracia. Tierra de fiestas; ahora estás calmada. Aprovecho para admirarte; para respetar este lado citadino. No entiendo como existes a la par de tantos circuitos. En una tierra que valora el cemento, has hecho tuyos los acueductos. Preservas algo de naturaleza para que todos puedan disfrutarla. Honrado sacrificio ante la presión del imperio capitalino. No me malinterpreten, es una ciudad que adoro. Pero estas pausas son importantes; recuerdan la diversidad del territorio.

Ay, Xochimilco. Tanto quieres dar y tan poco te otorgamos. Tus aguas ahora son negras, contaminadas por los desechos de tus vecinos. En ellas flotan plantas invasoras que hacen todo por secarte. Y, no nos mintamos, es tanta la basura que contamina tus canales. Si pasamos más de cinco minutos, la naturaleza de tus costas oculta casas y desechos. Letreros por doquier de escusados; atractivos para el turista y sus medios. Tanto te han destrozado que tus ajolotes ahora crecen en criaderos. No queremos tocar tus aguas; basta solo con verte sufrir. Pobrecito territorio; batallando por la vida. Ojalá fuéramos mejores y te diéramos todo lo que merecías.

Por desgracia, Xochimilco, tu acertijo es más difícil que lo que había pensado. Eres pausa de la ciudad, y aún así la estás representando. Rompes el ajetreo al visitarte de mañana pero los vicios citadinos aún te invaden. Siguen siendo negras tus aguas y en unas horas el silencio huirá ante la fiesta y otros trances. Sentado en esta trajinera, donde ahora te contemplo, no hago más que pensar en tu eterno enigma. Nos das a todos una imagen distinta de la capital, pero te destruyes en el proceso. Xochimilco, tan precioso, eres como las ideas. Mejor mantenerte en la mente por miedo a enfrentarnos a tus desdichas.


¿De dónde salió todo esto? A cada lugar que volteo, la naturaleza parece contar un cuento. Estas aguas son inciertas; estos ríos de mentira. ¿Quién lo diría? El Edén vive en un reino acuático. Ay, Xochimilco, dejémonos de falsedades. ¿cómo existes en un mundo que quiere matarte? ¿Cómo haces las paces con la capital? ¿De dónde sacas las fuerzas? Tu vida es una contradicción perpetua en medio de una ciudad que todo el país venera. Flotando por tus canales y admirando tus islotes, mi mente queda plagada por una sola idea. Es aquí que la Ciudad de México se traiciona y, a pesar de ello, la ciudad continua.

La llegada hace todo por ocultarlo; dichoso secreto tras paredes cotidianas. Un estacionamiento vacío con restaurantes de muros blancos. En sus bases, algunos ladrillos rojizos; sus techos imitan el adoquín. En cada entrada, una reja de metal al piso protegiendo mercancía. A estas horas son pocos los negocios abiertos y menos aquellos repletos de turistas. Sillas rojas de plástico terminan de adornar esta calle junto a un triciclo azul que transporta comida. «Pásele joven», gritan unos. «Tenemos tacos, empanadas y papitas». Imágenes que podrían ser de cualquier colonia; meros reflejos de la vida capitalina.

Este pacto estético se rompe con tres arcos de colores. Dos azules, a los costados; uno amarillo protegiendo el centro. En sus cimas, dibujos de flores combinados con estrellas titilantes. Quebrantan, con sus tonos brillantes, la cuartada citadina. Ya no estás en el centro ni escondido en sus vecindades. Lo dicen en letras blancas—grandes— llamativas. «Embarcadero Cuemaco»; con tres entradas me das la bienvenida. Nada de espejos, tus agujeros son portales a una Ciudad de México distinta. Aquella donde el bullicio humano calla y gobierna otra forma de vida. Por estos caminos paso; agradezco su afecto. ¡Vengan conmigo! Descubramos como esta capital no es una ciudad cohesiva. Son muchas Ciudades de México—son tantas sus historias—al grado que ahora traiciona sus pretensiones modernistas.

