/ lunes 27 de septiembre de 2021

El miedo no anda en burro, anda en El Torito

Hace 18 años, específicamente el 19 de septiembre de 2003, en la Ciudad de México comenzó a operar el programa “Conduce sin Alcohol”.

A la fecha, el esquema mejor conocido como “alcoholímetro” ha sacado de las calles a más de 228 mil personas que conducían bajo la influencia de bebidas alcohólicas en más de 0.40 grados, y que en consecuencia, representaban un peligro para sí mismas y otras en su camino.

Desde su implementación, ha sido un programa con altos índices de aprobación por parte de la ciudadanía. Derivado de varias encuestas se estima que entre el 95% y 98% de las personas están de acuerdo con su existencia y la forma en que opera.

De acuerdo con la percepción social, es una de las pocas políticas públicas en la Ciudad (si no es que la única) que resulta incorruptible, ya que no importa si eres un famoso cantante, un servidor público o una persona común, no hay manera de evadir la sanción de permanecer en arresto administrativo hasta por 36 horas.

Desde que entró en vigor se han instalado más de 31 mil puntos de manera aleatoria para la aplicación de pruebas de alcoholemia, en los cuales se ha detectado que más del 90% de estas personas eran hombres, remitiendo a más de 151 mil vehículos al corralón.

Hubo un tiempo en que se puso de moda informar a través de las redes sociales la ubicación de los filtros a fin de que los conductores pudieran evadirlos, afortunadamente esta práctica ha disminuido, y se observa el aumento de conciencia respecto a los riesgos que implica beber y manejar.

Ya sea por el temor de pasar unas noches en “El Torito” o por una verdadera convicción de prevenir accidentes, es una realidad que poco a poco se toman más en serio las consecuencias de esta mala combinación, “volante y alcohol’ que ha cobrado muchísimas vidas.

Se estima que gracias a la operación de este programa se ha reducido en promedio el 30% de hechos de tránsito asociados a conducir en estado de ebriedad, y evitar en más del 70% las muertes relacionadas con el consumo desmedido de bebidas alcohólicas.

Estoy convencida que desde la familia y la comunidad podemos hacer mucho para seguir con esta tendencia a la baja, pues es precisamente en estos ámbitos donde las personas se forman, se desarrollan y aprenden que la vida y la seguridad valen más que cualquier otra cosa.

El alcoholímetro es una medida correctiva de carácter punitivo, pero si queremos solucionar el problema de raíz, es necesario apostarle a la prevención social.

A 18 años de la implementación del programa “Conduce sin alcohol” es innegable que funciona, pero esta medida correctiva debe ir acompañada de acciones integrales y complementarias, que se enfoquen en la prevención del consumo responsable del alcohol. La cultura de la responsabilidad nos dará como resultado que en un futuro, este programa ya no será necesario.

Hace 18 años, específicamente el 19 de septiembre de 2003, en la Ciudad de México comenzó a operar el programa “Conduce sin Alcohol”.

A la fecha, el esquema mejor conocido como “alcoholímetro” ha sacado de las calles a más de 228 mil personas que conducían bajo la influencia de bebidas alcohólicas en más de 0.40 grados, y que en consecuencia, representaban un peligro para sí mismas y otras en su camino.

Desde su implementación, ha sido un programa con altos índices de aprobación por parte de la ciudadanía. Derivado de varias encuestas se estima que entre el 95% y 98% de las personas están de acuerdo con su existencia y la forma en que opera.

De acuerdo con la percepción social, es una de las pocas políticas públicas en la Ciudad (si no es que la única) que resulta incorruptible, ya que no importa si eres un famoso cantante, un servidor público o una persona común, no hay manera de evadir la sanción de permanecer en arresto administrativo hasta por 36 horas.

Desde que entró en vigor se han instalado más de 31 mil puntos de manera aleatoria para la aplicación de pruebas de alcoholemia, en los cuales se ha detectado que más del 90% de estas personas eran hombres, remitiendo a más de 151 mil vehículos al corralón.

Hubo un tiempo en que se puso de moda informar a través de las redes sociales la ubicación de los filtros a fin de que los conductores pudieran evadirlos, afortunadamente esta práctica ha disminuido, y se observa el aumento de conciencia respecto a los riesgos que implica beber y manejar.

Ya sea por el temor de pasar unas noches en “El Torito” o por una verdadera convicción de prevenir accidentes, es una realidad que poco a poco se toman más en serio las consecuencias de esta mala combinación, “volante y alcohol’ que ha cobrado muchísimas vidas.

Se estima que gracias a la operación de este programa se ha reducido en promedio el 30% de hechos de tránsito asociados a conducir en estado de ebriedad, y evitar en más del 70% las muertes relacionadas con el consumo desmedido de bebidas alcohólicas.

Estoy convencida que desde la familia y la comunidad podemos hacer mucho para seguir con esta tendencia a la baja, pues es precisamente en estos ámbitos donde las personas se forman, se desarrollan y aprenden que la vida y la seguridad valen más que cualquier otra cosa.

El alcoholímetro es una medida correctiva de carácter punitivo, pero si queremos solucionar el problema de raíz, es necesario apostarle a la prevención social.

A 18 años de la implementación del programa “Conduce sin alcohol” es innegable que funciona, pero esta medida correctiva debe ir acompañada de acciones integrales y complementarias, que se enfoquen en la prevención del consumo responsable del alcohol. La cultura de la responsabilidad nos dará como resultado que en un futuro, este programa ya no será necesario.