/ domingo 28 de febrero de 2021

El “Plan de Iguala”: una revisión a 200 años

Oficialmente, el pasado miércoles iniciaron los festejos por el bicentenario de la consumación de nuestra independencia nacional. El motivo: la proclamación del “Plan de Iguala” el 24 de febrero de 1821. Por ello la ocasión amerita una revisión desapasionada, pues si nos dejamos arrastrar por la historia “de bronce”, el lente de nuestra visión estará deformado y la interpretación será fallida. Ya lo dijo uno de los más notables historiadores mexicanos del siglo XX: don Luis González, “la narración edificante, o de bronce o pragmático-ética, suele ser nauseabunda”.

Ante todo, debemos subrayar que el nombre oficial de este documento fue Plan ó indicaciones para el gobierno que debe instalarse provisionalmente, con el objeto de asegurar nuestra sagrada religión y establecer la independencia del imperio mejicano, y tendrá el título de junta gubernativa de la América Septentrional. No Plan de Iguala.

Integrado por un proemio y 24 bases para el gobierno que habría de instalarse “provisionalmente”, este documento deja en claro varios puntos. Declara enfático que sólo “la unión general entre europeos y americanos” podría ser la base sólida de la común felicidad, esto es, lejos de desdeñar al elemento hispánico, lo consideraba comprendido en los siguientes términos: “¡Españoles europeos: vuestra patria es la América, porque en ella vivís: en ella tenéis a vuestras amadas mujeres, a vuestros tiernos hijos, vuestras haciendas, comercio y bienes!”. En cambio, emanciparse se sustentaría en una metáfora: la Nueva España era una rama que había crecido “igual al tronco”, consecuentemente, era menester promulgar la “independencia absoluta de España y de toda otra Nación”. Así pues, el Plan declaraba a la Nueva España “independiente de la antigua y de toda otra potencia, aún de nuestro continente” (2), en aras de establecer un “gobierno monárquico templado” (3): el “Imperio Mexicano” (11), fundamentado en la constitución que para éste habrían de elaborar las Cortes Constituyentes por integrar.

Ahora bien ¿quién sería nombrado emperador del naciente Imperio? El rey hispano Fernando VII. Si éste no venía a jurar, el infante don Carlos, a su falta, don Francisco de Paula, el archiduque Carlos “u otro individuo de la casa reinante que estime por conveniente el congreso” (4). Sí, era paradójico que una Nación declarada “independiente”, buscara seguir gobernada por la misma casa reinante de la que pretendía “emanciparse”, pero esto ratificaba y evidenciaba dos cosas: una, que la “independencia” a la que había aludido el padre Hidalgo en su grito septembrino de 1810 era frente a los franceses, en solidaridad con los españoles cuyo territorio había sido invadido. De ahí su clamor: ¡Viva Fernando VII, muera el mal gobierno!, en relación al usurpador napoleónico. La otra, que la declaratoria independista de 1821 era estrictamente en la forma, no en el fondo.

¿Cómo fue entonces que el deseo de proclamar al monarca borbón emperador del Imperio Mexicano se abortó? Aparentemente, luego de que el 24 de agosto Juan O’Donojú, teniente general de los Ejércitos de España, e Iturbide, como primer Jefe del Ejército Imperial Mexicano de las tres Garantías, firman los Tratados Celebrados en la Villa de Córdova, independencia y soberanía de la Nueva España quedaron consolidadas. En lo sucesivo, el “Imperio Mejicano” estaría regulado por un gobierno encabezado conforme a la prelación antes referida, sólo que ahora se agregaba en su artículo 3º que: “por renuncia o no admisión” del último en el orden, sería “el que las Cortes del Imperio designaren”. Siete palabras: la puerta estaba abierta -sobre todo ante la dilación por convocar a Cortes y que éstas organizaran la visita de los diputados a Madrid-, y del vacío de poder se aprovechó un hombre: Iturbide.

El 22 de septiembre inició sus trabajos la Junta Provisional Gubernativa, el 27 entró triunfante el Ejército Trigarante y en el ahora Palacio “Nacional” se firmó el Acta de Independencia del Imperio. El iturbidismo arreciaba y se perfilaron dos grupos. El borbonista: de liberales a favor del Plan, republicanos y antiguos insurgentes opositores del general y el republicano, de iturbidistas, con apoyo del ejército, clero y pueblo.

En febrero de 1822, las Cortes españolas calificaron de ilegítimos y nulos los Tratados cordobeses. El 24 fue instalado en México el I Congreso Constituyente. No se necesitaba más. El 19 de mayo, Iturbide fue declarado Agustín I, Emperador de México. Su imperio sería efímero, pero el destino patrio estaba escrito y con ello, nuestra independencia nacional.

Por cierto, de esto no se habló en la ceremonia por el bicentenario del “Plan de Iguala”. El discurso presidencial se concentró en evocar a un personaje ejecutado por el gobernador guerrerense en la Revolución ante la impavidez de Madero. No era el tema, no era la época, no eran las circunstancias, no venía al caso, pero sirvió para dar a conocer una de las páginas que ennegrecen la figura del mártir de la democracia. En fin, es la historia cuaternaria.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


Oficialmente, el pasado miércoles iniciaron los festejos por el bicentenario de la consumación de nuestra independencia nacional. El motivo: la proclamación del “Plan de Iguala” el 24 de febrero de 1821. Por ello la ocasión amerita una revisión desapasionada, pues si nos dejamos arrastrar por la historia “de bronce”, el lente de nuestra visión estará deformado y la interpretación será fallida. Ya lo dijo uno de los más notables historiadores mexicanos del siglo XX: don Luis González, “la narración edificante, o de bronce o pragmático-ética, suele ser nauseabunda”.

Ante todo, debemos subrayar que el nombre oficial de este documento fue Plan ó indicaciones para el gobierno que debe instalarse provisionalmente, con el objeto de asegurar nuestra sagrada religión y establecer la independencia del imperio mejicano, y tendrá el título de junta gubernativa de la América Septentrional. No Plan de Iguala.

Integrado por un proemio y 24 bases para el gobierno que habría de instalarse “provisionalmente”, este documento deja en claro varios puntos. Declara enfático que sólo “la unión general entre europeos y americanos” podría ser la base sólida de la común felicidad, esto es, lejos de desdeñar al elemento hispánico, lo consideraba comprendido en los siguientes términos: “¡Españoles europeos: vuestra patria es la América, porque en ella vivís: en ella tenéis a vuestras amadas mujeres, a vuestros tiernos hijos, vuestras haciendas, comercio y bienes!”. En cambio, emanciparse se sustentaría en una metáfora: la Nueva España era una rama que había crecido “igual al tronco”, consecuentemente, era menester promulgar la “independencia absoluta de España y de toda otra Nación”. Así pues, el Plan declaraba a la Nueva España “independiente de la antigua y de toda otra potencia, aún de nuestro continente” (2), en aras de establecer un “gobierno monárquico templado” (3): el “Imperio Mexicano” (11), fundamentado en la constitución que para éste habrían de elaborar las Cortes Constituyentes por integrar.

Ahora bien ¿quién sería nombrado emperador del naciente Imperio? El rey hispano Fernando VII. Si éste no venía a jurar, el infante don Carlos, a su falta, don Francisco de Paula, el archiduque Carlos “u otro individuo de la casa reinante que estime por conveniente el congreso” (4). Sí, era paradójico que una Nación declarada “independiente”, buscara seguir gobernada por la misma casa reinante de la que pretendía “emanciparse”, pero esto ratificaba y evidenciaba dos cosas: una, que la “independencia” a la que había aludido el padre Hidalgo en su grito septembrino de 1810 era frente a los franceses, en solidaridad con los españoles cuyo territorio había sido invadido. De ahí su clamor: ¡Viva Fernando VII, muera el mal gobierno!, en relación al usurpador napoleónico. La otra, que la declaratoria independista de 1821 era estrictamente en la forma, no en el fondo.

¿Cómo fue entonces que el deseo de proclamar al monarca borbón emperador del Imperio Mexicano se abortó? Aparentemente, luego de que el 24 de agosto Juan O’Donojú, teniente general de los Ejércitos de España, e Iturbide, como primer Jefe del Ejército Imperial Mexicano de las tres Garantías, firman los Tratados Celebrados en la Villa de Córdova, independencia y soberanía de la Nueva España quedaron consolidadas. En lo sucesivo, el “Imperio Mejicano” estaría regulado por un gobierno encabezado conforme a la prelación antes referida, sólo que ahora se agregaba en su artículo 3º que: “por renuncia o no admisión” del último en el orden, sería “el que las Cortes del Imperio designaren”. Siete palabras: la puerta estaba abierta -sobre todo ante la dilación por convocar a Cortes y que éstas organizaran la visita de los diputados a Madrid-, y del vacío de poder se aprovechó un hombre: Iturbide.

El 22 de septiembre inició sus trabajos la Junta Provisional Gubernativa, el 27 entró triunfante el Ejército Trigarante y en el ahora Palacio “Nacional” se firmó el Acta de Independencia del Imperio. El iturbidismo arreciaba y se perfilaron dos grupos. El borbonista: de liberales a favor del Plan, republicanos y antiguos insurgentes opositores del general y el republicano, de iturbidistas, con apoyo del ejército, clero y pueblo.

En febrero de 1822, las Cortes españolas calificaron de ilegítimos y nulos los Tratados cordobeses. El 24 fue instalado en México el I Congreso Constituyente. No se necesitaba más. El 19 de mayo, Iturbide fue declarado Agustín I, Emperador de México. Su imperio sería efímero, pero el destino patrio estaba escrito y con ello, nuestra independencia nacional.

Por cierto, de esto no se habló en la ceremonia por el bicentenario del “Plan de Iguala”. El discurso presidencial se concentró en evocar a un personaje ejecutado por el gobernador guerrerense en la Revolución ante la impavidez de Madero. No era el tema, no era la época, no eran las circunstancias, no venía al caso, pero sirvió para dar a conocer una de las páginas que ennegrecen la figura del mártir de la democracia. En fin, es la historia cuaternaria.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli