/ jueves 27 de agosto de 2020

El hombre de la bicicleta

Era yo Agente del Ministerio Público del fuero común, auxiliar del Procurador General de Justicia del Distrito Federal, en la época del Doctor Fernando Román Lugo, cuando en el ejercicio de mi cargo tuve que interrogar a un hombre responsable del robo de una bicicleta. Cuándo le pregunté por qué lo hizo, me contestó: “Porque la vi abandonada en la entrada de un estanquillo”.

A lo que yo repuse: “¿Y no pensó o supuso usted que la bicicleta tenía dueño?” Y él por su parte añadió que no, que no pensó en esa posibilidad. Es decir, no cruzó por su cabeza la idea de un dueño de la bicicleta, quien seguramente estaba allí comprando algo. En otros términos, no tuvo presente el elemento valorativo de la propiedad de algo, o sea, un valor, una cualidad o bien. En consecuencia, tal es la esencia de la conducta ilícita de ese robo.

Ahora bien, en el suceso en cuestión intervinieron en su investigación, indistintamente -y por supuesto que según el grado del delito-, la Criminología junto con la Endocrinología Criminal, la Psicología Criminal, la Sociología Criminal, la Antropología Criminal y demás ciencias y artes auxiliares del Derecho Penal, como las denominamos, que son fundamentales en el estudio del Derecho Penal; pero que no pueden substituir a éste porque el delito es ante todo y sobre todo una acción que atenta contra valores -criterio valorativo- de naturaleza normativa -las normas de cultura-, lo que origina que aquél sea una acción básicamente antijurídica. Darle otro papel a la Criminología y a las disciplinas citadas sería negar lo anterior y hacer de ésta una ciencia ajena al delito visto como un fenómeno jurídico o, mejor dicho, antijurídico. Quedaría entonces el Derecho Penal en un segundo plano. Pensamiento que no corresponde a la tradición milenaria del Derecho Penal ni a sus lineamentos actuales. En suma, la inseguridad, la violencia, el delito, la desigualdad, son atentados contra valores sin los cuales la cultura y la civilización perderían rumbo y orientación. La Criminología, por ejemplo, tiene una clara visión de ello pero sólo parcial y complementaria de la del Derecho. Lo evidente es que el hombre de la bicicleta puede y debe ser estudiado, analizado, en el área de la averiguación de los hechos y en la etapa de la readaptación social y en cumplimiento de una pena (artículo 18 Constitucional), aunque sin ignorar o desconocer nunca que la violencia y el delito -hoy incluidos el narcotráfico y una serie de actos de gran peligrosidad- se oponen en primerísimo lugar al orden jurídico; eje y sostén éste del Estado, del gobierno, de la paz, de la tranquilidad y seguridad social. En una palabra, de la cultura y de la plena realización de nuestro destino humano. Afirmamos que el hombre debe ser visto como el depositario de una conciencia valorativa, lo cual definió Aristóteles al distinguirlo como “Zoon politikón” y que hace referencia a su capacidad para crear sociedades y organizar la vida en ciudades. Lo que justifica, explica y completa la plena realización humana. Tema que sólo el Derecho abarca y comprende desde su naturaleza filosófico jurídica. ¿Y para qué crea y organiza aquello? Para encontrar la armonía social e individual, para desterrar lo negativo y que impere el valor de lo positivo, de lo bueno.

En conclusión, el hombre de la bicicleta debe entender, mediante la educación, que los valores y el respeto a ellos son lo único que justifica y explica su presencia en la sociedad.

Profesor Emérito de la UNAM

Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho.raulcarranca

Era yo Agente del Ministerio Público del fuero común, auxiliar del Procurador General de Justicia del Distrito Federal, en la época del Doctor Fernando Román Lugo, cuando en el ejercicio de mi cargo tuve que interrogar a un hombre responsable del robo de una bicicleta. Cuándo le pregunté por qué lo hizo, me contestó: “Porque la vi abandonada en la entrada de un estanquillo”.

A lo que yo repuse: “¿Y no pensó o supuso usted que la bicicleta tenía dueño?” Y él por su parte añadió que no, que no pensó en esa posibilidad. Es decir, no cruzó por su cabeza la idea de un dueño de la bicicleta, quien seguramente estaba allí comprando algo. En otros términos, no tuvo presente el elemento valorativo de la propiedad de algo, o sea, un valor, una cualidad o bien. En consecuencia, tal es la esencia de la conducta ilícita de ese robo.

Ahora bien, en el suceso en cuestión intervinieron en su investigación, indistintamente -y por supuesto que según el grado del delito-, la Criminología junto con la Endocrinología Criminal, la Psicología Criminal, la Sociología Criminal, la Antropología Criminal y demás ciencias y artes auxiliares del Derecho Penal, como las denominamos, que son fundamentales en el estudio del Derecho Penal; pero que no pueden substituir a éste porque el delito es ante todo y sobre todo una acción que atenta contra valores -criterio valorativo- de naturaleza normativa -las normas de cultura-, lo que origina que aquél sea una acción básicamente antijurídica. Darle otro papel a la Criminología y a las disciplinas citadas sería negar lo anterior y hacer de ésta una ciencia ajena al delito visto como un fenómeno jurídico o, mejor dicho, antijurídico. Quedaría entonces el Derecho Penal en un segundo plano. Pensamiento que no corresponde a la tradición milenaria del Derecho Penal ni a sus lineamentos actuales. En suma, la inseguridad, la violencia, el delito, la desigualdad, son atentados contra valores sin los cuales la cultura y la civilización perderían rumbo y orientación. La Criminología, por ejemplo, tiene una clara visión de ello pero sólo parcial y complementaria de la del Derecho. Lo evidente es que el hombre de la bicicleta puede y debe ser estudiado, analizado, en el área de la averiguación de los hechos y en la etapa de la readaptación social y en cumplimiento de una pena (artículo 18 Constitucional), aunque sin ignorar o desconocer nunca que la violencia y el delito -hoy incluidos el narcotráfico y una serie de actos de gran peligrosidad- se oponen en primerísimo lugar al orden jurídico; eje y sostén éste del Estado, del gobierno, de la paz, de la tranquilidad y seguridad social. En una palabra, de la cultura y de la plena realización de nuestro destino humano. Afirmamos que el hombre debe ser visto como el depositario de una conciencia valorativa, lo cual definió Aristóteles al distinguirlo como “Zoon politikón” y que hace referencia a su capacidad para crear sociedades y organizar la vida en ciudades. Lo que justifica, explica y completa la plena realización humana. Tema que sólo el Derecho abarca y comprende desde su naturaleza filosófico jurídica. ¿Y para qué crea y organiza aquello? Para encontrar la armonía social e individual, para desterrar lo negativo y que impere el valor de lo positivo, de lo bueno.

En conclusión, el hombre de la bicicleta debe entender, mediante la educación, que los valores y el respeto a ellos son lo único que justifica y explica su presencia en la sociedad.

Profesor Emérito de la UNAM

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