/ sábado 13 de febrero de 2021

El gran circo

Regresó de su ausencia por el coronavirus, con la espada desenvainada. Quienes creyeron que la enfermedad lo amainaría se llevaron el chasco. Lo mismo de siempre: ataques a intelectuales, a periódicos y la consabida cantaleta que ya nos tiene mareados. Bien dicen que nadie cambia.

Menos, un carácter obsesivo, que raya en lo psicótico, con una sola idea fija: conservar la mayoría morenaca en el Congreso, el próximo junio. Lo demás no tiene importancia.

Hay que distraer a las masas. A esas masas dolientes, que sufren pérdidas desoladoras, a causa de la pandemia y de la creciente pobreza que trae consigo la crisis económica. Son sus “fieles”, los que le creen cualquier le paparruchada y el único sector al que se dirige y le habla. Su lenguaje sale como flecha directa a las entendederas de un pueblo, que hacía años había perdido la fe en sus gobernantes. El “rayito de esperanza” se encarga de mantenérselas viva.

Una encuesta confirmó que le creyeron, cuando dijo que “se había enfermado porque él trabaja”, frase con la que se identificaron los millones de aztecas que, día a día salen “a buscarse la chuleta”. Ni se les ocurrió cuestionarla y menos decirle que fue su falta de cuidado la que lo llevó al contagio. Su inconcebible inconsciencia e irresponsabilidad de no usar el cubrebocas y seguir como chapulín sus innecesarias giras y, sobre todo, subirse a un avión con síntomas claros de la enfermedad.

Regresó triunfalista, rijoso y soberbio, como si no hubiera tenido ningún malestar y menos existieran el número de muertos y de enfermos, que padecen los horrores del bicho. Para las familias en duelo, para los sufrientes, ni media palabra de consuelo, de conmiseración. Desde luego, sensibilidad de piel de elefante.

Del virus y sus dramáticas consecuencias, silencio. De las vacunas, promesas que habría que decir “hasta no verlas, no creerlas”. De la calidad de las que nos podrían aplicar, tampoco dice ni “pío”. La Cofepris, en manos del abominable López Gatell, le da el visto bueno a las chinas, las que aún no cuentan con el beneplácito internacional y que solo tienen un sesenta y tantos por ciento de eficacia. Como si se tratara de un organismo autosuficiente, a nivel científico internacional, nos coloca de conejillos de indias.

A estos “asuntitos” los saca de su sagrado púlpito mañanero, el que dedica el pasado miércoles, a las bienaventuranzas de las Fuerzas Armadas y las glorias del aeropuerto de Santa Lucía.

“Inauguró” una pista de aterrizaje, que ya existía. En lugar de decir que la “asfaltaron”, o lo que diablos le hayan arreglado, trepó a montones de sus súbditos del primer círculo, a un avión del ejército que sobrevoló 11 minutos. La faramalla oficialista le llamó “inauguración”, como rifa, a la no rifa del avión presidencial y demás “cuentos de Calleja” alimentadores del descerebro chairo.

Al ser la conmemoración del día de las “Fuerzas Aéreas” lanzó uno de sus interminables choros, lleno de cebollazos a los verde olivo y, entre su diarrea verbal dijo que se trataba del “Mejor aeropuerto del mundo”. Se le deben haber descolocado los huesos a Norman Foster, autor del plano de lo que habría sido obra excepcional, el cancelado aeropuerto de Texcoco. ¡Santa Lucía le conserve la vista!, aunque el gusto charro, no tiene remedio.

A seguirle tomando el pelo a unos desgobernados deprimidos y asolados por la crisis de la pandemia y la económica. Ésas, no existen.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Regresó de su ausencia por el coronavirus, con la espada desenvainada. Quienes creyeron que la enfermedad lo amainaría se llevaron el chasco. Lo mismo de siempre: ataques a intelectuales, a periódicos y la consabida cantaleta que ya nos tiene mareados. Bien dicen que nadie cambia.

Menos, un carácter obsesivo, que raya en lo psicótico, con una sola idea fija: conservar la mayoría morenaca en el Congreso, el próximo junio. Lo demás no tiene importancia.

Hay que distraer a las masas. A esas masas dolientes, que sufren pérdidas desoladoras, a causa de la pandemia y de la creciente pobreza que trae consigo la crisis económica. Son sus “fieles”, los que le creen cualquier le paparruchada y el único sector al que se dirige y le habla. Su lenguaje sale como flecha directa a las entendederas de un pueblo, que hacía años había perdido la fe en sus gobernantes. El “rayito de esperanza” se encarga de mantenérselas viva.

Una encuesta confirmó que le creyeron, cuando dijo que “se había enfermado porque él trabaja”, frase con la que se identificaron los millones de aztecas que, día a día salen “a buscarse la chuleta”. Ni se les ocurrió cuestionarla y menos decirle que fue su falta de cuidado la que lo llevó al contagio. Su inconcebible inconsciencia e irresponsabilidad de no usar el cubrebocas y seguir como chapulín sus innecesarias giras y, sobre todo, subirse a un avión con síntomas claros de la enfermedad.

Regresó triunfalista, rijoso y soberbio, como si no hubiera tenido ningún malestar y menos existieran el número de muertos y de enfermos, que padecen los horrores del bicho. Para las familias en duelo, para los sufrientes, ni media palabra de consuelo, de conmiseración. Desde luego, sensibilidad de piel de elefante.

Del virus y sus dramáticas consecuencias, silencio. De las vacunas, promesas que habría que decir “hasta no verlas, no creerlas”. De la calidad de las que nos podrían aplicar, tampoco dice ni “pío”. La Cofepris, en manos del abominable López Gatell, le da el visto bueno a las chinas, las que aún no cuentan con el beneplácito internacional y que solo tienen un sesenta y tantos por ciento de eficacia. Como si se tratara de un organismo autosuficiente, a nivel científico internacional, nos coloca de conejillos de indias.

A estos “asuntitos” los saca de su sagrado púlpito mañanero, el que dedica el pasado miércoles, a las bienaventuranzas de las Fuerzas Armadas y las glorias del aeropuerto de Santa Lucía.

“Inauguró” una pista de aterrizaje, que ya existía. En lugar de decir que la “asfaltaron”, o lo que diablos le hayan arreglado, trepó a montones de sus súbditos del primer círculo, a un avión del ejército que sobrevoló 11 minutos. La faramalla oficialista le llamó “inauguración”, como rifa, a la no rifa del avión presidencial y demás “cuentos de Calleja” alimentadores del descerebro chairo.

Al ser la conmemoración del día de las “Fuerzas Aéreas” lanzó uno de sus interminables choros, lleno de cebollazos a los verde olivo y, entre su diarrea verbal dijo que se trataba del “Mejor aeropuerto del mundo”. Se le deben haber descolocado los huesos a Norman Foster, autor del plano de lo que habría sido obra excepcional, el cancelado aeropuerto de Texcoco. ¡Santa Lucía le conserve la vista!, aunque el gusto charro, no tiene remedio.

A seguirle tomando el pelo a unos desgobernados deprimidos y asolados por la crisis de la pandemia y la económica. Ésas, no existen.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq