/ jueves 22 de agosto de 2019

El mundo tiene un problema con Alemania

Trump está preparándose para abrir un nuevo frente en la guerra comercial, en esta ocasión en contra de la Unión Europea, que según él: “Nos trata horrible, con barreras, aranceles, impuestos”.

Lo curioso es que hay algunos aspectos de la política europea, en especial de la política económica alemana, que sí dañan a la economía mundial y merecen ser repudiados. Sin embargo, Trump va tras lo equivocado. Europa, de hecho, no nos trata mal. Sus mercados son tan abiertos a los productos estadounidenses como los nuestros a los europeos (exportamos a la UE casi tres veces más de lo que exportamos a China).

El problema más bien es que los europeos, los alemanes en específico, se tratan mal entre sí, con una ruinosa obsesión con la deuda pública. Y los costos de esa obsesión se esparcen por el mundo en general.

Europa padece de una escasez crónica en la demanda privada: los consumidores y las corporaciones no parecen querer gastar suficiente para mantener el empleo pleno.

Las causas de esta escasez son tema de mucho debate, aunque la presunta culpable es la demografía: la baja fertilidad ha dejado a Europa con un declive en el número de adultos en sus años laborales más productivos, lo cual se traduce en una baja demanda de nuevas viviendas, nuevos edificios de oficinas, y así sucesivamente.

El Banco Central Europeo, el equivalente en Europa a la Reserva Federal, ha tratado de combatir esta debilidad económica con tasas de interés extremadamente bajas. De hecho, ha impulsado tasas por debajo del cero, lo cual los economistas solían pensar que era imposible. Y los inversionistas de bonos esperan claramente que estas políticas extremas duren mucho tiempo. En Alemania, hasta los bonos a largo plazo —¡de hasta 30 años!— pagan tasas de interés negativas.

No obstante, hay una solución evidente: los gobiernos europeos, y Alemania en particular, deben estimular sus economías pidiendo préstamos y aumentando el gasto. El mercado de bonos está suplicándoles en la práctica que lo hagan; de hecho, está dispuesto a pagarle a Alemania para que obtenga un préstamo, concediéndole un interés negativo.

Además, sobran cosas en las cuales gastar: Alemania, al igual que Estados Unidos, tiene una infraestructura en ruinas que necesita repararse desesperadamente. Pero no quieren gastar.

La mayoría de los costos de la obstinación fiscal alemana recaen en Alemania y sus vecinos, pero hay algunos excedentes para el resto de nosotros. Los problemas de Europa han contribuido a que haya un euro débil, lo cual hace que los productos estadounidenses sean menos competitivos; esto es una razón por la cual la manufactura estadounidense está en declive.

¿Qué sería útil? Siendo realistas, Estados Unidos no tiene capacidad de presionar a Alemania para que cambie sus políticas domésticas. Podríamos brindar un poco de persuasión moral si nuestro propio liderazgo tuviera alguna credibilidad intelectual o política, cosa que, claro está, no tiene. Hay un sentido en el que todo el mundo tiene un problema con Alemania, pero corresponde a los alemanes mismos resolverlo.

Trump está preparándose para abrir un nuevo frente en la guerra comercial, en esta ocasión en contra de la Unión Europea, que según él: “Nos trata horrible, con barreras, aranceles, impuestos”.

Lo curioso es que hay algunos aspectos de la política europea, en especial de la política económica alemana, que sí dañan a la economía mundial y merecen ser repudiados. Sin embargo, Trump va tras lo equivocado. Europa, de hecho, no nos trata mal. Sus mercados son tan abiertos a los productos estadounidenses como los nuestros a los europeos (exportamos a la UE casi tres veces más de lo que exportamos a China).

El problema más bien es que los europeos, los alemanes en específico, se tratan mal entre sí, con una ruinosa obsesión con la deuda pública. Y los costos de esa obsesión se esparcen por el mundo en general.

Europa padece de una escasez crónica en la demanda privada: los consumidores y las corporaciones no parecen querer gastar suficiente para mantener el empleo pleno.

Las causas de esta escasez son tema de mucho debate, aunque la presunta culpable es la demografía: la baja fertilidad ha dejado a Europa con un declive en el número de adultos en sus años laborales más productivos, lo cual se traduce en una baja demanda de nuevas viviendas, nuevos edificios de oficinas, y así sucesivamente.

El Banco Central Europeo, el equivalente en Europa a la Reserva Federal, ha tratado de combatir esta debilidad económica con tasas de interés extremadamente bajas. De hecho, ha impulsado tasas por debajo del cero, lo cual los economistas solían pensar que era imposible. Y los inversionistas de bonos esperan claramente que estas políticas extremas duren mucho tiempo. En Alemania, hasta los bonos a largo plazo —¡de hasta 30 años!— pagan tasas de interés negativas.

No obstante, hay una solución evidente: los gobiernos europeos, y Alemania en particular, deben estimular sus economías pidiendo préstamos y aumentando el gasto. El mercado de bonos está suplicándoles en la práctica que lo hagan; de hecho, está dispuesto a pagarle a Alemania para que obtenga un préstamo, concediéndole un interés negativo.

Además, sobran cosas en las cuales gastar: Alemania, al igual que Estados Unidos, tiene una infraestructura en ruinas que necesita repararse desesperadamente. Pero no quieren gastar.

La mayoría de los costos de la obstinación fiscal alemana recaen en Alemania y sus vecinos, pero hay algunos excedentes para el resto de nosotros. Los problemas de Europa han contribuido a que haya un euro débil, lo cual hace que los productos estadounidenses sean menos competitivos; esto es una razón por la cual la manufactura estadounidense está en declive.

¿Qué sería útil? Siendo realistas, Estados Unidos no tiene capacidad de presionar a Alemania para que cambie sus políticas domésticas. Podríamos brindar un poco de persuasión moral si nuestro propio liderazgo tuviera alguna credibilidad intelectual o política, cosa que, claro está, no tiene. Hay un sentido en el que todo el mundo tiene un problema con Alemania, pero corresponde a los alemanes mismos resolverlo.