Bastan unos pasos para abandonar el coche y la tierra. Delante, unos patrones marrones hacen de piso y crean el puerto. Rompiendo los tonos tenues capitalinos, explotan los colores a forma de vehículo. Benditas trajineras, ¿cómo explicarlas a quienes las desconocen? Son como canoas hechas gigantes; su piso es de madera y sus colores destellantes. Más grandes, por supuesto, aguantan toda una fiesta. Vienen con un techo para el sol; mesa y sillas para los que pasean. Sus bases ya son de colores; sus lados lo reflejan. Solo falta hablar de sus coronas tan coloridas y perfectas. En cada una, estallan las figuras. Los colores por todos lados reinan. Parecen llamas bailando unas con otras, sobre el techo para la atención de los que llegan. Unas rosas, otras verdes; algún morado que se ha infiltrado. Aunque sería incierto simplificarlas, hay un mundo distinto en cada trajinera. Por debajo de este juego, un arco que se acopla al techo. En él, curveado, aparece su nombre. Casi siempre de mujeres —«Juanita», «Liliana», hasta el creativo «Tarita»—; a veces son frases o expresiones—«Cumpleaños», «Xochimilco» y, por supuesto, «Los Borrachos»—. Sea cual sea la que te toque, cual humano han sido bautizadas. Las trajineras tienen personalidad; el pasajero es solo parte del desfile.

Tras un par de negocios y la entrega de unos billetes doblados, subo a la trajinera y encuentro las aguas de este río desdichado. El enigma nuevamente se expresa ante mi. ¿De dónde sale esta Venecia en una ciudad que se ha secado? Recuerda la época ancestral, cuando Tenochtitlán aún dominada. Entonces todo era agua; una isla en el centro del lago como base del imperio. Paulatinamente, le agregan tierras flotantes. Chinampas, las llaman en agricultura; entre ellas se forman los primeros canales. Aquí las canoas deambulaban como en periférico hoy lo hacen los carros. Los años fueron destrozando el lago Texcoco; secaron la isla para hacer territorio. Quedan escasos lugares; sobrevive Xochimilco entre ellos. Sus tierras son testimonio de rebeldía; sus aguas deseo de un tiempo distante.

Frente mío, un bosque abandonado o al menos su apariencia. Los árboles se levantan altos y ocultan el paisaje humano. Aquí el concreto no opaca a la madera; las hojas pueden más que los techos. El aire se respira más tranquilo y la vida suspira ante la pausa. Aquí nadie te apremia para llegar al trabajo; el tráfico es parte del recorrido. Ni siquiera existen los motores; basta un palo para pasear por Xochimilco. Es grande y su fondo ha ennegrecido, mas es lo único necesario para avanzar en los canales. Entra en el agua turbia y sale con el mover del barco. La quietud de estos ríos hace olas diminutas. Un paso lento mientras el paisaje sigue fijo.

Silencio; de momento solo hay silencio. Los pitidos de coches y gritos de mis paisanos han desaparecido en estos canales. Es momentáneo; eso lo sé de cierto. Pronto llegará la música; los estragos de la fiesta. Unos, pedirán mariachi; otros, baladas modernas. Gritarán de alegría y olvidarán la desgracia. Tierra de fiestas; ahora estás calmada. Aprovecho para admirarte; para respetar este lado citadino. No entiendo como existes a la par de tantos circuitos. En una tierra que valora el cemento, has hecho tuyos los acueductos. Preservas algo de naturaleza para que todos puedan disfrutarla. Honrado sacrificio ante la presión del imperio capitalino. No me malinterpreten, es una ciudad que adoro. Pero estas pausas son importantes; recuerdan la diversidad del territorio.

Ay, Xochimilco. Tanto quieres dar y tan poco te otorgamos. Tus aguas ahora son negras, contaminadas por los desechos de tus vecinos. En ellas flotan plantas invasoras que hacen todo por secarte. Y, no nos mintamos, es tanta la basura que contamina tus canales. Si pasamos más de cinco minutos, la naturaleza de tus costas oculta casas y desechos. Letreros por doquier de escusados; atractivos para el turista y sus medios. Tanto te han destrozado que tus ajolotes ahora crecen en criaderos. No queremos tocar tus aguas; basta solo con verte sufrir. Pobrecito territorio; batallando por la vida. Ojalá fuéramos mejores y te diéramos todo lo que merecías.

Por desgracia, Xochimilco, tu acertijo es más difícil que lo que había pensado. Eres pausa de la ciudad, y aún así la estás representando. Rompes el ajetreo al visitarte de mañana pero los vicios citadinos aún te invaden. Siguen siendo negras tus aguas y en unas horas el silencio huirá ante la fiesta y otros trances. Sentado en esta trajinera, donde ahora te contemplo, no hago más que pensar en tu eterno enigma. Nos das a todos una imagen distinta de la capital, pero te destruyes en el proceso. Xochimilco, tan precioso, eres como las ideas. Mejor mantenerte en la mente por miedo a enfrentarnos a tus desdichas.


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