/ miércoles 20 de julio de 2022

El nombre del continente americano se acuñó en Saint-Dié

“No se descubren nuevos continentes

si no se tiene el valor de perder

de vista las viejas orillas”.

André Gide



El encuentro con el libro “Le nom de d’Amerique” de Albert Ronsin, entre una pila de libros de ocasión en la plaza Klebér de Estrasburgo, me motivó a adquirirlo y leerlo; el subtítulo es aún más atrayente: “la invención de canónigos y sabios de Sant-Dié” (San Deodato), una ciudad de Lorena a 4 horas de autobús por las montañas de los Vosgos, en la Lorena; ese fue otro poderoso motor para la adquisición de dicha obra, la cual me reveló los motivos y razones que llevaron a esos hombres del siglo XVI a colocar por vez primera en un mapamundi el nombre de América al continente que habitamos.

San Deodato (Sant-Dié), es una población fundada en el siglo VII por Deodato, un monje evangelizador cuya santidad fue reconocida por los habitantes de esos perdidos parajes de las montañas y forestas de la Lorena y la Alsacia.

La estratégica posición de la abadía y del pueblo que se congregó en su entorno provocó que se constituyera en una fortificación militar en el siglo XIII, pues desde ella se controlaba el acceso a la Alsacia y a la villa imperial de Estrasburgo, puerto de altura más importante del río Rin.

A fines del siglo XV, la abadía registró una febril actividad auspiciada por las diversas herencias bibliotecarias que nutrieron el acervo del monasterio, lo que propició el advenimiento de una generación de notables copistas e iluminadores “capitulares” (letra con la que inicia un capítulo o un documento), cuyas obras fueron ampliamente apreciadas por los intelectuales del continente europeo.

Además de artistas, escultores y músicos, San Deodato contó con un pequeño grupo de geógrafos dentro de sus muros conventuales, destacando los hermanos Gautier y Nicolás Lud, Juan Pelerin (conocido como Viator), Juan Basin de Sandaucourt, Matías Ringmann y Martí Waldseemüller.

A los estudios de Gautier Lud se debe la edición de la “Introducción a la Cosmografía”, así como la obra “Speculis Orbis Succintiss” (Espejo sucinto del mundo), ambas publicadas en 1507 por la imprenta de Juan Grüninger ubicada en Estrasburgo, ciudad ampliamente apreciada por Gutenberg.

La “Introducción a la Cosmografía” es un verdadero compendio de los tratados ptolomeicos y de las nuevas cartas de navegación obtenidas por intercesión del Papado o por “mercedes” de nobles donadores, distinguiéndose entre ellos a los portugueses por cuya vía llegan al convento las cartas del navegante Américo Vespucio, a cuyo contenido ponen especial atención por lo puntual y descriptivo de su prosa y de los trazos de cartas náuticas derivadas de los viajes del comerciante Vespucio, a quien tanto las coronas de España y de Portugal protegieron durante las épocas en que les sirvió.

Es precisamente en el capítulo VII de esta obra enciclopédica, la cual trata de los climas, en donde los geógrafos de San Deodato describen “la parte del mundo que podemos llamar Ameriga(sic), es decir, tierra de América, por así decir, o América, porque es Américo (Vespucio) que la ha descubierto”.

Y en el capítulo IX se ubica el “acta de bautismo” de nuestro continente, lo cual se acredita en el siguiente párrafo: “Hoy esas partes de la tierra (la Europa, el África y el Asia) han sido completamente exploradas, y una cuarta parte ha estado descubierta por Américo Vespucci, así como se verá más adelante. Y como la Europa, el África y el Asia han recibido nombre de mujer, no veo ninguna razón (confiesa el autor del texto) para no llamar a esta otra parte (del mundo) Amériga (sic), es decir tierra de Amérigo (sic), o América de acuerdo al hombre sagaz que la ha descubierto. Uno puede informarse exactamente sobre la situación de esta tierra y sobre las costumbres de sus habitantes por las cuatro navegaciones de Amérigo que a continuación siguen…” y en efecto, las cartas del navegante florentino serían traducidas al latín y publicadas.

La primera carta náutica elaborada en San Deodato lleva por título “Orbis Typus Universalis Iuxta Hidrographorum Traditionem” (Mapamundi hidrográfico), se imprime en 1507 y el lugar que otrora ocupara el recuadro Tierra Ignota en otros mapas, ya es suplido por el nombre América.

Para los geógrafos-canónigos de San Deodato, es Vespucio el que se percata que se encuentra en una tierra desconocida, pues así lo escribe y describe profusamente a partir de sus cartas; postura muy distinta a la de las Cartas de Colón, quien obsesionado por sostener su hipótesis de haber llegado a las Indias, si en algún momento reparó que eran tierras nuevas en las que se encontraba, privilegió el silencio y el ocultamiento con el fin de mantener el sostén de la corona española y sus incalculables ambiciones como descubridor de una ruta que daría a España el monopolio del comercio con “el lejano oriente”.

En pocas palabras, a diferencia de Vespucio, la actitud de Colón dio pábulo a la sentencia emitida por el escritor francés André Gide, pues al no perder de vista los intereses de las viejas costas, nunca descubrió las nuevas tierras que pisó por cuatro veces desde el 12 de octubre de 1492.


“No se descubren nuevos continentes

si no se tiene el valor de perder

de vista las viejas orillas”.

André Gide



El encuentro con el libro “Le nom de d’Amerique” de Albert Ronsin, entre una pila de libros de ocasión en la plaza Klebér de Estrasburgo, me motivó a adquirirlo y leerlo; el subtítulo es aún más atrayente: “la invención de canónigos y sabios de Sant-Dié” (San Deodato), una ciudad de Lorena a 4 horas de autobús por las montañas de los Vosgos, en la Lorena; ese fue otro poderoso motor para la adquisición de dicha obra, la cual me reveló los motivos y razones que llevaron a esos hombres del siglo XVI a colocar por vez primera en un mapamundi el nombre de América al continente que habitamos.

San Deodato (Sant-Dié), es una población fundada en el siglo VII por Deodato, un monje evangelizador cuya santidad fue reconocida por los habitantes de esos perdidos parajes de las montañas y forestas de la Lorena y la Alsacia.

La estratégica posición de la abadía y del pueblo que se congregó en su entorno provocó que se constituyera en una fortificación militar en el siglo XIII, pues desde ella se controlaba el acceso a la Alsacia y a la villa imperial de Estrasburgo, puerto de altura más importante del río Rin.

A fines del siglo XV, la abadía registró una febril actividad auspiciada por las diversas herencias bibliotecarias que nutrieron el acervo del monasterio, lo que propició el advenimiento de una generación de notables copistas e iluminadores “capitulares” (letra con la que inicia un capítulo o un documento), cuyas obras fueron ampliamente apreciadas por los intelectuales del continente europeo.

Además de artistas, escultores y músicos, San Deodato contó con un pequeño grupo de geógrafos dentro de sus muros conventuales, destacando los hermanos Gautier y Nicolás Lud, Juan Pelerin (conocido como Viator), Juan Basin de Sandaucourt, Matías Ringmann y Martí Waldseemüller.

A los estudios de Gautier Lud se debe la edición de la “Introducción a la Cosmografía”, así como la obra “Speculis Orbis Succintiss” (Espejo sucinto del mundo), ambas publicadas en 1507 por la imprenta de Juan Grüninger ubicada en Estrasburgo, ciudad ampliamente apreciada por Gutenberg.

La “Introducción a la Cosmografía” es un verdadero compendio de los tratados ptolomeicos y de las nuevas cartas de navegación obtenidas por intercesión del Papado o por “mercedes” de nobles donadores, distinguiéndose entre ellos a los portugueses por cuya vía llegan al convento las cartas del navegante Américo Vespucio, a cuyo contenido ponen especial atención por lo puntual y descriptivo de su prosa y de los trazos de cartas náuticas derivadas de los viajes del comerciante Vespucio, a quien tanto las coronas de España y de Portugal protegieron durante las épocas en que les sirvió.

Es precisamente en el capítulo VII de esta obra enciclopédica, la cual trata de los climas, en donde los geógrafos de San Deodato describen “la parte del mundo que podemos llamar Ameriga(sic), es decir, tierra de América, por así decir, o América, porque es Américo (Vespucio) que la ha descubierto”.

Y en el capítulo IX se ubica el “acta de bautismo” de nuestro continente, lo cual se acredita en el siguiente párrafo: “Hoy esas partes de la tierra (la Europa, el África y el Asia) han sido completamente exploradas, y una cuarta parte ha estado descubierta por Américo Vespucci, así como se verá más adelante. Y como la Europa, el África y el Asia han recibido nombre de mujer, no veo ninguna razón (confiesa el autor del texto) para no llamar a esta otra parte (del mundo) Amériga (sic), es decir tierra de Amérigo (sic), o América de acuerdo al hombre sagaz que la ha descubierto. Uno puede informarse exactamente sobre la situación de esta tierra y sobre las costumbres de sus habitantes por las cuatro navegaciones de Amérigo que a continuación siguen…” y en efecto, las cartas del navegante florentino serían traducidas al latín y publicadas.

La primera carta náutica elaborada en San Deodato lleva por título “Orbis Typus Universalis Iuxta Hidrographorum Traditionem” (Mapamundi hidrográfico), se imprime en 1507 y el lugar que otrora ocupara el recuadro Tierra Ignota en otros mapas, ya es suplido por el nombre América.

Para los geógrafos-canónigos de San Deodato, es Vespucio el que se percata que se encuentra en una tierra desconocida, pues así lo escribe y describe profusamente a partir de sus cartas; postura muy distinta a la de las Cartas de Colón, quien obsesionado por sostener su hipótesis de haber llegado a las Indias, si en algún momento reparó que eran tierras nuevas en las que se encontraba, privilegió el silencio y el ocultamiento con el fin de mantener el sostén de la corona española y sus incalculables ambiciones como descubridor de una ruta que daría a España el monopolio del comercio con “el lejano oriente”.

En pocas palabras, a diferencia de Vespucio, la actitud de Colón dio pábulo a la sentencia emitida por el escritor francés André Gide, pues al no perder de vista los intereses de las viejas costas, nunca descubrió las nuevas tierras que pisó por cuatro veces desde el 12 de octubre de 1492.


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