/ domingo 20 de enero de 2019

El prodigio de la interpretación artística (I)

Yo soy la humilde sierva del Genio Creador: él me ofrece la palabra, yo la difundo a los corazones. Del verso yo soy el acento, el eco del drama humano, el frágil instrumento vasallo de la mano... Me llamo Fidelidad: un soplo es mi voz, que al nuevo día morirá

Francesco Cilea

Grecia fue la cuna de la hermenéutica, la disciplina que estudia la interpretación de los textos, la cual toma su nombre de Hermes: el mensajero, el intérprete y traductor entre los dioses y las musas y la humanidad y que, según la visión platónica, está inspirado y movido por una fuerza magnética.

Al paso del tiempo, será cultivada por los neoplatónicos de Alejandría y más tarde por los romanos, adquiriendo con San Agustín un sentido alegórico-simbólico y con Santo Tomás uno literal-histórico, hasta llegar a casi desaparecer en la época moderna. Solo el romanticismo del siglo XIX será el que la reviva y contribuya a que más tarde sea cultivada por personajes como Martin Heidegger, Hans- Georg Gadamer y Paul Ricoeur.

A partir de entonces, en la filosofía contemporánea la hermenéutica habrá de convertirse en una de las corrientes de mayor actualidad y, dentro de ella, uno de los ámbitos de mayor fascinación de la reflexión estética el de la interpretación artística. Pero no podría ser de otra forma. Nadie como el poeta y el artista para ser intermediario entre el ser humano y la divinidad, pues como diría Heidegger: el artista está a mitad del camino hacia la comprensión del ser. El problema es que no hay un solo camino, porque como Gadamer lo entrevió: el proceso interpretativo es dialéctico pero además siempre distinto, aún si lo realiza una misma persona. Y lo creo: no hay una interpretación única, no existe “la” interpretación, sino interpretaciones. La música lo comprueba. En ella, como en el arte todo, no existe “la interpretación” sino interpretaciones.

Lo mismo ocurrirá con la interpretación literaria, cada una es distinta de persona a persona, tanto como lo son entre sí Jorge Luis Borges, Susan Sontag y Umberto Eco, cuyos respectivos sentimientos, vivencias y conocimientos se ponen en juego con cada interpretación, en la medida que además de decodificar un mensaje, cada uno como intérprete le otorga un sentido propio, diferente, en cada ocasión. Por algo Borges dirá: “el culpable de haber castellanizado estos versos, soy yo”. Sí. La traducción, una de las actividades más próximas a la interpretación y que, al igual que ésta, también alterará siempre la obra que recrea en la medida que todo traductor hará lo propio.

No en balde reza el célebre adagio italiano: “traduttore tradittore” y en su momento dijeron Cervantes: “… y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento” y, siglos después, Goethe: “digan lo que digan de lo inadecuado de una traducción, esta tarea es y siempre será uno de los emprendimientos más complejos y valiosos de los intereses generales del mundo”. Interpretación y traducción hermanadas, algo que Sontag confirmará, solo que sosteniendo lamentablemente que toda interpretación empobrece al mundo ante la enorme cantidad de posibles significados.

Eco, por su parte, afirmará que la interpretación textual es prueba de cómo las palabras pueden aparecer cosas diversas a partir del modo en que son interpretadas. Cada una, a su ver, es una alegoría, por lo que puede decir una cosa distinta a la que parece decir, ya que cada vocablo “contiene un mensaje que ninguno será capaz de revelar solo” y éste variará conforme al sentido que cada lector le dé, desde sus propios deseos internos, o de acuerdo a su estado anímico. Así visto, cada texto posee más de una interpretación y puede presentar infinitas interconexiones, en tanto coexisten en todo momento una intentio auctoris, una intentio lectoris y una intentio operis. Realidad que termina deviniendo en una construcción propia, o como Gregory Bateson afirmó: “hay tantas realidades como seres humanos, porque vivimos cercados de percepciones de percepciones de percepciones, y así ad infinitum”, pues referiría a su vez Eva Vila, hay tantas interpretaciones como seres humanos puedan existir y tantas interpretaciones por ser humano como la cantidad de lecturas realice.

Infinitud palpable que impacta también en las interpretaciones correspondientes a cada una de las disciplinas, donde son evidentes sus respectivas particularidades y naturalezas. Es el caso de la interpretación lingüística y de la jurídica. Mientras la primera busca describir la realidad y razonar conforme a la lógica ordinaria, para la ciencia del derecho la interpretación es más una actividad valorativa o normativa que meramente descriptiva, por lo que tiende a emplear una lógica propia, diversa de la que rige los modos de razonar de otros científicos, solo que en este último caso, el propio jurista Francesco Carnelutti reconoce: “no hay gran diferencia entre el intérprete de la música y el intérprete de la ley, quiero decir que para ser jurista hay que ser primero artista del Derecho”.

