/ martes 22 de septiembre de 2020

El presupuesto que faltó

El proyecto de Presupuesto Federal para el 2021 pareciera el de un país muy distinto. Podría ser aceptable como planteamiento inercial: inclinado al optimismo, pero no de manera extraordinaria. Ese es precisamente el problema: lo mismo no es suficiente porque se queda corto frente a los desafíos del aquí y ahora, a partir de una marcada confusión sobre lo que es o no prioritario y urgente. Como si México no estuviera en crisis.

No hay medidas a la altura de la catástrofe de salud pública vigente: más de seis meses de emergencia y de 70 mil muertes y aún no vemos luz de salida del túnel. Tampoco ante la recesión económica más profunda en un siglo y que aquí arrancó desde 2019 por factores internos: 10 millones de personas podrían pasar a la pobreza extrema, de acuerdo con un reporte de Coneval publicado en mayo, cuando pocos esperaban una epidemia tan prolongada.

Crecimiento de entre 3.6 y 5.6 por ciento. Gasto neto: 6.295 billones de pesos, 0.3% real menor al aprobado para 2020. Ingresos presupuestarios: 5.54 billones, 3% menos que en 2020. Déficit público: -3.4 por ciento. Se conserva superávit primario. Estos números pueden cuadrar en el papel, pero difícilmente con las perspectivas de corto y mediano plazos.

En la última encuesta de Banco de México se estima un desplome económico de -9.9% este año y crecimiento de solo 3.1% en 2021.

El Talón de Aquiles está en los ingresos petroleros. En el proyecto se plantea una producción de 1.8 millones de barriles diarios (mbd), cuando hoy no llegamos a 1.7 y con tendencia a la baja. Analistas de la industria ven difícil que pasemos de 1.5 mbd. Además, la salud financiera de Pemex seguirá grave: con pérdidas de 3.3 mil millones de pesos por día en lo que va del año y el correspondiente subsidio del erario, el fantasma de una degradación de la deuda soberana seguirá rondando.

Aun así, este optimismo no es el principal problema. Lo más preocupante es cuando ponemos en contexto al proyecto presupuestal. Su distancia respecto a las prioridades de un país y la realidad. Un ejemplo: más de 64 mil 600 millones de pesos al Aeropuerto Santa Lucía y trenes Maya y México-Toluca. El doble que en 2020. Al contrario, ningún programa de emergencia económica.

El plan propuesto por seis ex secretarios de Salud para controlar en ocho semanas la epidemia costaría 20 mil millones de pesos. Sería un golpe de timón para corregir y complementar con medidas como la aplicación masiva de pruebas de detección. Fue desechado sin siquiera ser debatido. En cambio, para la refinería de Dos Bocas habría 45 mil millones, cuando empresas de energía de todo el mundo, ante la caída de la demanda de petrolíferos, intentan vender las suyas o reconvertirlas.

¿No es más urgente salvar vidas y acelerar la salida de la crisis sanitaria? Las propias autoridades hacendarias han insistido en que la reactivación depende de qué tan pronto superemos la crisis de salud. Hay que tener en cuenta que el proceso de vacunación difícilmente se completará en el primer semestre del 2021. Una política de austeridad responsable aconsejaría poner los recursos donde es más necesario ahora. ¿No es prioritario poder verdaderamente controlar a la epidemia?

Por si fuera poco, a pesar de esa apuesta por la austeridad, debido al desplome del PIB aumentará la deuda pública en relación a nuestra capacidad de pago como país. Es decir, acabaremos en un estado de mayor endeudamiento relativo, a pesar del esfuerzo para mantener las finanzas públicas sanas. Urge reconsiderar y sintonizar con la realidad.

El proyecto de Presupuesto Federal para el 2021 pareciera el de un país muy distinto. Podría ser aceptable como planteamiento inercial: inclinado al optimismo, pero no de manera extraordinaria. Ese es precisamente el problema: lo mismo no es suficiente porque se queda corto frente a los desafíos del aquí y ahora, a partir de una marcada confusión sobre lo que es o no prioritario y urgente. Como si México no estuviera en crisis.

No hay medidas a la altura de la catástrofe de salud pública vigente: más de seis meses de emergencia y de 70 mil muertes y aún no vemos luz de salida del túnel. Tampoco ante la recesión económica más profunda en un siglo y que aquí arrancó desde 2019 por factores internos: 10 millones de personas podrían pasar a la pobreza extrema, de acuerdo con un reporte de Coneval publicado en mayo, cuando pocos esperaban una epidemia tan prolongada.

Crecimiento de entre 3.6 y 5.6 por ciento. Gasto neto: 6.295 billones de pesos, 0.3% real menor al aprobado para 2020. Ingresos presupuestarios: 5.54 billones, 3% menos que en 2020. Déficit público: -3.4 por ciento. Se conserva superávit primario. Estos números pueden cuadrar en el papel, pero difícilmente con las perspectivas de corto y mediano plazos.

En la última encuesta de Banco de México se estima un desplome económico de -9.9% este año y crecimiento de solo 3.1% en 2021.

El Talón de Aquiles está en los ingresos petroleros. En el proyecto se plantea una producción de 1.8 millones de barriles diarios (mbd), cuando hoy no llegamos a 1.7 y con tendencia a la baja. Analistas de la industria ven difícil que pasemos de 1.5 mbd. Además, la salud financiera de Pemex seguirá grave: con pérdidas de 3.3 mil millones de pesos por día en lo que va del año y el correspondiente subsidio del erario, el fantasma de una degradación de la deuda soberana seguirá rondando.

Aun así, este optimismo no es el principal problema. Lo más preocupante es cuando ponemos en contexto al proyecto presupuestal. Su distancia respecto a las prioridades de un país y la realidad. Un ejemplo: más de 64 mil 600 millones de pesos al Aeropuerto Santa Lucía y trenes Maya y México-Toluca. El doble que en 2020. Al contrario, ningún programa de emergencia económica.

El plan propuesto por seis ex secretarios de Salud para controlar en ocho semanas la epidemia costaría 20 mil millones de pesos. Sería un golpe de timón para corregir y complementar con medidas como la aplicación masiva de pruebas de detección. Fue desechado sin siquiera ser debatido. En cambio, para la refinería de Dos Bocas habría 45 mil millones, cuando empresas de energía de todo el mundo, ante la caída de la demanda de petrolíferos, intentan vender las suyas o reconvertirlas.

¿No es más urgente salvar vidas y acelerar la salida de la crisis sanitaria? Las propias autoridades hacendarias han insistido en que la reactivación depende de qué tan pronto superemos la crisis de salud. Hay que tener en cuenta que el proceso de vacunación difícilmente se completará en el primer semestre del 2021. Una política de austeridad responsable aconsejaría poner los recursos donde es más necesario ahora. ¿No es prioritario poder verdaderamente controlar a la epidemia?

Por si fuera poco, a pesar de esa apuesta por la austeridad, debido al desplome del PIB aumentará la deuda pública en relación a nuestra capacidad de pago como país. Es decir, acabaremos en un estado de mayor endeudamiento relativo, a pesar del esfuerzo para mantener las finanzas públicas sanas. Urge reconsiderar y sintonizar con la realidad.