/ lunes 18 de julio de 2022

El honor: tan valioso como la vida

Desde principios de los años setenta, en el ambiente en el que crecí, escuchaba a los adultos cercanos a mí empeñar su dicho con el juramento sobre la “palabra de honor”, era una costumbre que otorgaba absoluta certeza de cumplimiento sobre un dicho, una garantía sobre el valor de las personas y sus palabras.

El honor es la consecuencia de la conducta virtuosa, la buena reputación, contar con una opinión ejemplar en la colectividad, además de proferir sabiduría, porque los sabios gozan de alta confiabilidad, son honorables. Honor proviene del latín honos, honoris, que describía ciertas cualidades (rectitud, decencia, dignidad, gracia, fama y respeto).

En la cultura del honor, los líderes deben ser punta de lanza en las estructuras que dirigen, nunca un líder auténtico fue alguien denostado por propios y extraños. Alguien honorable sabe que su misión no es de inmediatez, sino a largo plazo, por ello, la ruta es larga, tediosa, tenaz, crear honor y morir siendo así lo han logrado los contados hombres y mujeres célebres de la historia de la humanidad.

Romper la palabra de honor, era empeñar el prestigio, el más importante valor intrínseco del ser humano.

En la historia de la humanidad ha habido diversas formas para “limpiar” el honor, una de ellas era a través del duelo, desde la Grecia antigua, en su literatura, se escribió de los enfrentamientos a muerte entre dos personas para salvar alguna afrenta que le afectaba a alguien en lo personal y a todas sus generaciones.

En Europa, a finales del siglo XVII, fue muy común que dos hombres se retaran a enfrentarse de manera pública o privada. La intención era que uno de los dos perdería, seguramente, la vida, de ese tamaño era la afrenta, el honor bien valía la vida.

En 1891, en México se expidió el Código Nacional Mexicano del Duelo, inspirado en un ensayo francés del Conde de Chatuvillard. Las difamaciones y las calumnias eran altamente perseguidas en el Porfiriato, las plumas anónimas de los pocos medios de comunicación de la época eran casi un acto suicida.

En el Código Penal de la época, el duelo estaba considerado como un delito, con sanciones mínimas, aunque hubiere homicidio, tenía una serie de conductas interesantes, doy algunos ejemplos:

“…Quien acepta el reto también delinque aplicándose una pena menor, salvo que haya causado el desafío con grave ultraje y tal propósito; el ser herido en dicho combate no libera de las penas correspondientes; quien en duelo hiera o mate al adversario por estar caído o inerme será castigado como heridor u homicida…”.

El autor del Código, Antonio Tovar, declaró en defensa de su obra: “No deseo que se establezca la ley del más fuerte, no, pero sí deseo que el hombre, siguiendo el gran principio de la igualdad, se haga respetar hasta de los poderosos, siempre y que sea por el camino del honor”.

La exageración de perder o arriesgar la vida por el honor en nuestro país por fortuna se acabó después de la Revolución Mexicana, para nunca más volver a instituirse en ley.

Ahora, a través del anonimato que otorgan las redes sociales y algunos medios de comunicación, se diseñan, promocionan y difunden hechos para afectar el honor de las personas o peor aún romper algunos códigos no escritos, que hasta entre la historia de la mafia, se respetaban. El castigo es el desgaste de su ética y credibilidad.

Pablo Iglesias está protagonizando un caso en España como víctima de lo arriba escrito: pseudoperiodistas publicando noticias a sabiendas de que son falsas para desprestigiarlo, sin que ello tenga alguna consecuencia. En México, el sicariato de la infodemia, abusando del derecho a la libertad de expresión, inventa campañas mediáticas para dañar el honor de personas públicas, teniendo en cuenta que no son hechos reales los que difunden, y lo hacen por el simple hecho de que sus víctimas no comparten sus intereses.

Estamos frente a un desgaste del oro personal, tanto de los que emiten falsos flamígeros escritos, como de aquellos que convocan al odio, a la polarización, a denostar, a cualquier género.

Las personas sin honor, no tienen ningún valor personal, rompen una frontera muy sensible, la del respeto personal y público, son iguales a cero.

A México le faltan los mexicanos que recobren la palabra de honor, que reestablezcamos las conductas que nos hacen diferentes, seamos personas con el código de honor tatuado en el alma. Porque el honor es tan valioso como la vida.