Efectivamente, el artista, el músico, dejarían de ser humanos si sólo reprodujeran mecánicamente una obra, lo cual sólo puede realizar desde mi perspectiva un aparato propiamente mecánico. Un aparato reproduce y ejecuta. Solo un ser humano, un artista, “interpreta” y, al interpretar, “crea recreando”. Milagro que habremos de abordar.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

Yo soy la humilde sierva del Genio Creador: él me ofrece la palabra, yo la difundo a los corazones. Del verso yo soy el acento, el eco del drama humano, el frágil instrumento vasallo de la mano... Me llamo Fidelidad: un soplo es mi voz, que al nuevo día morirá

Francesco Cilea

Grecia fue la cuna de la hermenéutica, la disciplina que estudia la interpretación de los textos, la cual toma su nombre de Hermes: el mensajero, el intérprete y traductor entre los dioses y las musas y la humanidad y que, según la visión platónica, está inspirado y movido por una fuerza magnética.

Al paso del tiempo, será cultivada por los neoplatónicos de Alejandría y más tarde por los romanos, adquiriendo con San Agustín un sentido alegórico-simbólico y con Santo Tomás uno literal-histórico, hasta llegar a casi desaparecer en la época moderna. Solo el romanticismo del siglo XIX será el que la reviva y contribuya a que más tarde sea cultivada por personajes como Martin Heidegger, Hans- Georg Gadamer y Paul Ricoeur.

A partir de entonces, en la filosofía contemporánea la hermenéutica habrá de convertirse en una de las corrientes de mayor actualidad y, dentro de ella, uno de los ámbitos de mayor fascinación de la reflexión estética el de la interpretación artística. Pero no podría ser de otra forma. Nadie como el poeta y el artista para ser intermediario entre el ser humano y la divinidad, pues como diría Heidegger: el artista está a mitad del camino hacia la comprensión del ser. El problema es que no hay un solo camino, porque como Gadamer lo entrevió: el proceso interpretativo es dialéctico pero además siempre distinto, aún si lo realiza una misma persona. Y lo creo: no hay una interpretación única, no existe “la” interpretación, sino interpretaciones. La música lo comprueba. En ella, como en el arte todo, no existe “la interpretación” sino interpretaciones.

Lo mismo ocurrirá con la interpretación literaria, cada una es distinta de persona a persona, tanto como lo son entre sí Jorge Luis Borges, Susan Sontag y Umberto Eco, cuyos respectivos sentimientos, vivencias y conocimientos se ponen en juego con cada interpretación, en la medida que además de decodificar un mensaje, cada uno como intérprete le otorga un sentido propio, diferente, en cada ocasión. Por algo Borges dirá: “el culpable de haber castellanizado estos versos, soy yo”. Sí. La traducción, una de las actividades más próximas a la interpretación y que, al igual que ésta, también alterará siempre la obra que recrea en la medida que todo traductor hará lo propio.

No en balde reza el célebre adagio italiano: “traduttore tradittore” y en su momento dijeron Cervantes: “… y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento” y, siglos después, Goethe: “digan lo que digan de lo inadecuado de una traducción, esta tarea es y siempre será uno de los emprendimientos más complejos y valiosos de los intereses generales del mundo”. Interpretación y traducción hermanadas, algo que Sontag confirmará, solo que sosteniendo lamentablemente que toda interpretación empobrece al mundo ante la enorme cantidad de posibles significados.

Eco, por su parte, afirmará que la interpretación textual es prueba de cómo las palabras pueden aparecer cosas diversas a partir del modo en que son interpretadas. Cada una, a su ver, es una alegoría, por lo que puede decir una cosa distinta a la que parece decir, ya que cada vocablo “contiene un mensaje que ninguno será capaz de revelar solo” y éste variará conforme al sentido que cada lector le dé, desde sus propios deseos internos, o de acuerdo a su estado anímico. Así visto, cada texto posee más de una interpretación y puede presentar infinitas interconexiones, en tanto coexisten en todo momento una intentio auctoris, una intentio lectoris y una intentio operis. Realidad que termina deviniendo en una construcción propia, o como Gregory Bateson afirmó: “hay tantas realidades como seres humanos, porque vivimos cercados de percepciones de percepciones de percepciones, y así ad infinitum”, pues referiría a su vez Eva Vila, hay tantas interpretaciones como seres humanos puedan existir y tantas interpretaciones por ser humano como la cantidad de lecturas realice.

Infinitud palpable que impacta también en las interpretaciones correspondientes a cada una de las disciplinas, donde son evidentes sus respectivas particularidades y naturalezas. Es el caso de la interpretación lingüística y de la jurídica. Mientras la primera busca describir la realidad y razonar conforme a la lógica ordinaria, para la ciencia del derecho la interpretación es más una actividad valorativa o normativa que meramente descriptiva, por lo que tiende a emplear una lógica propia, diversa de la que rige los modos de razonar de otros científicos, solo que en este último caso, el propio jurista Francesco Carnelutti reconoce: “no hay gran diferencia entre el intérprete de la música y el intérprete de la ley, quiero decir que para ser jurista hay que ser primero artista del Derecho”.

Efectivamente, el artista, el músico, dejarían de ser humanos si sólo reprodujeran mecánicamente una obra, lo cual sólo puede realizar desde mi perspectiva un aparato propiamente mecánico. Un aparato reproduce y ejecuta. Solo un ser humano, un artista, “interpreta” y, al interpretar, “crea recreando”. Milagro que habremos de abordar.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli