Por Daniel Cortés Martínez / Nosotrxs por la Democracia A.C.
Las cifras sobre personas desaparecidas y los hallazgos de fosas clandestinas en México son realmente aterradoras. Desde los canales oficiales se habla de cerca de 100,000 personas desaparecidas y 2700 fosas clandestinas descubiertas, sin embargo, estimaciones provenientes de diversos colectivos de buscadores estiman que esos números se quedan cortos, llegando a alcanzar más de 120,000 desaparecidos y alrededor de 5600 fosas clandestinas descubiertas. México es una fosa gigante e interminable. El verdadero infierno en la tierra.
La desaparición forzada es un delito que permanece en el tiempo y su alcance va más allá de solo afectar a la víctima que es “levantada”, como se conoce coloquialmente. Al desaparecer una persona repentinamente, también se dan serias repercusiones en el núcleo familiar y en las personas más cercanas a la víctima, pero al mismo tiempo es un problema que afecta a la comunidad en donde ocurre, y finalmente perjudica la totalidad del tejido social con profundas implicaciones. Uno de los puntos más importantes para la definición de la desaparición forzada es la participación directa, complicidad, permisibilidad o consentimiento de las autoridades, y esto se llega a configurar definitivamente cuando los responsables de hacerlo no investigan las desapariciones y las desestiman fácilmente, dejando a las víctimas colaterales en la completa incertidumbre y sin la posibilidad de alcanzar justicia, reparación, o conocer la verdad sobre lo que le sucedió a la persona que desapareció.
Además de comenzar un camino extremadamente complicado y doloroso, las personas que dedican todos sus esfuerzos a buscar a sus desaparecidos también tienen que librar una lucha institucional, entre escritorios, montones de papeles, funcionarios indiferentes, fiscalías, y forenses en donde no encuentran respuestas, solo la manifestación rotunda de un sistema quebrado e ineficiente que además les revictimiza y criminaliza. La revictimización es una constante en los casos de desaparición por el hecho de pensar que la persona desapareció por “andar en malos pasos”, por dedicarse a “actividades criminales”, o por “haberse metido con quien no debían”, cuando la realidad es que las desapariciones suceden en una gran multiplicidad de circunstancias, sin patrones o perfiles definidos certeramente, y escenarios que rebasan completamente la capacidad material e intelectual de las autoridades quienes no investigan, no aclaran, no encuentran culpables, y mucho menos dictan sentencias en torno al delito. Peor aún, en muchas ocasiones incluso son las propias autoridades quienes contribuyen a ocultar el problema y permanecen en un silencio que más bien parece complicidad.
Así, la pesadilla que representa que un familiar o persona cercana desaparezca se perpetúa, se vuelve rutinaria, y más perjudicial aún, se vuelve epidémica. Es un hecho cruel, incomprensible y doloroso que anula la existencia social de una persona y cancela completamente sus derechos humanos al tiempo que configura una forma grave de menosprecio y cosificación de la vida humana. A pesar de estas características, también se trata de un delito que permanece en la invisibilidad como problema público y cuya dificultad para combatir es muy grande. Para ello se requieren de respuestas coordinadas, estrategias integrales e interinstitucionales y protocolos para la búsqueda e investigación de personas desaparecidas que permitan intercambios de información sistemáticos y flexibles. Asimismo es necesaria la gestión de información sistematizada para garantizar la participación de todas las instituciones pertinentes.
Por otra parte, desde la gran diversidad de colectivos de la sociedad civil de personas buscadoras se han formulado propuestas para lograr frenar las desapariciones entre las que enfatizan la importancia de visibilizar el problema y difundir los casos y las cifras de desapariciones, promover una cultura de paz por medio de la educación, fomentar el desarrollo económico y social sustentable, sensibilizar a la población activando mecanismos de empatía exhortando a los medios de comunicación para la publicación de casos de desapariciones de manera rutinaria, fortalecer la reflexión pública y la capacidad técnica de intervención por medio de información, estudios y preparación de cuadros calificados en cuestiones forenses, acabar con la desinformación y romper el velo de la ignorancia en torno a esta problemática. Finalmente, la empatía y unidad son elementos fundamentales para alcanzar una solución asequible que nos permita alejarnos de la criminalización y la revictimización pues al ser un fenómeno que afecta a la sociedad en su conjunto, la posibilidad de despertar de la pesadilla está en todos nosotrxs.