Las elecciones del 6 de junio ya pasaron, pero sus repercusiones no se borrarán y seguirán teniendo eco aún más allá de 2024.
La derrota del partido Morena en su otrora bastión que asumía seguro e imperdible ha sido contundente, tanto que el inquilino de Palacio sigue sin lograr asimilarlo, sabedor de lo que representa en lo personal y en lo político: no lo han hecho bien en la primera entidad que gobernaron y la ciudadanía ya está cansada de su tonito.
Y es que, si el 6 de junio de 2021 se hubiera elegido titular de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, habría ganado la Alianza Va Por México, pues en votos totales superó a la otra alianza.
Resulta una falacia aseverar que el partido en el poder ganó las zonas más pobladas, pues con la excepción de dos alcaldías en las otras la competencia se mantuvo cerrada y fueron pocos votos los que hicieron la diferencia. Así es que ese muro que dividía al oriente del poniente de la Ciudad en realidad no existe ni en votos, pues el hartazgo se respira en zonas populares, residenciales, industriales y rurales y el cambio empieza a surgir como una avalancha que no detiene nadie.
La violencia, la pobreza y el hambre se sufre en toda la ciudad. Los llamados “programas sociales” que aquí empezaron a implementar no han dado resultado, pues la pobreza, particularmente en los adultos mayores, cada día es mayor.
Error tras error, la ciudadanía capitalina les fue perdonando incapacidades, corruptelas, insuficiencias, deterioro ambiental, creciente inseguridad, inundaciones, infraestructura defectuosa y hasta tragedias humanas, pero la paciencia se acabó y ha llegado el momento de otras opciones.
El cambio no solo ha llegado a las alcaldías, sino también al Congreso de la Ciudad de México, desde donde resurgirá un verdadero equilibrio de poderes, que vale la pena recordar la Ciudad no ha conocido desde 1997, pues el partido en el poder siempre había tenido la mayoría de curules. Ahora será distinto.
El Poder Ejecutivo local ya no avasallará al Congreso, el cual dejará de ser un florero que pasaba todas las iniciativas propuestas por la jefatura de gobierno, para convertirse en un verdadero freno y contrapeso al poder público en la capital.
Cada entidad federativa tiene su propia lógica e historia, y aquellas que están a punto de ser gobernadas por el partido que hoy la ciudadanía de la Ciudad de México ha castigado valdría la pena que se vieran en este espejo: desigualdad lacerante que se evidencia hasta en la prestación de servicios públicos; pobreza galopante; 24 años perdidos en el mantenimiento, desarrollo de más y mejor infraestructura pública; grave deterioro en la convivencia social; existencia de redes clientelares que en muchas ocasiones impiden el ejercicio de derechos humanos; soberbia en el trato a la ciudadanía; crueldad e incapacidad en la atención de víctimas de sus corruptelas y negligencias; desvío de recursos en el mantenimiento de infraestructura estratégica como la del Metro; deslealtad y menosprecio a los cuerpos de seguridad pública; escasez de agua sin que exista una respuesta gubernamental contundente; mal e irresponsable manejo de residuos; incapacidad crónica para aplicar programas de protección civil; abandono de las micro, pequeñas y medianas empresas y, por si faltara algo, una encargada de despacho que, en plena pandemia, crisis económica y de seguridad y con nulos resultados, está más distraída intentando construir una candidatura presidencial.
Así se las gastan.