/ sábado 27 de abril de 2019

El gran wanna wanna

“Si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que hubiese dos,

así habría un dios para el lobo y otro para la oveja, uno para el que muere y otro para el que mata, un dios para el condenado y otro para el verdugo.”

El Evangelio según Jesucristo, José Saramago (1922-2010).

En abril, el titular del Ejecutivo inauguró una nueva modalidad de gobierno: el memorándum.

Normalmente, el memorándum, es un instrumento de comunicación que se utiliza para transmitir instrucciones de manera económica y eficiente. Su nombre proviene del latín medieval y quiere decir “lo que debe recordarse”.

El problema en el caso que nos ocupa no es el documento en sí mismo, sino su finalidad: Asumir las facultades del Poder Legislativo, anulando de facto una reforma constitucional.

El primer intento de implementar esta nueva modalidad de gestión se dio cuando instruyó a los miembros de su administración ignorar los cambios constitucionales que regulan el sistema de educación pública, aprobados por dos terceras partes de la mayoría en el Congreso y por todo el aparato legislativo nacional durante la administración anterior.

El segundo memorándum vino, a modo de telegrama, cuando ordenó a la Secretaría de la Función Pública: “Aplique la ley, proceda, nada más informe al titular de la secretaría, investigue y actúe. Cero tolerancia en la corrupción”.

El tercero todavía no se materializa. Pende sobre la Cámara de Diputados cual Espada de Damocles que amenaza con caer si la Ley de Austeridad no se aprueba prontamente.

Así, como por decreto divino, la voluntad individual hace a un lado la ley.

En la historia de la humanidad, hay ejemplos de sobra en los que determinada sociedad ha llegado a deificar a un personaje. Apenas el siglo pasado así sucedió con Lenin, Mao, Stalin y Mussolini. Desde los Vedas, pasando por Buda y Cristo, ha existido el “Wanna Wanna”, el “Gran Caballo Loco”, el “Führer” o el señor dictador.

En ocasiones como estas, se juega muy de cerca a esa delgada línea que divide al dogma de la razón.

En algunos parlamentos del mundo se han prohibido los debates religiosos precisamente porque se entra al terreno de lo dogmático, de aquello que no acepta cuestionamientos. La razón se puede discutir con silogismos, con razonamientos, con debate, con mayéutica, con dialéctica y esto se traduce en conocimiento.

En México, la investidura presidencial, ha sido consagrada con un halo casi religioso, pero no porque estemos esperando a ningún mesías. Siempre ha estado claro: al Presidente se le respeta, pero no se debe poner en los altares. Es un ser humano de carne y hueso, con luces y sombras, con aciertos y errores. Su firma, su palabra, no están por encima de nuestra Constitución Política y no bastan para modificar el estado de derecho.

Siempre ha habido, y siempre habrá, personas que están en busca de una figura salvadora. Pero solamente el colectivo, solamente la sociedad es la que puede hacer una historia de progreso. He ahí la importancia de proteger nuestras instituciones.

La ley es la ley. Nos guste o no nos guste, tenemos que cumplirla.


“Si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que hubiese dos,

así habría un dios para el lobo y otro para la oveja, uno para el que muere y otro para el que mata, un dios para el condenado y otro para el verdugo.”

El Evangelio según Jesucristo, José Saramago (1922-2010).

En abril, el titular del Ejecutivo inauguró una nueva modalidad de gobierno: el memorándum.

Normalmente, el memorándum, es un instrumento de comunicación que se utiliza para transmitir instrucciones de manera económica y eficiente. Su nombre proviene del latín medieval y quiere decir “lo que debe recordarse”.

El problema en el caso que nos ocupa no es el documento en sí mismo, sino su finalidad: Asumir las facultades del Poder Legislativo, anulando de facto una reforma constitucional.

El primer intento de implementar esta nueva modalidad de gestión se dio cuando instruyó a los miembros de su administración ignorar los cambios constitucionales que regulan el sistema de educación pública, aprobados por dos terceras partes de la mayoría en el Congreso y por todo el aparato legislativo nacional durante la administración anterior.

El segundo memorándum vino, a modo de telegrama, cuando ordenó a la Secretaría de la Función Pública: “Aplique la ley, proceda, nada más informe al titular de la secretaría, investigue y actúe. Cero tolerancia en la corrupción”.

El tercero todavía no se materializa. Pende sobre la Cámara de Diputados cual Espada de Damocles que amenaza con caer si la Ley de Austeridad no se aprueba prontamente.

Así, como por decreto divino, la voluntad individual hace a un lado la ley.

En la historia de la humanidad, hay ejemplos de sobra en los que determinada sociedad ha llegado a deificar a un personaje. Apenas el siglo pasado así sucedió con Lenin, Mao, Stalin y Mussolini. Desde los Vedas, pasando por Buda y Cristo, ha existido el “Wanna Wanna”, el “Gran Caballo Loco”, el “Führer” o el señor dictador.

En ocasiones como estas, se juega muy de cerca a esa delgada línea que divide al dogma de la razón.

En algunos parlamentos del mundo se han prohibido los debates religiosos precisamente porque se entra al terreno de lo dogmático, de aquello que no acepta cuestionamientos. La razón se puede discutir con silogismos, con razonamientos, con debate, con mayéutica, con dialéctica y esto se traduce en conocimiento.

En México, la investidura presidencial, ha sido consagrada con un halo casi religioso, pero no porque estemos esperando a ningún mesías. Siempre ha estado claro: al Presidente se le respeta, pero no se debe poner en los altares. Es un ser humano de carne y hueso, con luces y sombras, con aciertos y errores. Su firma, su palabra, no están por encima de nuestra Constitución Política y no bastan para modificar el estado de derecho.

Siempre ha habido, y siempre habrá, personas que están en busca de una figura salvadora. Pero solamente el colectivo, solamente la sociedad es la que puede hacer una historia de progreso. He ahí la importancia de proteger nuestras instituciones.

La ley es la ley. Nos guste o no nos guste, tenemos que cumplirla.


ÚLTIMASCOLUMNAS
sábado 18 de diciembre de 2021

La sombra y la huella

Jorge Gaviño

sábado 04 de diciembre de 2021

Mal de alturas

Jorge Gaviño

sábado 20 de noviembre de 2021

Cuentas violentas

Jorge Gaviño

sábado 23 de octubre de 2021

Hijos del maíz

Jorge Gaviño

sábado 09 de octubre de 2021

La guerra postergada

Jorge Gaviño

sábado 25 de septiembre de 2021

El vivo ejemplo de la sinrazón

Jorge Gaviño

sábado 11 de septiembre de 2021

Recuperar el camino

Jorge Gaviño

sábado 28 de agosto de 2021

¿Golpe avisa?

Jorge Gaviño

Cargar Más