Desde principios de los años setenta, en el ambiente en el que crecí, escuchaba a los adultos cercanos a mí empeñar su dicho con el juramento sobre la “palabra de honor”, era una costumbre que otorgaba absoluta certeza de cumplimiento sobre un dicho, una garantía sobre el valor de las personas y sus palabras.

El honor es la consecuencia de la conducta virtuosa, la buena reputación, contar con una opinión ejemplar en la colectividad, además de proferir sabiduría, porque los sabios gozan de alta confiabilidad, son honorables. Honor proviene del latín honos, honoris, que describía ciertas cualidades (rectitud, decencia, dignidad, gracia, fama y respeto).

En la cultura del honor, los líderes deben ser punta de lanza en las estructuras que dirigen, nunca un líder auténtico fue alguien denostado por propios y extraños. Alguien honorable sabe que su misión no es de inmediatez, sino a largo plazo, por ello, la ruta es larga, tediosa, tenaz, crear honor y morir siendo así lo han logrado los contados hombres y mujeres célebres de la historia de la humanidad.

Romper la palabra de honor, era empeñar el prestigio, el más importante valor intrínseco del ser humano.

En la historia de la humanidad ha habido diversas formas para “limpiar” el honor, una de ellas era a través del duelo, desde la Grecia antigua, en su literatura, se escribió de los enfrentamientos a muerte entre dos personas para salvar alguna afrenta que le afectaba a alguien en lo personal y a todas sus generaciones.

En Europa, a finales del siglo XVII, fue muy común que dos hombres se retaran a enfrentarse de manera pública o privada. La intención era que uno de los dos perdería, seguramente, la vida, de ese tamaño era la afrenta, el honor bien valía la vida.

En 1891, en México se expidió el Código Nacional Mexicano del Duelo, inspirado en un ensayo francés del Conde de Chatuvillard. Las difamaciones y las calumnias eran altamente perseguidas en el Porfiriato, las plumas anónimas de los pocos medios de comunicación de la época eran casi un acto suicida.

En el Código Penal de la época, el duelo estaba considerado como un delito, con sanciones mínimas, aunque hubiere homicidio, tenía una serie de conductas interesantes, doy algunos ejemplos:

“…Quien acepta el reto también delinque aplicándose una pena menor, salvo que haya causado el desafío con grave ultraje y tal propósito; el ser herido en dicho combate no libera de las penas correspondientes; quien en duelo hiera o mate al adversario por estar caído o inerme será castigado como heridor u homicida…”.

El autor del Código, Antonio Tovar, declaró en defensa de su obra: “No deseo que se establezca la ley del más fuerte, no, pero sí deseo que el hombre, siguiendo el gran principio de la igualdad, se haga respetar hasta de los poderosos, siempre y que sea por el camino del honor”.

La exageración de perder o arriesgar la vida por el honor en nuestro país por fortuna se acabó después de la Revolución Mexicana, para nunca más volver a instituirse en ley.

Ahora, a través del anonimato que otorgan las redes sociales y algunos medios de comunicación, se diseñan, promocionan y difunden hechos para afectar el honor de las personas o peor aún romper algunos códigos no escritos, que hasta entre la historia de la mafia, se respetaban. El castigo es el desgaste de su ética y credibilidad.

Pablo Iglesias está protagonizando un caso en España como víctima de lo arriba escrito: pseudoperiodistas publicando noticias a sabiendas de que son falsas para desprestigiarlo, sin que ello tenga alguna consecuencia. En México, el sicariato de la infodemia, abusando del derecho a la libertad de expresión, inventa campañas mediáticas para dañar el honor de personas públicas, teniendo en cuenta que no son hechos reales los que difunden, y lo hacen por el simple hecho de que sus víctimas no comparten sus intereses.

Estamos frente a un desgaste del oro personal, tanto de los que emiten falsos flamígeros escritos, como de aquellos que convocan al odio, a la polarización, a denostar, a cualquier género.

Las personas sin honor, no tienen ningún valor personal, rompen una frontera muy sensible, la del respeto personal y público, son iguales a cero.

A México le faltan los mexicanos que recobren la palabra de honor, que reestablezcamos las conductas que nos hacen diferentes, seamos personas con el código de honor tatuado en el alma. Porque el honor es tan valioso como la vida.