/ jueves 18 de julio de 2019

El racismo sale del armario

Como todos saben, el domingo, Donald Trump atacó a cuatro congresistas progresistas, diciendo que ellas deberían “regresar y ayudar a arreglar esos lugares totalmente descompuestos e infestados de delincuencia de donde venían”.

Sucede que tres de las cuatro congresistas nacieron en Estados Unidos, y la cuarta es una ciudadana del país debidamente naturalizada. Sin embargo, todas son mujeres de color.

Perdón, no hay forma de defender esto, ni alegar que Trump no dijo lo que dijo. Esto es racismo, simple y llanamente, no tiene nada de abstracto. Además, evidentemente a Donald Trump no le preocupa que resulte contraproducente.

Este debería ser un momento de la verdad para cualquiera que describa a Trump como un “populista” o afirme que su apoyo se basa en la “ansiedad económica”. No es populista, es un supremacista blanco. Su apoyo no se sustenta en la ansiedad económica, sino en el racismo.

Y como estamos en este momento de claridad, hay varios puntos adicionales que debemos abordar.

Primero, esto no sólo tiene que ver con Trump, también con todo su partido. No sólo me refiero a la casi absoluta ausencia de condena al racismo de Trump por parte de los republicanos destacados, aunque su cobardía era totalmente predecible. Me refiero a que Trump no está solo en la decisión de que este es un buen momento para sacar al racismo descarnado del armario.

Segundo, aunque la mayoría de los comentarios se centran en la exigencia de Trump de que estas mujeres que nacieron en Estados Unidos “regresen” a sus países de origen, su descripción de esos países de origen imaginarios como “infestados de delincuencia” también merece algo de atención, dado que su fijación con la delincuencia es otra manifestación de su racismo. Y, claro, tanto Trump como los medios trumpistas no dejan de hablar sobre los migrantes delincuentes.

En la realidad, los delitos violentos en las grandes ciudades de Estados Unidos se encuentran en niveles mínimos casi históricos, y toda la evidencia disponible sugiere que los inmigrantes son, si acaso, menos propensos que los que nacieron en el país a cometer delitos.

No obstante, la asociación entre los no blancos y la delincuencia es un principio muy profundo entre los racistas blancos y no hay evidencia alguna que debilite esa creencia.

Por último, el nuevo nivel de comodidad del Partido Republicano con el racismo declarado debería servir como una llamada de atención para los demócratas, tanto de centro como progresistas, quienes en ocasiones parecen olvidar con quién y con qué se enfrentan.

Por un lado, la celebración de Joe Biden de las buenas relaciones que solía tener con senadores segregacionistas suena todavía más desatinada de lo que era hace un mes.

Está claro que Biden no es racista, pero necesita darse una idea de lo importante que es enfrentar el racismo que se extiende por el Partido Republicano.

Por el otro, los demócratas necesitan ser muy cuidadosos de no hacer nada que pueda considerarse siquiera un indicio de que están usando el tema del racismo contra su propio partido.

Como todos saben, el domingo, Donald Trump atacó a cuatro congresistas progresistas, diciendo que ellas deberían “regresar y ayudar a arreglar esos lugares totalmente descompuestos e infestados de delincuencia de donde venían”.

Sucede que tres de las cuatro congresistas nacieron en Estados Unidos, y la cuarta es una ciudadana del país debidamente naturalizada. Sin embargo, todas son mujeres de color.

Perdón, no hay forma de defender esto, ni alegar que Trump no dijo lo que dijo. Esto es racismo, simple y llanamente, no tiene nada de abstracto. Además, evidentemente a Donald Trump no le preocupa que resulte contraproducente.

Este debería ser un momento de la verdad para cualquiera que describa a Trump como un “populista” o afirme que su apoyo se basa en la “ansiedad económica”. No es populista, es un supremacista blanco. Su apoyo no se sustenta en la ansiedad económica, sino en el racismo.

Y como estamos en este momento de claridad, hay varios puntos adicionales que debemos abordar.

Primero, esto no sólo tiene que ver con Trump, también con todo su partido. No sólo me refiero a la casi absoluta ausencia de condena al racismo de Trump por parte de los republicanos destacados, aunque su cobardía era totalmente predecible. Me refiero a que Trump no está solo en la decisión de que este es un buen momento para sacar al racismo descarnado del armario.

Segundo, aunque la mayoría de los comentarios se centran en la exigencia de Trump de que estas mujeres que nacieron en Estados Unidos “regresen” a sus países de origen, su descripción de esos países de origen imaginarios como “infestados de delincuencia” también merece algo de atención, dado que su fijación con la delincuencia es otra manifestación de su racismo. Y, claro, tanto Trump como los medios trumpistas no dejan de hablar sobre los migrantes delincuentes.

En la realidad, los delitos violentos en las grandes ciudades de Estados Unidos se encuentran en niveles mínimos casi históricos, y toda la evidencia disponible sugiere que los inmigrantes son, si acaso, menos propensos que los que nacieron en el país a cometer delitos.

No obstante, la asociación entre los no blancos y la delincuencia es un principio muy profundo entre los racistas blancos y no hay evidencia alguna que debilite esa creencia.

Por último, el nuevo nivel de comodidad del Partido Republicano con el racismo declarado debería servir como una llamada de atención para los demócratas, tanto de centro como progresistas, quienes en ocasiones parecen olvidar con quién y con qué se enfrentan.

Por un lado, la celebración de Joe Biden de las buenas relaciones que solía tener con senadores segregacionistas suena todavía más desatinada de lo que era hace un mes.

Está claro que Biden no es racista, pero necesita darse una idea de lo importante que es enfrentar el racismo que se extiende por el Partido Republicano.

Por el otro, los demócratas necesitan ser muy cuidadosos de no hacer nada que pueda considerarse siquiera un indicio de que están usando el tema del racismo contra su propio partido.